El mal poder

No es Sánchez el único: hemos tenido más engreídos sin escrúpulos. Pagados de sí mismos y venerados por sus conmilitones

Los pódcast de la radio pueden ser un ancla en la realidad en las noches que uno no acaba de conciliar el sueño.

El duermevela es una nube en la que ni habitas en esa extraña ausencia de la vida consciente que es el dormir profundo, ni tampoco estás despierto.

Un verdadero sinvivir: ni vives, ni estás en el otro mundo, el del desfigurado subconsciente que ansía, simbólica y despiadadamente, satisfacer tus carencias.

Todo ello según Freud y muchos otros, porque yo estaba dormido cuando soñaba: cosas catastróficas, sanadoras, convencionales, prohibidas, recurrentes, horrendas o bellas, como ir en vuelo rasante con un impulso mágico que te libera de chocar con el suelo. Es este último un sueño que me era frecuente; lo añoro.

En esas vigilias que te impiden respirar plácido o roncar cuando tocaría hacerlo, he dado en escuchar en Spotify, y hasta dos veces, el libro de Sun Tzu El arte de la guerra.

En realidad, es un tratado acerca de cómo manejarte con las circunstancias a partir de tus cualidades y defectos. Estrategia, o sea, coherencia entre las dos variables del binomio existencial de una persona, animal o empresa: uno y sus circunstancias. 

Nunca quise leer lo que el sabio chino pensó y escribió 500 años antes de Cristo, más que nada porque los exégetas de escuelas de negocios resumían sus reflexiones a decálogos de paripé; cuando, según he comprendido por el transistor con pasmo y desvelo, se trata de un ensayo que poco tiene que envidiar a los de Séneca o Marco Aurelio, tanto por la bandera del imperativo moral como por la exigencia de pragmatismo para ser timonel de la propia existencia.

Las menos de sesenta páginas del texto, una hora y pico de insomnio nutritivo, trascienden de los campos de batalla.

Y de los gobiernos aristocráticos, el de los mejores; y de los tiránicos, que quizá fueron también los de los mejores antes de corromperse, porque el demasiado poder corrompe de suyo, y obra el dañino milagro de que quien lo detenta cree ser bueno, aunque acabe siendo un manipulador de manual y un soberbio insufrible, adicto a la servidumbre y el halago: al mal poder.

Supe por Spotify que Sun Tzu no hablaba de ganar, sino de ganar bien

Por otra parte, que el poder sea igualitarista -ya seas brillante y capaz, ya seas tonto de capirote- es un desatino a sobrellevar. Esto no sé si lo dijo el chino o lo escribieron los ínclitos romanos.

Ahora en breve y en el XXI, y en concreto en la política de España esta semana, que, tras cientos de otras semanas, asiste a cómo se acaba de hacer fosfatina un baluarte como el PSOE: si la búsqueda y mantenimiento a toda costa del poder carece de principios e ignora la responsabilidad con los propios y frente a los enemigos, el Gobierno será corrosivo.

Para perpetrar el dislate, no hace falta ser Napoleón, que se tenía por la reencarnación de Sun Tzu. Basta con dejar la obligación política muy por detrás del final del propio coxis. Y presumir de ser noble servidor público. No es Sánchez el único: hemos tenido más engreídos sin escrúpulos.

Pagados de sí mismos y venerados por sus conmilitones. ¡País!, decía el inolvidable Forges. Un lúcido estratega. Encima, libertario. 

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