
Paisaje urbano
Eduardo Osborne
Santa Paula
La esquina
Dedicado en cuerpo y alma a pelearle la Comunidad de Madrid a la musa populista y medio ultra Isabel Díaz Ayuso (él es el verdadero candidato socialista, no Gabilondo), Pedro Sánchez se está escaqueando de sus responsabilidades como máximo líder nacional contra la pandemia. Vuelve a las andadas: las buenas noticias para él, y las malas, para las comunidades autónomas o Europa. Ni siquiera valora la necesaria ley de protección a la infancia, quizás porque la feliz iniciativa ha correspondido a Podemos y hasta el PP la ha respaldado. Una cuestión de estado y un avance social del que Sánchez no puede sacar tajada de manera personal y directa. Eso no le gusta.
Se ha empeñado en no prorrogar el estado de alarma, a extinguirse el 9 de mayo, poniendo a los pies de los caballos a las autonomías sin haberlas dotado de otros instrumentos legales para aprobar las restricciones que la situación sanitaria va a seguir, desgraciadamente, exigiendo. Dice que tienen capacidad para imponer cierres perimetrales, manejar toques de queda y limitar movimientos, pero conoce que todas estas medidas dependen de los tribunales de justicia correspondientes, que ya en el pasado las aceptaron o las rechazaron, dejando indefensos en estos últimos casos a los gobiernos regionales. Una temeridad, concluyen sus aliados del PNV y también la objetan comunidades socialistas y algunos aliados del aluvión Frankestein.
De eso no quiere ni oír hablar (¿desde cuándo no se publicitan las cifras de muertos por Covid?). Él a lo suyo: a vender seis o siete veces sus planes con los fondos europeos que se retrasan, a olvidarse de la cacareada gobernanza, de la que nunca más se supo, y a personalizar la extensión de las vacunas. Habla de tropecientos millones de vacunas, se las apaña con seguridad impostada y arrogante para decir que ese es el objetivo irrenunciable y convertirlo a continuación en realidad ya conseguida, pese a que los tropiezos de AstraZeneka y Janssen la ponen en peligro.
Otra vez Pedro Sánchez se desentiende de los problemas. Su mantra ahora es vacunar, vacunar y vacunar. Delega todo el poder que reclamó en las autonomías, las decisiones de los jueces, la responsabilidad individual de los ciudadanos -en eso hay que darle mucha razón- y en una unidad consistente en que todos se arremolinen en torno suyo, dejen de incordiar con quejas y lamentos y no pongan palos en la rueda de su liderazgo incombustible.
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