Alto y claro
José Antonio Carrizosa
¿Merece la pena?
HACE unos días aparecía en las librerías una nueva edición de Fouché una de las magníficas biografías de Stefan Zweig, escritor austríaco nacido en Viena en 1881 y muerto en Petrópolis (Brasil), donde se había refugiado huyendo de los nazis y se suicidó en febrero de 1942. He sido un ferviente lector de este autor y tengo la mayoría de sus libros. Como a los adolescentes de mi tiempo, me atrajo su biografía de María Antonieta y sus conflictos de alcoba con su desgraciado esposo Luis XVI, pero me interesé vivamente después por retratos tan espléndidos como Balzac, María Estuardo, Magallanes, "La curación por el espíritu: Franz Mesmer, precursor del hipnotismo; Mary Baker Eddy, la Ciencia Cristiana y Sigmund Freud, padre del psicoanálisis"…
Pero fue Fouché: El genio tenebroso (1929), la que me dejó honda huella. Quedó en mi adolescencia esa sensación inquietante del mundo político atravesado vilmente por la hipocresía, la doblez, la astucia, la ambición, el sectarismo y la falsa apariencia. El tiempo me ha demostrado sobradamente todo cuanto se ha repetido a lo largo de la historia y contemplamos en la actualidad, donde vemos tipos tan parecidos o similares a Fouché, que representó todo eso, desempeñando un papel trascendental en la Francia de finales del siglo XVIII y principios del XIX, entre la revolución francesa y el imperio napoleónico y el retorno de la monarquía, largo período en el que el llamado Chef de la Conspiration por antonomasia supo subsistir, defendiéndose a veces como gato panza arriba.
Como escribía Stefan Zweig, este "traidor de nacimiento, miserable, intrigante, de naturaleza escurridiza de reptil, tránsfuga profesional, alma baja de esbirro, abyecto, amoral…", que, sin embargo y como también escribía el biógrafo, trasciende sobre personalidades más limpias y nobles, porque la responsabilidad en ocasiones cae "en manos de otros hombres inferiores, aunque más hábiles" y en momentos decisivos se impone "el poder oculto de hombres anónimos de más equívoco carácter y de la inteligencia más precaria… artistas de manos ligeras, de palabras vanas y nervios fríos".
Quien fuera calificado como Mitrailleur de Lyon, superó el auténtico suicidio que ocasionaron para la joven República las atrocidades ocurridas en la capital del Ródano de las que fue responsable, haciendo desaparecer las pruebas, "las ferocidades brutales de su época ultrajacobina y ateísta", con hábiles cambios de postura, todo lo cual le permitió subsistir a la eliminación sistemática de los mentores de la Revolución, Danton, Marat, Mirabeau, Desmoulins y al mismísimo Robespierre, tras la terrible noche del 8 de Termidor, la caída del Directorio, su desaparición de la vida política, su amnistía, su sorprendente nombramiento como Ministro de la Policía, tras el golpe de Estado napoleónico, el posteriormente Duque de Otranto y millonario, vuelve adonde solía, a sus intrigas y maquinaciones secretas "atento hacia los de arriba, sin miramientos para los de abajo", el ladino "navegante en aguas movidas". ¡Cuánto parecido con personajes de hoy! He vuelto a leer el libro con mayor interés que antaño.
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