Rengel, el cantaor que a los cinco años ya cantaba: "No tenía más Dios ni más Santamaría que el cante y el cante”

Historias del fandango

Rengel, 1/8. Iniciamos una serie de 8 capítulos dedicados a la memoria de Antonio Rengel, el más grande cantaor y creador de los fandangos onubenses

1. El cantaor onubense Antonio Rengel.
1. El cantaor onubense Antonio Rengel.
Miguel Á. Fernández Borrero

30 de mayo 2025 - 05:01

Huelva/Nació el 17/08/1903 en el barrio de San Sebastián. Cuarto hijo de siete, casi todos ellos buenos aficionados y parte de los cuales actuaron también. El padre trabajaba como albañil y esa salida laboral fue la que quiso inculcarle, pero “tuvo que dejarlo por imposible porque el niño no tenía más Dios ni más Santamaría que el cante y el cante”, escribió Juan Gómez Hiraldo en Al cielo que es mi morada. No es de extrañar que quisiera para su hijo otra profesión, porque la de artista era socialmente desprestigiada y económicamente incierta. De su madre, ama de casa y aficionada, se le contagió al chiquillo el gusto por el cante.

Poco después, la familia se trasladó temporalmente a la casa de un huerto en el Conquero y allí fue donde descubrieron su temprana vocación flamenca. “A los cinco años, ya cantaba con muy buen estilo los fandangos populares de aquella época, haciendo a su manera lo que escuchaba”. Y sobre los ocho comenzó a acercarse a los locales donde los aficionados taurinos celebraban tertulias a diario, “a las que seguían en ocasiones reuniones de cante, sobre todo cuando llegaba al lugar alguna figura flamenca o algún que otro conocido aficionado alosnero a su paso por la ciudad”, contaba Onofre López en una conferencia en la Peña Flamenca en 2011.

Las tertulias de los toreros, el cante de aficionados como Hipólito Moreno, las ventas de Angelillo y de Cardeñas… fueron sus academias iniciáticas. Cuando regresaba a su casa, se aislaba para ensayar en la caseta de los aperos de trabajo, donde con un listón de madera y unos hilos se fabricó una réplica de guitarra. Pues necesitaba un tocaor y se le apareció el joven Rafael Rofa.

Hizo sus primeras actuaciones en un salón que había próximo al teatro Mora, y a los ocho años debutó como profesional en el cuadro de un cine mudo con fin de fiesta en la Plaza de la Merced [2]. Y ahí tenemos al chaval, con su hermano Pepe siempre de ayudante y consejero, recogiendo las monedas que le tiraban al escenario para premiar su actuación.

2. Plaza de la Merced, donde debutó Antonio Rengel. Foto de Josep Thomas sobre 1910, AHPH
2. Plaza de la Merced, donde debutó Antonio Rengel. Foto de Josep Thomas sobre 1910, AHPH

Dos anécdotas de varitas

En otra ocasión, se dice pero es poco probable que así ocurriera, que lo escuchó cantar don Antonio Chacón en la plaza de toros y que de la emoción que le produjo rompió su varita de un golpe contra el suelo. Cuesta creerlo. Chacón era soberbio, pero no consta que reaccionara así con el chico.

–. A ver… Cántame otra vez la serrana, hijo, que no te he podido escuchar bien desde los camerinos, –le dijo tras acabar su actuación en el escenario.

El maestro Chacón lucía siempre una varita de ébano con contera de plata de la que se ufanaba porque los demás solían tenerlas de menor prestancia.

1. El cantaor onubense Antonio Rengel.
1. El cantaor onubense Antonio Rengel.

Quizás esta leyenda se confunde con otra, años después, en la que un enojado Manuel Torre, que actuaba en la Plaza de la Merced durante la fiesta de la Virgen de la Cinta, se enfadó mucho porque el público, ignorando su actuación, coreó el nombre de Rengel hasta que le hizo subir al escenario para cantar, y el de Jerez sí que se encalabrinó y se dice que partió la varita suya de rabia (¡aquel Manuel Torre, que más tarde grabaría uno de los estilos de fandango creado por Rengel!).

Fuera verdad o no alguna de estas dos anécdotas, lo cierto es que Chacón habló con su familia y quiso llevárselo con él de gira, pero sus padres no consintieron porque era muy chico. El Niño de Rengel siguió todavía unos años de su infancia y adolescencia cantando por bares y ventas de la capital.

El encuentro con El Portugués

Hay un pasaje de la vida de Antonio Rengel que narró Francisco López Jara en un artículo titulado Antonio Rengel, un maestro del cante, en el que glosaba la figura del cantaor, retirado hacía más de veinte años de la profesión cuando lo escribió, que se mantenía como una fuente de orientación para muchos cantaores. Dicho artículo se publicó en 1956, pero conviene referirlo aquí para seguir, aunque sea de manera aleatoria, los acontecimientos que ilustran la cronología de su vida cantaora. López Jara contó datos muy concretos sobre cómo Rengel aprendió la serrana, “sabia lección que recibió de su maestro artístico Antonio Silva El Portugués la última vez –entre 1915 y 1916– que éste actuó en Huelva (poco después enfermó), cuando Rengel contaba unos doce años [3].

[3] Cartel del festival a beneficio de Antonio Silva El Portugués
[3] Cartel del festival a beneficio de Antonio Silva El Portugués

El Portugués fue su más decisivo maestro. Esta lección se llevó a efecto en la antigua y popular venta La Parada. El Portugués interpretó en aquella jornada toda la gama de su repertorio, sobresaliendo en soleares, cañas y serranas. Acompañaban al pequeño artista onubense su padre, el excelente cantaor Antonio Garrido, Rojitas –gran guitarrista– y los competentes aficionados Higinio Zapata y Luis García, conocido por ‘Luis el del Son’. Parece ser que fueron estos dos últimos los que prepararon aquella jornada jondística. Cuéntase como hecho curioso un sucedido elocuente de las grandes cualidades que poseía el entonces pequeño cantaor. Después de terminado aquel rato folclórico, emprendieron el camino a la estación para despedir al Portugués, que marchaba para Sevilla donde tenía que actuar. Al pasar frente al establecimiento denominado La Mancha alguno del grupo invitó a una copita, “la penúltima”, y entraron. Luis el del Son dijo al Portugués:

–. Maestro, como despedida cántenos usted por cañas.

El cantaor accedió. Rojitas desenfundó la guitarra y púsose al toque y aquel cantó por cañas como sabía hacerlo, cerrando con este colofón su lección ocasional. Y salieron. De regreso de la estación entraron otra vez en La Mancha. Entonces, el pequeño Rengel cantó magistralmente por las cañas que antes había interpretado el cantaor lusitano (en realidad, Antonio Silva era natural de Castilleja de la Cuesta, según exhaustiva investigación de Manuel Bohórquez). El alumno hacía honor a la gran solera del cante del maestro”. Nada se dice en el artículo sobre si fue en esta ocasión o en otra cuando El Portugués enseñó a Rengel el fandango de La Parrala.

(Continuará).

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