Hace ya la friolera de 15 años que María Lizaso, Manolo Morillo y el que garabatea esta columna decidimos adentrarnos en los recovecos de una ciudad como la nuestra, para tratar de entender donde vivimos y hacía donde vamos. Tan sencillo como eso. Tan complicado como resumir todo, en entregas dominicales en Diario de Cádiz, durante cuatro años. Eso sí, disfrutamos en el camino.

Pretendimos ordenar en el tiempo aquella rica fuente histórica, de la que bebimos, mientras buceábamos por archivos, textos o tertulias con los vecinos de aquí.

Desde el alféizar de uno de los palacios que aún quedan en pie en El Puerto, visualizamos el reloj de la Prioral. Se alza majestuoso y humilde. Enjuto y ajeno. Ojo avizor, en un incierto horizonte. Nos observa sin parpadear...

El espacio y el tiempo contenidos en unas manecillas, el sonido de las campanas, el nido de las cigüeñas, la luz naranja del atardecer. Allá arriba, se insinúa, por el barrio alto.

Petrificado y ausente. Siempre presto a marcar las horas, a dejar pasar el tiempo, a vislumbrar en el horizonte lo que está por venir y lo que se fue. A ser testigo mudo, en las noches. A vigilar -como un sereno-, lo que ocurre cada día, cada hora, cada minuto. A ordenar en el tiempo.

En cuatro años, embarcados en una aventura apasionante, pusimos negro sobre blanco. Recorrimos rincones de los archivos, repasamos textos y trabamos conversaciones con los nuestros. Ordenamos con pasión ese tiempo, ese espacio y esas circunstancias que marcaron un antes, un hoy y un después. Y dimos luz al texto que, el 16 de mayo, a las 19:30 horas, se presenta en el instituto Santo Domingo. Estaremos encantados de compartir ese momento.

En un minuto hay muchos días, clamaba William Shakespeare. Somos, indudablemente, lo que fuimos.

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