Historias del Fandango

El niño de Barbate

  • El Niño de Barbate (1906-1976) fue un cantaor muy influyente en los aficionados de la capital en la segunda mitad del siglo XX

El Niño de Barbate en 1943, foto cedida por Daniel Florido, de la Peña Flamenca Niño Barbate. El Niño de Barbate en 1943, foto cedida por Daniel Florido, de la Peña Flamenca Niño Barbate.

El Niño de Barbate en 1943, foto cedida por Daniel Florido, de la Peña Flamenca Niño Barbate.

No era de Huelva, pero en esta tierra y en sus ambientes flamencos ejerció su magisterio. Antonio Castillo Melero, también apodado El Muela por la finca en que vivió de niño, recaló muy joven en Ayamonte, trabajando en un barco sardinero. De juerga con unos amigos en Isla Cristina, en el Bar Rafaelito de los hermanos Rojas, muy frecuentado por aficionados, allí cantó en público por primera vez con 18 años. Era el año 1924 y en Isla se quedó hasta 1930, que se instaló en Huelva. Allí escuchó cantar y tocar a Antonio Silva El Portugués , de quien aprendió mucho. Ya profesional,  debutó en el cine Colón de la capital, en 1928, compartiendo cartel con Pena hijo, Centeno, Niño Isidro y Antonio Rengel, ilustrando con sus cantes la película muda de La copla andaluza.

Un talento innato

Sus virtudes como artista flamenco las definió certeramente Juan Gómez Hiraldo: “Tenía un talento innato para la asimilación y el recuerdo de los cantes y los cantaores…, unas dotes extraordinarias para reproducirlos y recrearlos en sus menores detalles…. Imitaba el cante de los grandes del pasado con cuatro compases; llevaba la voz donde quería. Dominaba algunos palos con una perfección y un conocimiento que los hacía fáciles y asequibles para cualquiera”.

El concurso del Circo Price

En el Concurso Nacional de Cante Flamenco del Circo Price de Madrid, en mayo de 1936, ganó un segundo premio de cante por seguiriyas, con Fernando el de Triana y Ramón Montoya en el jurado. Esto le supuso un espaldarazo profesional, participando seguidamente en una gira con los ganadores de setenta espectáculos  por toda España. La gira comenzó en el Teatro Mora de Huelva, donde cantó por fandangos, pero –dijo el cronista- no cantó “el suyo”.

Diario de Huelva, 19.05.1936 Diario de Huelva, 19.05.1936

Diario de Huelva, 19.05.1936

El Muela  compartió escenarios siempre con los más grandes de su tiempo a lo largo de los cuarenta años. (Por razón de espacio omitiremos relacionar sus numerosas actuaciones en Huelva durante su larga carrera).

Entrevistas

En 1945,  Francisco Montero Escalera destacaba “su sencillez, su modestia y su natural compostura, ajenas a toda afectación, muy propia entre los profesionales que saben que valen”. Le comentó que  “el cante jondo nació en Cádiz” y le habló de las figuras históricas que lo sustentaron (El Viejo de la Isla, El Nitri, Silverio, Paco la Luz, El Mellizo, Frascola). Su gusto se inclinaba por las seguiriyas y las soleares (“los únicos palos que no admiten mixtificaciones”). ¿Y quiénes han sido los mejores cantando el fandango? Para él, Rengel por Huelva y Marcos Jiménez y Juan Mora por Alosno.

La Voz de Huelva, 05.04.1945 La Voz de Huelva, 05.04.1945

La Voz de Huelva, 05.04.1945

Cualquier conversación con Antonio desembocaba en una clase sobre el cante y sus figuras históricas,  parte de las cuales había conocido. Cantó con Manuel Torre, del que fue amigo; conoció a Antonio Chacón, cantó también con la Niña de los Peines, ponderaba la maestría de Antonio Mairena…

En otra ocasión, le contaba a José Calero, en Odiel, que estando una madrugada en la finca Carabales, propiedad de un amigo suyo valverdeño ya fallecido, mientras cantaba por soleá escucharon a un ruiseñor  y allí mismo compuso una letra que luego grabaría como fandango:

El alba al amanecer

Hay que ver cómo divierte

Este alba, señores.

El alba al amanecer.

Cantan los ruiseñores

Y se redobla el querer

Y también se alegran las flores

Fue asiduo cazador en los campos andevaleños  y muy aficionado a los gallos de pelea, como su admirado Manuel Torre.

En la línea tradicional de los cantaores gaditanos, el Niño de Barbate bordeaba en ocasiones las certezas del flamenco añadiéndoles imaginación a los hechos. Pero conocía sobradamente las verdades esenciales del cante. 

El falso fandango de Montes de San Benito

En 1955 grabó unos fandangos con estribillo (“La tonadilla nueva…”) seguido de un aire de fandango (“Yo solillo en tu favor…”) con siete versos, porque repite los dos primeros. En ningún momento lo identificó como fandango ni lo asoció a lugar alguno. Pero El Cabrero tomó esa musicalidad, le puso otra letra y lo tituló “fandango de Los Montes de San Benito” (LP Dale alas, 1981). Falso. La aldea de Montes de San Benito nunca tuvo fandango propio ni nadie del lugar pudo indicarle esa procedencia. Pero lo cierto es que lo grabó con cinco versos y ahí quedó, para confusión general, el mal llamado fandango de Montes de San Benito.

Carátula del disco de Niño de Barbate. Odeón, 1955 Carátula del disco de Niño de Barbate. Odeón, 1955

Carátula del disco de Niño de Barbate. Odeón, 1955

Vinculación con la Peña flamenca

Desde sus orígenes, estuvo muy ligado a la Peña Flamenca de Huelva, cuya creación celebró con entusiasmo y donde siempre fue bien acogido, tanto por su cante como por sus enseñanzas. En 1974 le tributó un merecido homenaje, junto con el guitarrista Rafael Rofa, imponiéndoles a ambos el emblema de la entidad y la consideración de socios de honor. Ambos llevaban cumplido medio siglo como artistas del cante y el toque. Y ese mismo año, pronunció en la peña una conferencia sobre la soleá y dio un recital de cante, todavía en plenas facultades. Los aficionados y peñistas mayores recuerdan una de sus últimas actuaciones,  la que hizo en el local de las Adoratrices.

En 1971 grabó sus últimos discos con el acompañamiento de Paco de Lucía. Años después, grabó una clase magistral de cantes, acompañado en parte por Niño Miguel, en la que cantó seis variantes de soleares, cuatro de seguiriyas, seis de tarantos y tarantas, levantica y otros palos de Levante, más cantiñas, mirabrás, alegrías, romeras y caleseras. Una reliquia para los aficionados.

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