Tomás Pavón: El eco que nunca muere
Historias del fandango
Tomás Pavón, 4/4. Los ecos del cante de Tomás son imperecederos porque traspasa la barrera del tiempo y sigue sonando fresco, actual, magistral
Cuando se cantan sus “fandanguillos”, como tituló a los de Tomás la discográfica Regal a finales de los años veinte; cuando suenan en un auditorio, los aficionados no solo escuchan al ocasional intérprete, sino que evocan a Pavón, que se esparce sobre la audiencia el aroma de un cante grande y verdadero. Los ecos de Amapolas de un trigal, De la playa las arenas, Mi caballo se paró… siguen alimentando la memoria con el buen gusto flamenco, imperecedero, de Tomás.
Las fiestas de la nobleza
Las fiestas privadas en palacios, casas nobles, lujosos hoteles o ventas del exterior de Sevilla eran los lugares en los que los aristócratas celebraban acontecimientos personales o familiares, a los que solían convocar a la élite de los artistas flamencos de la época. Antonio Chacón, la Niña de los Peines, Pastora Imperio, Pepe Marchena, los guitarristas Ramón Montoya y Manolo de Huelva, Manolo Caracol, Tomás Pavón… eran invitados habituales a esos saraos. En la década de los años veinte del siglo pasado se celebraron muchas de estas fiestas en Sevilla, convocadas por aristócratas o por los reyes de España. Fiestas en el Palacio de Dueñas de la Casa de Alba, en el palacio de Yanduri, en el hotel Alfonso XIII o, como en este caso, en la Venta de Antequera. Miren qué nómina de títulos nobiliarios pendientes de la actuación de los artistas flamencos. Todos sentados en fila en el salón de la venta, en un ambiente que –intuyo– no era el del recogimiento que Tomás necesitaba para cantar a gusto, pero… [1].
El recuerdo de Antonio Mairena
En Las confesiones de Antonio Mairena, el maestro de los Alcores recuerda una de las noches en que escuchó cantar a Tomás en La Vinícola, plaza del Duque de Sevilla. Noche, con toda la crema junta de buenos aficionados: “El último en cantar fue Tomás Pavón, que estaba sentado a mi vera y me decía: –Primo Antonio, ¡qué malo es tener que cantar sin poder beber!, porque Tomás sufría una dolorosa enfermedad y no podía beber vino. Se tenía que limitar a tomarse un vaso de leche. Pero tenía que cantar. Y fue y le dijo a Manolo de Huelva: –Toca por soleá. Cuando Tomás se templó, yo sentí un escalofrío. Estuvo cantando media hora por soleá: los cantes de Alcalá, de la Sarneta, de Enrique el Mellizo, de José Illanda, de Frijones y de Triana. La reunión rayaba en el delirio ante aquel gran manantial de cantes. Todos nos mirábamos atónitos, sin saber qué nos pasaba… Y después: –Señores, perdonadme; que lo que tengo que cantar esta noche lo voy a cantar seguido, y el corazón me pide cantar por seguiriya… Yo noté en la cara de Tomás que el duende se le había enredado y que era el momento preciso de desprendérselo para deleite de aquella reunión. Y lo que luego ocurrió no se puede describir. Ni volverá a repetirse nunca. Yo no había escuchado en mi vida cantar como cantó Tomás aquella noche: cerca de una hora cantando por seguiriyas de distintos matices, que nos sacudieron a todos de forma irresistible. Algo sobrenatural”.
Manolo Caracol, nostalgia del cante antiguo
Manolo Caracol, cuya familia entroncó con la de los Pavón al casarse su hija Luisa Ortega con el panista Arturo Pavón, hijo de Arturo Pavón Cruz, fue siempre admirador de Tomás y un nostálgico del cante antiguo, en el que veía una pureza que con el tiempo se habría perdido. Tomás Pavón estaba siempre en su memoria como referente del cante bueno, del cante antiguo que él recordaba cuando grabó su antología Una Historia del Cante Flamenco (año 1958). En una entrevista publicada poco después de la grabación, afirmaba no encontrar a nadie que siguiera la línea del cante grande de Silverio, Manuel Torre, Niña de los Peines, el Gloria, la Moreno, Tomás Pavón… Ni cantaores como aquellos ni ambientes como los de antes [2].
Caracol era un nostálgico pertinaz: decía que solo le gustaba el cante de los antiguos: su abuelo Curro Dulce, Silverio, Chacón, El Mellizo, Manuel Torre…. En una entrevista en la revista Amanecer, en 1950, le preguntó el entrevistador que a quién admiraba de los cantaores actuales, sospechando que iba a decirle “a ninguno”, pero Caracol respondió rápido:
–Al hermano de la Niña de los Peines, Tomás Pavón, que no canta en público.
Cuando murió Tomás
Falleció a los 59 años de edad, el 2 de julio de 1952 a consecuencia de un cáncer de pulmón. Fecha maldita ésta para los cantaores flamencos, pues el día en que murió Tomás fallecieron también Paco Isidro en 1962, Camarón de la Isla en 1992, Paco Toronjo en 1998 y Antonio el Arenero en 2004.
Cuenta Bohórquez que Tomás “murió pobre en una habitación que le había dejado su hermano Arturo en su casa de la Alameda… Mientras, Pastora y El Pinto lloraban desconsoladamente en la azotea y Reyes le acariciaba la cabeza para que su marcha no fuera tan dura. Reyes se quedó muy desamparada y se tuvo que buscar la vida como pudo, unas veces vendiendo colonia y otras rifando por las calles unas muñecas de trapo que ella misma hacía” [3].
El periodista Antonio Rodríguez de León recordó en un artículo que Tomás había tenido la tentación, o el sueño, de crear una academia para enseñar el cante jondo [4].
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