
Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Siluetas
Esto de la pandemia ha cambiado muchas cosas. No me atrevería a decir que nos ha hecho mejores. Pero sí distintos. Es difícil hablar de ciertas cosas sin parecer un negacionista o un conspiranoide. No lo soy. Pero estoy convencido de que algunos han estado tomando nota del comportamiento de la humanidad en estos últimos años. Han ocurrido cosas impensables, en tiempo récord, y las sociedades, convenientemente asustadas, se han confinado en sus hogares, han detenido parcialmente la actividad productiva, se han vacunado de forma masiva, han cerrado fronteras, han modificado los comportamientos de interacción…
Ya digo que es difícil abordar determinadas cuestiones sin parecer un negacionista. Pero precisamente eso me preocupa: que nos hayan arrebatado la capacidad crítica de los ciudadanos frente a los gobiernos. Por ejemplo: las empresas farmacéuticas han hecho un enorme esfuerzo para suministrar vacunas a todo el mundo (o mejor a todo el mundo que pueda pagarlas) pero a juzgar por sus cuentas de resultado se lo están cobrando bastante bien. Así que deberíamos poder preguntar: ¿como retorna a las sociedades toda esa inversión pública que se ha hecho en investigación? O mejor aún: para el futuro ¿no sería más seguro que la investigación farmacéutica tuviera participación pública? Ni siquiera mencionaré la cuestión de las patentes, no cabe en estos renglones.
Hay que vacunarse. Vale. Pero… ¿y los demás?. Quiero decir (nuevamente caminando en la cuerda floja) que los gobiernos nos han convencido, con mayor o menor éxito, de que vayamos a pincharnos para protegernos. Todo bien. Excepto cuatro o cinco hemos ido. Ahora tercera dosis. Luego será cuarta. Pero oye… ¿y el resto? Porque nos dijeron que para estar a salvo el mundo tendría que vacunarse. Pero luego resulta que el fondo COVAX, creado para globalizar el acceso a las vacunas, está infrafinanciado y no termina de arrancar. No quiero que las vacunas terminen siendo un nuevo factor de exclusión. Ya sobran.
Y una última cosa (y ya cierro este último artículo del año, que me está quedando bastante oscuro): nos encerramos en casa y confiamos en que alguien, ahí fuera, solucionaría las cosas. Bien: leímos e hicimos yoga y galletas. Pero ya estamos fuera. Y el mundo necesita que retomemos la militancia activa, que nos ocupemos del mundo. Todo eso del cambio climático, los fenómenos migratorios, la distribución de la riqueza… todo eso requiere de nuestra implicación. Nadie va a solucionar eso mientras hacemos galletas en casa. Casi seguro.
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