Mueran las cadenas

Prometeo liberado | Crítica

Cátedra publica uno de los grandes poemas de Percy Bysshe Shelley en edición bilingüe de José Luis Rey, que transmite en su versión la fuerza y el simbolismo del original romántico

Henry Fuseli, ‘Prometeo liberado por Hércules’ (1781-1785).
Henry Fuseli, ‘Prometeo liberado por Hércules’ (1781-1785).

La ficha

Prometeo liberado. Percy Bysshe Shelley. Edición bilingüe de José Luis Rey. Cátedra. Madrid, 2025. 328 páginas. 16,95 euros

El mito griego de Prometeo, que robó a los dioses el fuego sagrado para entregárselo a los mortales, tiene paralelos en otras culturas, pero ninguna de las figuras asociadas puede igualarse en su riqueza a la del titán castigado por Zeus, condenado por su osadía a penar encadenado a una roca del Cáucaso donde un águila devoraba su hígado todos los días, después de que el órgano le volviera a crecer por las noches. De acuerdo con la variante más difundida, así ocurrió hasta que Hércules se compadeció de su cíclico sufrimiento y abatió al águila con su arco, liberando a Prometeo que en adelante sería venerado como transmisor del conocimiento que hizo posible el progreso de los humanos, aunque a la vez los despojara de su inocencia primigenia. Por lo que su rebeldía implicaba de desafío a la autoridad divina, que con el tiempo simbolizaría la lucha contra la opresión de cualquier clase, era inevitable que el mito sedujera a los románticos, como se aprecia en los poemas que le dedicaron Goethe o Byron y de un modo originalísimo en el Frankenstein de Mary Shelley, famosamente calificado como “nuevo Prometeo”. Fue sin embargo su marido, el poeta Percy Bysshe Shelley, quien siguió más de cerca la obra atribuida a Esquilo en su Prometeo liberado, que pasa por ser junto a la hermosa elegía que dedicara a la muerte de John Keats, Adonais, su creación más alta y perdurable.

El traductor explica con maestría los niveles de significado que contiene el drama

Leímos en los noventa la versión de Alejandro Valero para Hiperión y casi treinta años después aparece esta nueva de José Luis Rey en Cátedra, precedida de una brillante introducción en la que el traductor explica con maestría los niveles de significado que contiene este “drama lírico en cuatro actos”, compuesto por Shelley en Roma –donde el exiliado acudía para inspirarse a las impresionantes ruinas de las termas de Caracalla, tal como aparece en el retrato de Severn que ilustra la cubierta– y publicado en Londres en 1820. Se dice no sin razón que el gusto de Shelley por los poemas de ideas, su característica grandilocuencia y sus visiones a veces abstrusas alejan al poeta de la sensibilidad moderna, pero Rey lo reivindica y entronca su poética con el linaje rilkeano. Continuador de Coleridge por el camino –opuesto al de Wordsworth y Keats– de la imaginación simbólica, Shelley creía en la supremacía del Espíritu, al que apela en su formidable Himno a la Belleza intelectual, y fue esa predilección por la “imaginación abstracta”–como la calificaba su mujer, tan devota de su legado, en la evocadora nota que antepuso a la obra– la que lo llevó a preferir, entre los trágicos griegos, la “sublime grandeza” del más antiguo de ellos.

Shelley prescinde de la esclavitud del Lenguaje para escuchar el discurso del Ser

En última instancia, el Prometeo sería un canto a la capacidad transformadora y visionaria de la poesía. El idealismo platonizante de Shelley tiene un fondo cristiano que puede sorprender en el discípulo de Godwin y temprano autor de La necesidad del ateísmo, aquel panfleto de juventud por el que fuera expulsado de Oxford, pero se refleja de hecho en el retrato del héroe y su disposición al sacrificio. Con el severo padre de los dioses, sin embargo, encarnación del poder absoluto, no hay reconciliación posible. Y la buena nueva sólo puede venir de la anhelada emancipación –“rey de sí mismo: el hombre”– que traerá el amor, el bien, la verdad y la justicia. El poema, entonces, admitiría tres lecturas: la personal del autor también proscrito, la no menos clara en clave política y una tercera que Rey llama metapoética. En virtud de ella, el Prometeo sería una “alegoría de la función del Poeta en el mundo”, orientada a la liberación de la esclavitud del Lenguaje para escuchar el discurso del Ser, con su “propia y libre gramática”. Partiendo de su voluntad de impugnación de la tiranía, Shelley erigió una memorable defensa de la libertad que trasciende los contextos concretos y tiene y seguirá teniendo un alcance imperecedero.

Joseph Severn, ‘Shelley componiendo «Prometeo liberado» en las termas de Caracalla’ (1845).
Joseph Severn, ‘Shelley componiendo «Prometeo liberado» en las termas de Caracalla’ (1845).

Elevación

En su extensa antología de la poesía de Shelley, Donde están los Eternos, publicada por Reino de Cordelia, ya precisaba José Luis Rey que no había incluido el Prometeo porque tenía previsto publicarlo en edición exenta. El volumen, también bilingüe, sí recogía el resto de los poemas largos: Mont Blanc, La máscara de la anarquía, Epipsychidion, Adonais y el inacabado El triunfo de la vida, en el que trabajaba Shelley cuando naufragó frente a la costa de Italia. Desde hace años, Rey compagina su obra poética –que incluye los heterónimos, tan distintos, de Luis Tulsa y Fernando Plata– con una doble dedicación a la traducción y la crítica, facetas que no se presentan como algo separado de su oficio o su condición de poeta. En calidad de ensayista, ha abordado las obras de Juan Ramón Jiménez, Claudio Rodríguez o Pere Gimferrer, a quien dedicó una tesis convertida en estudio de referencia. Como traductor, no ha temido medirse a los grandes en sus versiones de Coleridge, Keats, Tennyson, Emily Dickinson, Wallace Stevens, T. S. Eliot o Dylan Thomas. A contracorriente de un tiempo desmitificador en el que buena parte de la poesía se orienta a la exploración del conflicto o la impureza, toda su obra parece presidida por un deseo de elevación que en su último libro toma la forma de himnos a los altos.

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