Juanma G. Anes
Tú, yo, Caín y Abel
Los afanes
La intervención de un televidente en una tertulia de esas de tertulianos pagados y con montajes previos. Tertulias donde cada uno dice lo que tiene que decir, nunca lo que piensa en realidad. Tertulias que entretienen y hacen pensar poco. El público aguarda el insulto, la desvergüenza, el enfrentamiento. Tertulias donde aquello que escribió una vez Danilo Kiš no se lleva a la práctica: "El pueblo le escuchaba con indiferencia y desconfianza, tal y como el pueblo escucha a los demagogos".
Y de pronto, una llamada. Un señor que utiliza el sentido común y dice lo que piensa. Los tertulianos absortos agachan la cabeza. Esta anécdota trae al recuerdo las palabras de Blaise Cendrars en su obra La parcelación del cielo: "El futuro, por más que los mismos progresos de la ciencia hacen retroceder a un porvenir cada vez más incierto. ¿La libertad es la felicidad del género humano? No, es del dinero de lo que se trata, solo del dinero, dinero para financiar la guerra, solo para eso, para alimentarla. Y que el género humano reviente, falto de pan, esclavo de las máquinas bajo la férula de políticos y funcionarios que no blanden el látigo como los amos de antaño para doblegar las espaldas, pero que sí hacen avanzar robots que trituran entre sus mandíbulas mecánicas a refractarios e individuos".
Los escritores deberían dedicarse a leer. Los políticos deberían dedicarse a leer. Los ciudadanos deberían dedicarse a leer. Si esto ocurriera, el incierto porvenir se cambiaría por completo. Nacería la luz todas las mañanas, no por el horizonte, sino en nuestras mentes. Una luz necesaria y precisa para ser realmente quienes debemos ser. Bauman escribía: "Otra causa: al parecer, soy incapaz de pensar sin escribir... Supongo que, antes que escritor, soy lector".
Nos entran ganas de ser por un momento Osamu Dazai, y crear esos Cuentos de cabecera, cínicos, políticamente incorrectos, Dazai escribió una versión descarada de los cuentos más célebres de Japón en la que el autor se ríe de los estereotipos y la tradición. Pero resultaría muy simple para nosotros, preferimos El Quijote de Cervantes, y toda su demostración de grandeza y modernidad, de sentido común. Ahora hemos creado la nomofobia, la adicción al teléfono móvil que tanto y tanto daño está haciéndonos a todos. ¿Quién lo iba a decir? Un instrumento útil de comunicación se ha convertido en nuestro compañero inseparable.
Como escribía Cervantes: "El que no sabe gobernarse a sí, ¿cómo sabrá gobernar a otros?".
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