J. Antonio Mancheño Jiménez

La Mantequería

Huelva/En Navidad su escaparate era un jardín suculento donde mostrar sus preciosistas galas, viandas con lazos de colores ocupaban su selectiva exposición. Todo un lujo para los viandantes la excelencia surtida para exaltar la tradición pascual.

Saturnino, de impoluta blancura, atendía con profesionalidad, respeto y compostura a la nutrida clientela que por aquellos tiempos aumentaba considerablemente, sugiriendo con su mirada la variedad de productos idóneos para el ceremonial y ofreciendo catar las untuosas lonchas de jamón ibérico, las de York, los patés, sobrasadas y quesos, la rulada de cerdo... los almendrados, turrones, peladillas, marquesas, batatas glaseadas, polvorones, girlaches, huevo hilado, figuritas de mazapán y por supuesto, los excelentes vinos, acordes con el preceptivo menú: blancos, tintos, rosados, anises y champangnes. De “guiski” nada.

Imaginemos un comercio de mediados del siglo pasado que presumía de estar a la altura de las grandes mercaderías existentes en todo el territorio nacional, lo que debía ser cierto ya que sus exponentes eran de una excelente calidad, igual que su prestigio.

Se hallaba situado a mediados de la calle Palacio, acera derecha, después de Foto Álvarez y el Mercado de Artesanía (atendido por la novia del buen Pepe Santos, dueño de una panadería el la Plaza “las Monjas”) y local precedente al concurrido Bar Nacional, el Martillo, la barbería de Conejo, la que fuera Casa de los Medina Sidonia y la inolvidable, Cervecería de Viena, con Ramón López al frente. En su entorno, frente a ella, se hallaban la Librería de Justo Toscano, la tienda de Manolo Castillo (música), la sastrería de Gregorio Fidalgo y la famosa pastelería/confitería de Jorva (La Victoria), cuyas exquisiteces traspasaban fronteras con sus buñuelos de crema, los san honoré, las milhojas, los merengues y victorias... con lo que todo el tramo de la calle era una conjunción de olores y sabores irrepetibles.

Acompañaba a mi padre y con inmediatez, Saturnino, mostraba una sonrisa persuasiva. Bienvenidos, don Juan y Juanito, decía, cosa que durante años y por más que quisiera no pude cambiar, a pesar de mi empeño en explicarle que yo no era Juanito sino Toni. Imposible, seguí siendo Juanito aún en plena adolescencia, mientras él era un acontecer de educadores gestos y relator de atractivos manjares, junto a Lola (cajera) y sus fieles adláteres, Pino, Diego y Millán, que viajaba con el Recre a la par que el delegado de campo.

Mostraba, uno por uno, los últimos envíos llegados de Madrid (sede central) y se empeñaba en mostrarnos toda la producción gastronómica al objeto de degustar su esencia y poder alabarla. Se enorgullecía de su notable “establecimiento”.

Aquel era un templo culinario donde avivar la mesa que al tanto mi madre adornaría con un gran mantel blanco en cuyo centro humeaba una honda sopera, luego, una enorme bandeja con su correspondiente pavo asado y la interminable sucesión de entremeses y postres. Aquello parecía un batallón de platos y platillos, debidamente ordenados para la acogedor cena de Nochebuena y posterior Navidad. Todos sentados en orden de combate, vestidos para la ocasión y listos para pasar revista. Sobre la chimenea de mármol, presidía el Belén.

En esa hora, ya la Mantequería Leonesa o de Rubio (uno de sus propietarios) llegó a ser un icono entre los onubenses, junto a Los Ángeles, la otra insignia local, que por azares del destino recibiera asimismo, la persuasión de los sentidos que infundían las bizcotelas y borrachos, medias lunas y piononos de Manuela Miguel (El buen gusto), local situado frente a la Iglesia de la Concepción.

Aquellas fechas son una inolvidable sucesión de blancos recuerdos, de dependientes con largos mandiles, correctos, amables y atentos a cualquier sugerencia. Era también, la Flor de Navidad, las zamarras, cántaros, zambombas y villancicos, el muérdago, la escoria y el serrín, la estrella y el pesebre, el romero y los Reyes, el musgo y por supuesto las “bombitas” de Baltasar.

En la memoria giran la Navidad y el encanto de una arteria, santo y seña de la “Mantequería”. Pasa la vida y yo sigo buscando la magia de aquel tiempo perdido. Feliz Natividad.

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