Como dijo José Luis García-Palacios (presidente de la Federación de Empresarios) al repasar el pulso de la institución a lo largo de cuarenta años, la FOE se gestaría bajo los focos de la clandestinidad, lo que supone que desde la extinta Organización Sindical alguien creó un nuevo complejo ajeno al vertical bajo las férrea directriz de la CNS.

Constato sus palabras y resulta que, ésta lejana tierra, distante de los claustros universitarios, gabinetes de estudios, comisiones de expertos e incipientes políticos, asistieron callados al sorpresivo nacimiento y fundación de un nuevo enclave empresarial, diseñado desde el mismo despacho donde un joven vicesecretario de Asuntos Económicos tuvo la enorme osadía de lanzarse al vacío sin valorar su réproba iniciativa.

En un modesto piso de la calle Miguel Redondo, el primer día de marzo de 1977, nació la criatura, sin que la Ley de libertad sindical se publicara hasta pasado un mes (1 de abril) y por ello el paso del nacional-sindicalismo al de la libre asociación tuvo lugar en un estado de vacío, ambigüedad y alegalidad democrática, siendo Huelva la auténtica protagonista de esta inaudita decisión en todo el territorio nacional.

Hasta hoy, los años han pasado sin conocer la imagen de aquel ejecutivo que tuvo el mérito y la audacia de recrear una nueva entidad empresarial, desafiando la convulsión de aquellas horas confusas de nuestra democracia.

Cito y profeso una cálida admiración por aquel grupo que decidió lanzarse a una aventura incierta y peligrosa: Carlos Expósito, Juan Bonsón, Pedro Marín, Rafael Morales, Miguel Raya, Abelardo Arcos, Manolo Abollado, Eduardo Mateo, Juan Vázquez Méndez, José Luis Ruiz, Enrique Clauss, Ángel González y Díez de la Cortina, Jenaro Fernández Rey, Manolo Santamaría, José Luis Artés ... y así hasta cuarenta y cinco emprendedores que se enfrentaron a una arriesgada iniciativa.

Pero la base de este entramado, la idea clave, el arquitecto y eje conductor del proyecto, partió de un hombre con visión de futuro. Por él, puede la FOE, conmemorar ahora sus cuatro décadas de existencia.

Nadie ha reconocido ni valorado su intrepidez. Hoy, después de tanto tiempo oculto, me atrevo a descubrir a quien desde dentro, logró lo imprevisible. Su nombre y apellidos, Miguel Martín Pérez.

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