Los obreros se concentraron en la plaza del pueblo sobre las cinco de la tarde. Eran unos quinientos, pero les acompañaban algunas mujeres y niños y también otros vecinos -trabajadores del carbón o del puerto, hojalateros y tenderos- que compartían su causa. Quizás, al final, pudieron contarse unas 2.000 personas. Como la idea era emprender una manifestación pacífica y festiva, les acompañaban dos bandas de música y en la cabecera se habían colocado obreros de distintas nacionalidades que portaban las banderas de sus respectivos países. Era un sábado de julio y, como cabía esperar, la temperatura era agradable y el cielo andaba despejado. Todo lo despejado que podía estar en una comarca en la que los humos de las fábricas lo invadían todo convirtiendo el valle en el cráter inmenso de un inesperado volcán.

La manifestación, así, dejó atrás el pueblo y, a sus espaldas, el Voel Stack, la gran chimenea de la empresa, situada sobre la colina más alta, que día y noche expelía a la atmósfera su caudal negro y abrasador. Casi una hora después, atravesando los escasos y desolados bosquecillos, llegaron frente a las puertas de Margam Abbey, la gran mansión neogótica que Christopher Rice Mansel Talbot había construido en 1830. En la entrada, se apostaban algunos guardias. Los obreros se dispusieron en formación y una pequeña comisión de ellos se adelantó para pedir audiencia con Miss Talbot, la rica terrateniente que entonces ostentaba la propiedad de Margam Estate. Al cabo, un mayordomo elegantemente vestido salió a atenderlos con un breve mensaje: la señorita Emily Charlotte Talbot, Miss Talbot, se encontraba recluida en sus habitaciones a causa de un fuerte resfriado y, en consecuencia, no podría recibirlos. La manifestación obrera, desilusionada pero respetuosa y ordenada, deshizo el camino hacia el pueblo y se disolvió.

Corría el año 1893. Haciendo suya la causa de sus arrendatarios y granjeros, que veían morir su ganado y agostarse sus cosechas como consecuencia de los humos sulfurosos de la fundición de cobre, Miss Talbot había iniciado una firme lucha judicial contra la Rio Tinto Company: o la empresa dejaba de expulsar humo por sus chimeneas o tendría que cerrar sus instalaciones. Como lo primero era técnicamente imposible y lo segundo suponía la pérdida de los empleos, fueron los mismos trabajadores que respiraban diariamente el humo los que se vieron abocados al enfrentamiento con Miss Talbot por tal de no perder su jornal.

Cinco años después, a 2.500 kilómetros de Riotinto, en los valles perdidos del condado de Glamorgan, la historia se repetía casi miméticamente, amalgamando explosivamente los intereses agrarios e industriales, la insalubridad, el desentendimiento de las autoridades, la falta de regulación legal, el miedo al desempleo, los dividendos, el poder y la influencia. Mal que nos pese, nuestra propia historia nunca es tan singular como algunos creen o quieren creer.

Les pido disculpas… pero, hoy, he venido a hablar de mi libro.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios