Marisa Fernández / Serrat

El Día de Andalucía

La verdad es plural

SE celebra mañana el Día de Andalucía, en recuerdo de aquel 28 de febrero de 1980 en que se consiguió la plena autonomía. Es una fecha oportuna para resaltar la riqueza de nuestra comunidad, sus valores, tradiciones y cultura. Un día de distinciones a los andaluces que hayan destacado fuera de nuestras fronteras, de actos oficiales y otros menos oficiales, de homenaje a lo que somos… Pero, seamos sinceros, lo que sobre todo se celebra es que es un día festivo para todos y que en la enseñanza, hábilmente, han sabido enlazarlo con el Día de la Comunidad Educativa para favorecer unos diítas sin clase en mitad del trimestre. Unos días que en casi todos los países de Europa y por esta época son conocidos como semana blanca, sin ningún reparo, pero que aquí tenemos que justificar inventando lo que haga falta. Antes del fin de semana, todos los niños andaluces habrán hecho sus deberes con la conmemoración, pintando la bandera, cantando el himno y desayunando en el colegio con productos andaluces.

Sospecho y temo que así sucede en todos los campos. Esa exaltación hacia los signos de nuestra cultura, ese recuerdo de cómo se originó y esa reflexión acerca del papel que tenemos en España y en el mundo los andaluces, se suele utilizar paralelamente para favorecer la venta de productos materiales o inmateriales que den dinero y entonces, la esencia de la festividad es usada como moneda de cambio para conseguir poder.

Este debería ser un día para presumir de ser andaluces y para abandonar tópicos. Un día para aclamar que Andalucía no sólo es propiedad de quienes la gobiernan, porque cuanto más insisten éstos en que es suya, los que no la gobiernan terminan considerándola ajena y consienten entonces en criticarla o fiscalizarla. Un día festivo para huir de esos exagerados sentimientos nacionalistas, precisamente entre gente que a lo largo de la historia hemos aceptado a diferentes religiones, razas y culturas. Para rechazar comparaciones que más unir a los andaluces, nos alejan de ese espíritu comprensivo de siempre. Un día para olvidar esa inútil aclamación de ser los mejores que induce a exaltar valores recargados. Para abandonar ese caduco complejo de inferioridad que lleva a enaltecer y encumbrar los valores andaluces no por lo que realmente son, sino por echar un pulso baldío a las demás comunidades. Comparaciones que promueven aclamar las debilidades de las demás para que, de este modo, resalten más nuestras fortalezas. Mañana, inevitablemente y para beneficio de quienes lo usen, seremos testigos de gestos de postizos nacionalismos y de superficiales patriotismos que, sin darnos cuenta, nos irá aproximando a lo que menos aceptamos de los catalanes o de los vascos y nos irá alejando de nuestra identidad de aceptación y acogida de lo diferente.

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