Los nuevos tiempos

César De Requesens

crequesens@gmail.com

Recogimiento

La vida que nos ha impuesto la pandemia nos ha transformado de 'influencers' a monjitas de convento

Del selfie a la mesa camilla; del tapeo al libro y las series; del ir de tiendas compulsivo a hacer bizcochos y charlar con los hijos. La vida recogida que nos ha impuesto la pandemia nos ha transformado por decreto de aspirantes a influencers a monjitas de convento. El consumismo desaforado ha desembocado en hacer compra diaria en el súper mirando los precios y, de reojo, las distancias terapéuticas del semejante.

Y encima solidarios. Demasiados parecidos con el monje o el eremita en esta suerte de Robinson urbano en el que se ha transformado cualquier superviviente. Y, además, con hijos. Quizás los santos no habrían alcanzado aquellas cotas de santidad si hubieran estado como tantos están rodeados de críos y demandantes de atención, educación y cariño.

Nadie podía imaginar que la bullanguera ciudadanía celtibérica diera esta respuesta ciudadana con la madurez civilizada de un japo o coreano.

Ante la certeza de una probable muerte las prioridades surgen ellas mismas. Los ofendiditos y agraviaditas practican ahora el olvido de su ombliguito y salen a aplaudir a esos héroes sin queja y con vocación del frente de los adultos. Los quejicas y protestones que exigían derechos por kilos sin pago en obligaciones reflexionan en silencio si había fallos de planteamiento. Las mareas humanas manipuladas de morado o verde fosforito han dado paso al yoga ayurvédico introspectivo. Ya hay quien afirma sentirse más a gusto en este estar recogidos, ociosos y meditativos. Si no es por riesgo de muerte nadie se habría puesto.

Así, ves a estas alturas a los bazofia del sarao televisivo y te preguntas cómo pudimos llevar a los altares mediáticos la mezquindad de los Jorge Javier o el Matamoros; cómo tragamos con el nepotismo impúdico-estalinista del marqués de Galapagar y su señora vocera sin curriculum; cómo nos colaron tanta deconstrucción subvencionada de códigos sociales si al final todos calvos y desdentados y en la morgue somos lo que siempre fuimos, una pasión inútil salvo que hagas algo sincero y sin provecho alguno para tu bolsillo.

Recogiditos en nuestro metro cuadradito nos fortalecemos como individuos y colectividad valorando un simple rayo del sol primaveral o la llamada de un amigo. Este bichito sin fronteras nos ha cambiado. Espero que sea para siempre jamás.

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