Análisis

Tacho Rufino

¿Se acabó trabajar en casa?

Ni siquiera las semanas 'híbridas' se mantienen: a la oficina todo el mundo, se acabó el curro en babuchasEl teletrabajo ha sido una experiencia masiva movida por el trauma, a ver en qué queda

Nunca como durante la pandemia las personas han trabajado tanto de forma remota, o como suele ahora decirse, on line. Ha sido un año, pero qué año. A la fuerza ahorcaban: no ha sido por conciliaciones ni innovaciones de RR.HH. ¿Ha sido para bien?, con el trabajo desde casa, ¿qué cosas se han puesto de manifiesto en cuanto a productividad laboral y para el beneficio para la empresa? ¿Cuáles otras han mejorado el equilibrio familiar, el estrés innecesario, las emisiones por desplazamientos? ¿Cuáles son los ingresos y gastos para unos y otros, empleados y empresas, por este inesperado estado de cosas? Alguna consecuencia sí cabe deducir del cambio repentino -aunque parece que fugaz- de las oficinas y otros centros de labor, que en muchos casos quedaron desiertos. Todas estas deducciones que hagamos deben ser puestas en solfa, o sea, no son definitivas, pero sí indiciarias, y deben movernos a replantear las relaciones laborales, haciendo un vicio (la pandemia), una potencial virtud (mejora de la productividad y de las condiciones de trabajo). Aprendiendo del trauma.

El teletrabajo -en aquellos puestos que lo permitan, es obvio-, tiene consecuencias positivas y otras que no lo son. Algunas lo son para las personas, pero no para las empresas, y viceversa: pero hay zonas de intersección y ganancia común de empleados y empleadores. Enumeremos algunas, de consecuencias que pueden hacer mejores a las empresas y a la vez la vida de sus trabajadores... o al contrario. Se trata de identificar indicios que pueden orientar nuevas formas de organización y cambios en la existencia de la gente, que pasa casi la mitad de sus horas conscientes yendo al curro y ganándose el pan con el bíblico sudor de su frente, o al menos con su esfuerzo y su presencia en puesto. A la espera de series temporales largas que permitan mayor discernimiento, el teletrabajo ha reducido la condena de las reuniones cara a cara, quizá tras un AVE, un vuelo u horas de coche. También de aquellas que son innecesarias y, muchas veces, son meras formas de justificar la jerarquía. Pero las reuniones por internet han eclosionado. Y en algunos casos han llegado a ser también improductivas y excesivas en número.

Algunos de los pasivos de este balance provisional se derivan de directivos que necesitan -con mayor o menor razón- confirmar el compromiso de sus subordinados cara a cara, o que no pueden asegurar la eficacia y eficiencia del trabajo de su gente; de su mera coordinación, de la capacidad de evaluar, formar y hacer equipo a lo largo de la cadena de mando. O jefes que se ven con los pies colgando, con su propia existencia puesta en duda si no están en la oficina o su despacho. Para muchos jóvenes profesionales, las reuniones on line son el pan nuestro -el suyo- de cada día. Las nuevas generaciones de economistas, abogados, arquitectos o ingenieros están ya hechas a ese medio. Los metros cuadrados de oficina son de pronto sospechosos de holguras, de coste evitable.

En el retorno hacia la normalidad, muchas empresas reculan. Vuelven a lo habitual: comités rutinarios donde se estrechan las manos, desayunos, máquina de café. No ya reniegan del trabajo no presencial, sino que tampoco entran por la idea de las semanas híbridas, que combinan la presencia en puesto con la contribución desde casa. No pocos empleados, en fin, prefieren volver a su mesa, a la interacción, al horario de ocho horas a tiro de vehículo. A no tener que cargar con la dinámica de la familia, y sí coger aire en la oficina. Porque saben que la vida es relacionarse, y que una empresa, a unas malas, te va a controlar el ratón y el teclado que tienes sobre tus babuchas Ahí hay una perversión totalizadora perfectamente posible tecnológicamente.

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