Tribuna Económica
Gumersindo Ruiz
Una cuestión de sobrevivencia, el impulsor público
Es difícil saber para dónde tirar en esta primera columna del curso. Aquí va a faltar espacio para hablar de esos ya casi 13.000 abonados que vuelven a demostrar, a los siempre ridículos pitonisos y a quienes su odio intrínseco les consume, que siguen sin tener ni puñetera idea de qué va esto. Aquí también van a faltar caracteres para mostrar el asombro que aún perdura con el gatillazo del Trofeo Colombino o para decir que aún duele el final de liga de la temporada pasada y las cantadas ante Granada, Linares o Baleares en la misma proporción que aún se saborean las galopadas de Rahim o De la Rosa (¡snif!), las paradas de Rubén, los misiles de Domínguez o los detalles de Alcalde.
Aquí no hay líneas suficientes para sacar la rabia que aún uno lleva dentro; rabia de ver cómo se callaba ante robos arbitrales que al final, como era previsible, nos privaron de mucho, pero se prefirió poner la otra mejilla, cobardía que nunca entenderé. Rabia de volver a pensar cómo se falló gravemente al evitar ir con todo a tumba abierta –y con el equipo embalado y animando a ello- cuando saltó aquel bombazo de enero, pero preferimos enrocarnos en la pena. El torpedo del TSJA nos pudo haber hecho más fuertes que nunca en una unidad que ya demostramos y que ya vivimos en 2016, pero se prefirió el silencio o las llamadas inútiles a la heroica en momentos absurdos y fuera de tiempo. En fin.
En varios partidos de pretemporada me ha sorprendido ver a Abel, otrora siempre comedido, revuelto en la banda sacando sus garras ante los colegiados. No sé si será un indicio de cierto cambio o algo eventual, pero me da que este curso, y en un par de meses de forma singular, vamos a necesitar mucho ese tipo de genio en un vestuario que requerirá más compromiso y más dosis de orgullo que nunca para defender al pionero y más LIDERAZGO que de costumbre. Para intentar subir o para sobrevivir, estimado Abel, queridos jugadores, ténganlo muy claro: como en ‘La tempestad’ de Shakespeare, el infierno está vacío, todos los demonios están aquí y alguno se encuentra demasiado próximo. Den ustedes el callo ante todo lo que está por venir que a esos demonios tenemos que doblegarles; sí, a todos. Ya saben de sobra que tienen a toda una ciudad y a toda una provincia detrás… Y si no lo saben, quienes ya han vivido cómo lo imposible se vuelve posible se lo van a poder contar.
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