Reflexión sobre el tiempo libre

El comienzo del nuevo año es momento propicio para fijar pautas de conducta que mejoren nuestra vida

En teoría todos estamos interesados en utilizar bien nuestro tiempo, aspiración que se refuerza con el paso de los años, a medida que adquirimos conciencia de la finitud del capital temporal que nos fue concedido al nacer. Ciertamente la biología impone que aproximadamente un tercio de nuestra vida lo dediquemos al sueño, tal vez una existencia paralela a la del estado de vigilia, incógnita, aunque en ocasiones parezca querer conectar con esta. Otra parte considerable de nuestro tiempo la dedicamos al trabajo; los más afortunados, además de obtener con él recursos económicos, lo consideran una forma de ser útiles a la sociedad, lo que repercute en su propia satisfacción personal. La atención a la familia y el cuidado del hogar son igualmente ocupaciones en las que pueden unirse la responsabilidad de la obligación con el cumplimiento de un gusto. El resto -la parte del día que queda libre, los fines de semana, las vacaciones, la jubilación- puede encuadrarse en lo que denominamos "tiempo libre". Grosso modo podemos estimar que supone otro tercio de nuestra vida.

El comienzo de un nuevo año es momento propicio para fijar pautas de conducta que mejoren nuestra forma de vivir. Me parece útil intentar una reflexión sobre la utilización del tiempo libre y personalmente me encuentro inmerso en ese proceso, que comienza por analizar mi propio comportamiento en el año de un confinamiento, al que, según las previsiones, deberemos añadir al menos el primer trimestre de este recién estrenado. De momento, tengo claro que voy a reducir drásticamente mi relación con una televisión que me "roba" -y yo me dejo- horas con concursos y películas mediocres trufadas de anuncios alienantes, a las que hay que añadir la hiperinformación sobre temas de actualidad, que repiten machaconamente las mismas noticias negativas, sea sobre cuestiones políticas, la pandemia, la borrasca del siglo o lo que toque. Mi reflexión va a incidir también en las redes sociales, que nos conectan milagrosamente -eso nos habría parecido hace pocos años- a los amigos y al mundo, pero tal vez de una forma dirigida que condiciona una elección libre y no está exenta además de riesgos de adicción. En cambio, creo que hay que asignar una parcela a lo que los italianos llaman il dolce far niente, el dulce no hacer nada, algo no muy diferente a lo que predica el zen budista, una oportunidad para la meditación.

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