Los 14.000 de Gaza

Así ha dicho el Señor: “A la medianoche pasaré a través de todo Egipto y todos los primogénitos egipcios morirán… Y se escuchará un clamor tan grande en todo Egipto como nunca lo hubo ni lo habrá jamás”» (Éxodo 11). Como si de un relato bíblico se tratara, acaban de anunciarnos que en tierra santa 14.000 niños podrán morir estos días de hambre y de sed. Es otra de las plagas anunciadas en esta retransmisión diaria de un genocidio, que se suma a las más de 53.000 personas ya asesinadas en Gaza, y a las ciudades enteras masacradas. La obscenidad llega al extremo de que Netanyahu, “el justiciero”, advierte de que lo peor está por venir, ¿qué nos queda por ver, Dios mío? Ante esta calamidad, tan parecida a la que el propio pueblo hebreo sufrió hace 75 años en forma de genocidio antisemita, fluye cada vez más en mi entorno el dolor, la impotencia, el enfado, ¿qué no estará germinando en el corazón de los que sufren la muerte y el desamparo?

La comunidad internacional está paralizada y, lo que es peor, los tímidos esfuerzos por activar el derecho internacional han sido infructuosos, lo que demuestra su inutilidad en el momento presente. Nuestro gobierno ha empezado a alzar algo la voz, al igual que otros países, y se empieza a hablar de sanciones y de anulación de convenios internacionales, pero la virulencia de la masacre no va acompasada con los tiempos tradicionales de la política y, claro, podemos hablar de otras 50.000 personas asesinadas hasta que la presión surta efecto. En paralelo, el diseño de las relaciones económicas internacionales es tan confuso, que a la vez que escuchamos a nuestro presidente hablar de parar la masacre, seguimos respondiendo a contratos de venta de armas con Israel; la impudicia es por lo tanto aún mayor, el sistema ampara el horror genocida y. por otro lado, lo reprende. Es absurdo.

Supongo que a estas alturas poca gente podría argumentar a favor de la indecencia que perpetra el estado de Israel, y es que el genocida puede hacer lo que quiera, incluso permitir que los “14.000 de Gaza” perezcan en esta semana; niños y niñas, inocentes y desarmados, incapaces de hacer daño a nadie. Es normal que la gente decente sintamos dolor, incluso ira; la mirada no puede ser indolente, sino de denuncia y de clamor, tengamos presentes a esos críos. Cada día, hasta que aprendamos a escribir la historia sobre la dignidad de pueblos libres y en paz.

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