Nacimos en una época gris en la que un mundo terminaba y otro estaba por despertar. El traslado de mi padre Jaime a Sotillo de la Adrada marcó el lugar en el que nació mi hermano Javier, el pequeño de una familia con raíces gallegas y asturianas. Crecimos forjando una relación en la que siempre fue mi ángel de la guarda y mi guía, a pesar de ser menor que yo. En años en los que no había expectativas para una niña rebelde, se convirtió en mi cómplice y aprendió a atrasar las agujas del reloj de pared para que nadie notara que yo había llegado tarde.

Un hilo invisible siempre ha conectado nuestras vidas. Él era muy joven y ya con familia cuando Huelva se convirtió en el destino que cambiaría su trayectoria, primero como abogado laboralista. Pronto llegó el compromiso con la política, la representación en Madrid y en la provincia, en interés de esta tierra y sus habitantes, con el orgullo de ser un onubense más. El océano Atlántico, las marismas, los bosques de pinos eran su paisaje y, a través de sus ojos, el paraíso que aprendí a amar también yo. Cada rincón que él me enseñó con pasión y con la que fue contagiando a los miembros de nuestra familia. En especial a Aurora, nuestra madre, para quien no había lugar comparable a Punta Umbría.

Por eso para mí Huelva siempre será mi hermano, el lugar donde fue más feliz, rodeado de sus amigos, muchos de ellos como hermanos; el lugar que siempre eligió para volver. Estos están siendo los días más tristes de mi vida. Se ha perdido al amigo de sus amigos, al vecino amable, al político, y yo a mi único hermano. La persona a la que más he querido, más he admirado, el que me ha protegido y acompañado en cada una de las etapas que hemos transitado juntos.

Sus hijas, Sara y Raquel, y yo, Gloria, en nombre de toda nuestra familia, de los miembros más allegados (incluso su inseparable gato Charli), queremos agradecer las muestras de afecto que hemos recibido estos días. Y queremos también pedir disculpas si alguno de sus muchos amigos y conocidos no ha comprendido la forma de despedirlo en la más estricta intimidad. Fue su voluntad expresa que así se hiciera, que no hubiera un acto público ni un funeral.

Quiso marcharse como siempre había vivido, de manera discreta y sencilla, como un buen socialista, en su casa y en paz. Y con una sonrisa. Porque Javier siempre nos hacía reir, lo haría en este momento si nos viera flaquear, con ese sentido del humor tan agudo y preciso. Se queda con nosotros su recuerdo y un ejemplo personal que lo mantendrá vivo para siempre. Como si ahora fuera yo quien quisiera atrasar las agujas del reloj para seguir conectada a él.

Gracias a todos y a todas por comprender.

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