Se cumple el siglo del nacimiento de un torero de Huelva, gran amigo, que durante muchos años fue centro de la atención de la afición española. Su vida en los ruedos vistió de oro y luego de plata, donde conquistó la mas merecida fama. Hace cien años que nació en la calle Miguel Redondo, José Leandro Pepe Pirfo. La fiesta de los toros se dibuja sobre un tablero de círculos concéntricos, escribiría Mario Leandro Roldán en un libro sobre en recordado banderillero onubense. Pero en el centro de ese círculo en la arena, donde el valor, el temor, el arte y la gracia se conjugan entre capotes, banderillas y música, siempre estuvo la figura de Pepe Pirfo.

El torero onubense , elegante, alto, con gafas de sol y fina estampa torera, paseaba por Huelva muchas mañanas, ya jubilado, deteniéndose con los amigos para charlar y tomar café. Muchas veces conmigo, en la plaza de las Monjas.

En nuestras conversaciones, Pepe, me recordaba sus andanzas cuando los toreros hacían las Américas con un sentido más amplio y atractivo que en los tiempos actuales.

Su debut en Huelva fue recién terminada la guerra civil, en el coso de la Merced. Cuando pasado los años pasó al escalafón de plata, siempre fue escogido por los mejores. Pepe Pirfo, contaba innumerables anécdotas con Antonio Borrero Chamaco, con aquel estilo agitanado de nuestro gran maestro, o faenas inolvidables con Diego Puertas o con Rafael de Paula, a los que sirvió y acompañó en su arte.

Cada Jueves Santo me lo encontraba en la iglesia de la Concepción, frente a Nuestro Padre en la Oración en el Huerto y a Nuestra Virgen de los Dolores. Allí, con su clavel en la solapa y el escudo de la hermandad en su pecho, Pepe nos mostraba su devoción y cariño a esta popular cofradía onubense.

Un torero, maestro en el arte de las banderillas y de saber colocar al toro en su preciso momento, tuvo la alegría de que su estilo y afición fuera reconocido oficialmente rotulándose una calle de la ciudad con su nombre. Su hijo Paquito heredó la afición de su padre. Era cosa de familia, ya que anteriormente a Pepe, también fueron toreros su padre y su tío, un gran matador de toros de la época.

José Leandro, Pepe Pirfo, ya está en la leyenda de los toreros onubenses, como tantos otros que dieron su arte con valor y amor a su tierra onubense. Siempre recordábamos, haciendo historia, a hombres que vistieron el traje de plata, como aquel gran Lucas Azcarate, de la cuadrilla de Litri, el padre de Miguel y abuelo del último de la dinastía.

Ahora, al cumplirse el centenario de la muerte de El Pirfo, le dedicamos este cariñoso y amigable recuerdo. Pepe murió con ochenta y seis años un mes de septiembre cuando el verano decía adiós y en los ruedos terminaba la temporada taurina, con el telón de la feria de San Miguel. Pepe Pirfo, un nombre escrito en la arena del ruedo. Que el viento no se lleve nunca su merecido recuerdo.

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