Un Rey cercado

Tanto las cartas de los ex militares como las proclamas del vicepresidente son distintos métodos de acoso a Felipe VI

Hemos pasado de aquellos discursos navideños a la pata la llana de Juan Carlos, llenos de lugares comunes, fiestas entrañables, orgullo y satisfacción, a los que casi nadie prestaba atención, a una situación en la que cualquier aparición de Felipe sea objeto de examen. Y el discurso de la pasada Nochebuena llegó a la exigencia máxima. El monarca está cercado por tres frentes. Uno es el que quiere monopolizarlo, el de los monarquistas que se pretenden los únicos leales y repudian al resto. Una extrema derecha política, acompañada de jubilados que se resisten a colgar el uniforme y amenazan con volver a salvar a la patria. Se supone que por eso envían cartas al titular de la corona.

Otro frente está en el extremo opuesto. Una izquierda radical republicanista, con el vicepresidente del Gobierno en vanguardia, que ya cargó contra el discurso de Navidad una semana de que fuese pronunciado. Son dos versiones distintas de acoso: uno por exceso de posesión, de los que piensan que la patria y el rey son suyos y de nadie más; y el segundo por defecto, nada que diga o haga Felipe VI les dejará conformes. A esta ofensiva se suman los ultranacionalismos separatistas vasco y catalán. Para el presidente del Parlament, Felipe tendría que pedir disculpas por su discurso de octubre de 2017, tras el referéndum ilegal. Y el presidente de la Generalitat el único discurso real que espera es el que disuelva la monarquía.

A estos frentes hay que añadir la brecha que tiene Zarzuela en su retaguardia. El rey anterior, tras su papel decisivo hace cuatro décadas para desmontar las instituciones de la dictadura y construir la democracia, fue arruinando su prestigio y autoridad poco a poco. Cuando el hijo dice que el rey está obligado a regirse por los más estrictos principios éticos, hace una censura al relajo moral con el que se ha comportado su padre. Y al mismo tiempo intenta cerrar las grietas abiertas en el prestigio de la monarquía por los comportamientos irregulares del emérito. También esgrime el espíritu renovador de su reinado desde el primer día.

Por lo demás, fue un discurso de preocupación y ánimo por las crisis sanitaria, económica y social que nos asuelan. De un jefe de estado, en un país con pocos monárquicos o republicanos convencidos, que se agarra a la convivencia democrática, a la Constitución y al europeísmo como la mayoría de los ciudadanos. ¿Pudo haber sido más explícito sobre el affaire de su padre? Desde luego, pudo extenderse sobre la herencia recibida y también sobre los frentes de acoso. Seguro que en el fondo le apetecería. Lo dejamos para mañana…

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