Las luces de Navidad llegaron con su doble función: alegrar la vida de los onubenses introduciendo esa sensación de fiesta y júbilo que capacita a olvidar penalidades y problemas, por una parte, e inyectar entre quiénes pasean bajo el alumbrado una fraternal sensación parecida a ese amor al prójimo bíblico, que se traduce en comprar regalos para familiares y amigos, alegrando así, de paso, la vida a los grandes almacenes. Como muestra, hemos admirado las imágenes de la rimbombante iluminación de Vigo y a su alcalde vendiendo la Navidad haciendo alusión al regocijo que la acompaña. Por otra parte, es de admirar cada uno de los cien kilómetros de alumbrado de Barcelona, que parece haber olvidado cómo se ha cebado la pandemia con su población. Pero nada parecido a las espectaculares luces gualdas y amarillas de la bandera de España que inspiran a hinchar el pecho. Lástima que hayan confundido la Navidad con la fiesta de la Hispanidad. El debate está servido: O se defienden a capa y espada los ritos navideños o se condenan.

Efectivamente, tal y como está el patio (más de 9.000 casos de Covid en Huelva), avanzando peligrosamente ese virus que nos ha cambiado la vida, se hace prácticamente imposible llegar a acuerdos o ensamblar posturas. No sólo se trata de hábitos y costumbres, va más allá: están los que viven la pandemia ignorándola, tomando copas (en cristal antes de las seis y en vasos de plástico si pasó la hora) o los que nunca han almorzado en restaurantes y, desde que convivimos con el covid, se come fuera todos los fines de semana (¿la hostelería en crisis? Será una parte de ella). ¿Cómo se explica dicha crisis si sábados y domingos se acaban las reservas de mesa? Opuestos a estos grupos están los que no creen en la utilidad de ninguna precaución y entienden que lo mejor es no salir de casa. Si vas por la calle, puede que aparatosamente se mude de acera la persona que va a cruzarse contigo o la actitud opuesta: ni se cambia, ni evita que te llegue el humo del cigarrillo que fuma.

Este virus sabe dividir entre dos y lo está demostrando. Si ni siquiera los virólogos, epidemiólogos o neumólogos que no opinan, sino que demuestran, consiguen ponerse de acuerdo ¿Qué podemos esperar? Se nos exige vivir en una continua elección bipolar, entre el blanco o el negro, lo bueno y lo malo… Esperemos que ese bicho no acabe con nuestra salud mental y contemos con que no olvidaremos las risas ni perderemos de vista la tolerancia o la solidaridad.

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