Hace poco, en una magnífica columna en un diario de tirada nacional, el Gran Vilas -Manuel Vilas- se sumergía en las almas de nosotros los lectores para arrancarnos los rincones donde se esconde el horror. Vilas se ha convertido en submarinista experimentado.

Es un ejercicio interesante para cualquiera y entre las respuestas en redes sociales a la columna se encontraron más horrores. Este es un escritor interactivo.

El horror está en… "termine usted la frase", le decía el autor a todo el que se asomaba al balcón que había dejado en aquella página, o en la pantalla de nuestros móviles, o en nuestro ordenador.

"El horror son los pobres de autobús", "los adverbios", "un phrasal verb", todos los lectores añadían los horrores. En el mundo del deporte y del rugby también tenemos los nuestros. El horror es un balón liso y mojado; un retenido a pecho descubierto; el horror es una patada fuera de la línea de veintidós; el horror es tener que placar a un tren; un pase adelantado. Pero hay horrores de otra categoría, de los que uno no quiere ni hablar, como si fuese a convocar a sus fantasmas sólo por nombrarlos.

El horror tiene que ver con los Galeses de Londres y su desaparición, con tener que pintar un campo con cal bajo el calor, o bajo la lluvia, o como sea; no tener sitio donde jugar o entrenar. No poder ir al partido de tu hijo o no poder ir ni a tu propio partido. No poder jugar más; o ir a jugar después de haber decidido que ya no puedes jugar más.

El deporte está lleno de miedos. Pero el peor de todos, sin duda, es aquel que hace que los equipos nos sobrevivan, que sean inmortales y que sea cosa nuestra que así sea. Es un peso enorme que sólo un tipo de persona se echa encima. Es ese tipo de persona que piensa que tiene la obligación de actuar. Son las personas que tienen más presente el horror de verdad.

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