Bola de cera

04 de abril 2023 - 06:00

Ahí estaban mi hijo y mi hija con un trozo de papel de aluminio reconvertido en una pequeña pelota plateada que poco a poco iba perdiendo su color y tomaba el de las gotas de cera de los cirios. Algunas rebotaban en sus manos y venían rápido a quitarse aquella mancha de calor que no dejaba herida. Todo sucedía ante desconocidos con antifaz, el anonimato en tiempos de selfies. Sin habernos dado cuenta, lo inusual se ha vuelto cotidiano durante algunos días. Una bandada de palabras regresa en su migración cíclica y nos revolotea en las conversaciones: capirote, ciriales, parihuela, capataz, costal, palio, candelería, insignias, túnica, ruan,… Eso es la tradición, lo pretérito en nuestras calles, esa invisible transmisión, como el aroma del azahar mezclado con el incienso, de costumbres. Una tradición de siglos pero de la que siento posesión y pertenencia, en la que afirmó sin rubor: esto es mío.

Porque mío es el sol que atraviesa los naranjos de estas tardes a la espera de unas imágenes, de un paso determinado. Porque mías son las marchas procesionales que envuelven el contoneo a las bambalinas. Porque mío es el rachear de las alpargatas en el enorme silencio de la muchedumbre. Mías son las rampas que tapan escalinatas y donde los niños juegan en su reino de la imaginación infinita. Mía es la procesión de colores y de bordados. Y su gastronomía, ya con su posesivo implícito: bacalao, garbanzos, espinacas, habas, dando forma a las recetas de cuaresma. Con mención aparte a la tradición dulce de torrijas y pestiños, un cielo de miel en el paladar. Cómo no será la repostería de esta época para que deje de lado las puertas del cielo y venga a manifestarse, estandarte en mano, con su San Pedro Quiere Rosquillas, que me decía mi abuela ante el SPQR. Porque míos son los recuerdos alrededor de la Semana Santa, y los que sigo acumulando. Por eso guardo un pequeño llamador de madera que nos hizo mi abuelo a mi hermano y a mí para aquel pasito hecho con cartón y restos de marquetería, rematado con una cruz, y con el que hacíamos nuestra propia procesión. Y no sé muy bien cómo explicarlo, y puede que incluso choque con el resto de los días, pero son las suma de vivencias. Porque algún día la bola de cera de nuestros hijos tendrá, capa a capa, la forma y el tamaño de la costumbre, hecha por ellos, con sus manos, sus horas y su emoción ante un pabilo llameante que quizás no se apague nunca.

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