Cualquier acto que organicen nuestras hermandades, si no es definido y calificado como solemnísimo, parece que éste, ha sido de poca monta. Y para ser merecedores de este superlativo, que tantas veces vaciamos de valor, parece ser, que hay varias premisas importantísimas que se ha de seguir a rajatablas; la oscuridad, la lentitud y en muchos casos, que los participantes con un papel más activo, pongan caras agrias.

Como cofrades que somos, hemos heredado unas formas barrocas, que son las que nos gusta, pero, nos guste o no, vivimos en el siglo XXI, donde nuestras calles, donde nuestras casas, en definitiva, nuestras vidas están repletas de luz; bien natural o artificial.

A los cofrades nos gusta esas penumbras evocadoras que nos trasladan a otros tiempos pretéritos. Somos muy dados a organizar actos de culto, donde la oscuridad es tan extrema que casi no se ve nada. No crítico, Dios me libre, esta actitud, pero lo que si abogo es por no llegar a esas negruras tan liminales que crea un sentimiento de inseguridad, de desasosiego y de incertidumbre entre todos los participantes, perdiéndose en muchos casos, ese recogimiento que se persigue. Solemnidad y oscuridad no son sinónimos, ni siquiera, tienen relación. Se puede crear ese ambiente de recogimiento con una luz más tenue, más suave si se quiere, pero no llegar a esa oscuridad casi tenebrosa. En el Barroco las calles eran oscuras porque era lo que había, no porque les gustasen a los cofrades de aquella época.

Lo Solemne tampoco es sinónimo de lentitud. Unos cultos ágiles y preparados, unas procesiones resueltas y como decimos coloquialmente; ligeritas, ayuda a que se viva con más intensidad lo que se esté celebrando. Cierto es que cada acto y culto deben de durar lo que sea necesario, pero sin excederse ni eternizarse. En este asunto, todos, y que nadie mire para otro lado, hemos mirado el reloj cuando cualquier evento cofrade se excede del tiempo, que el sentido común, proclama como justo. El equilibrio en las formas y en el tiempo es clave para el éxito de cualquier celebración. Solemnidad y lentitud tampoco no son sinónimos. La lentitud provoca que se improvise y, la improvisación desemboca en un alargamiento de actos, que no tienen sentido y, por consiguiente, induce a la falta de participación.

Para participar de un acto solemne tampoco hay que ir con una cara desencajá, como decimos en Huelva. Esto no quiere decir que vayamos o participemos de los actos y cultos cofrades con risas y sonrisas. A veces, cuando al venerar una imagen en besapié, lo escoltan algunos hermanos, éstos parecen la guardia de esos monumentos al soldado desconocido, que existen en algunos países. San Pablo nos decía que fuéramos alegres. Esa alegría no es estar todo el día de cachondeo, pero en nuestros eventos, en nuestros cultos, si los que tiene alguna responsabilidad pusieran un semblante menos impuesto y menos ácido, todos los participantes entenderíamos que somos parte de lo que se está celebrando. Que, en nuestras Secretarías, cuando un hermano vaya a sacar la papeleta de sitio, tome ese acto con alegría, pues, eso es algo muy grande y, el que expida dicha papeleta trate a ese hermano con una cara que no parezca que le está cobrando una multa.

Equilibrio en las formas y en el tiempo; mágica palabra para que todo transcurra como mandan los cánones.

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