No puede decirse que haya ido acercándose sigilosamente ni ha sido esperada con una especial ilusión, pero llegó y ya forma parte de nuestras vidas, con ella nos acostamos y con ella nos levantamos. Señoras y señores, nos encontramos en la cuarta campaña electoral de los últimos cuatro años. Ineludible, estos días, la nostalgia por aquellos primeros años en la democracia española e irremediable la comparación por muy odiosa que sea.

Han sido trece las elecciones celebradas en España, a partir de la Constitución. Es justo destacar, en este tiempo, la evolución social producida y su inevitable reflejo en las campañas electorales: Desde la hiperutilización del papel, como fuente informativa de programas electorales y de sus respectivos líderes, hasta la difusión de ellos a través de las redes sociales; desde los mítines en plazas de toros, hasta las exhibiciones en "El Hormiguero", se han ido sucediendo diferentes estrategias de difusión de programas y de sus líderes. La propaganda en papel prácticamente ha desaparecido y apenas se dan lo que se llamaban mítines, pero lo que se ha mantenido a lo largo de los años, pasando a ser la estrella de cualquier campaña son los debates.

Todavía se recuerdan los de González con Aznar o de Zapatero con Rajoy, en tiempos del bipartidismo y cómo, a partir de 2015, al aumentar los partidos, los debates han pasado de los "cara a cara" a los de "demasiadas caras". De ser medio de difundir ideas a aprovecharse como una oportunidad para atacar al otro; de enfatizar "lo que se dice", a que lo importante sea el "cómo lo dice"; de que lo primero sea el programa a darle más importancia al color de la corbata; de esperar ansiosamente la crítica de los expertos a ser bombardeado por los DM de Twitter.

Hoy podrían condenarse los debates porque de concebirse como un espacio de intercomunicación ha desembocado en un "gallinero" donde no se respetan las ideas contrarias. Porque de ser una oportunidad para mostrar un comportamiento democrático, se aprovecha para descalificar e insultar sin reparo. Porque los puntos de vista no se muestran, se imponen… Y, entre tanto despropósito, hay algo que me especialmente indignante: el encorsetamiento, esa falta de espontaneidad, esa ausencia de sorpresas... Se negocian desde las condiciones técnicas en el que se desarrolle, hasta la ubicación de cada uno en el plató; desde el tipo de preguntas hasta los moderadores o el color de la corbata…

Y ahora, convénzanme del poder de las ideas.

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