Una noticia informa de que los colectivos LGTBI de Huelva han pintado un banco con los colores del arcoíris. Una acción bastante inocente, con el objetivo de invitar a la tolerancia con la orientación y la identidad sexual de cada cual. Todo bien. Siempre que uno no cometa el error de hacer scroll hacia los comentarios. Porque donde antes había uno o dos haters insultando o ridiculizando, ahora hay muchos comentarios en ese tono: acusaciones, bastante peregrinas, de hacer proselitismo, de imponer una ideología sexual, de adoctrinar o pervertir…

Y lo mismo pasa en otras noticias que abordan temas de inmigración o de machismo: enseguida asoman los haters a hablar de invasión, de ideología de género y de todo ese argumentario tan rancio y tan anacrónico. Muchas veces los rostros que acompañan esos comentarios reflejan unas edades que no concuerdan con pensamientos tan conservadores. Pero lo peor es el odio: la sensación de que muchos de ellos querrían ir más allá.

No es política. La política es otra cosa. Se puede discutir sobre posiciones políticas en otras claves, defender más o menos liberalismo en los ajustes económicos, más o menos proteccionismo, más o menos educación o sanidad pública, más o menos Estado. Pero no podemos discutir si queremos más o menos Derechos Humanos. Hubo una guerra brutal que dejó Europa teñida de sangre. Fue tal el horror que todos los países del mundo consensuaron un texto de mínimos, 30 artículos que empiezan reconociendo que "todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros".

Ni el color de la piel ni la orientación sexual ni la identidad ni el género… nada de eso puede ser usado para alimentar el odio. Y me temo que eso es, justamente, lo que estamos haciendo. El odio al diferente es algo fácil de alimentar, no precisa mucha argumentación. Lo que quizás no tengamos en cuenta es que también puede ser incontrolable, y que sus consecuencias pueden resultar impredecibles y terribles.

Cuando pintar un banco de colores para invitar a la tolerancia sexual se convierte en objeto de burlas e insultos es que algo de todo eso está pasando ya, que el odio ha anidado en la sociedad y salta a la yugular de todo lo que no entiende, que los haters son mayoría y que, quizás mañana, se animen a ir más allá. Si no ratificamos los Derechos Humanos es posible que estemos ratificando un nuevo conflicto a gran escala.

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