Un brindis por la música y el paisaje
XVIII Encuentro Arte y Vino | Reportaje
Se ha celebrado el XVIII Encuentro arTe y ViNo, una cita singular que aúna música, paisaje, patrimonio y vino en enclaves únicos del corazón del Duero

Desde 2008, el Encuentro arTe y ViNo ha convertido los viñedos de La Seca (Valladolid) en escenario para una experiencia sensorial que trasciende la música. Impulsado por Didier Belondrade y ampliado en los últimos años con la colaboración de Abadía Retuerta, el festival reunió del 27 al 29 de junio conciertos, cócteles, almuerzos, paseos entre viñas y arte en diálogo con el paisaje. Música, vino, patrimonio y gastronomía se entrelazaron en una propuesta que celebra el gusto en todas sus formas: del oído, del paladar, de la mirada y del espíritu.
Durante estos tres días, la comarca vallisoletana se convirtió en un territorio de escucha y contemplación. Desde el órgano barroco de la iglesia de La Seca hasta los timbales y pianos resonando de noche entre viñedos; desde el violonchelo solitario en un claustro medieval hasta los ecos remotos del canto gregoriano en la piedra milenaria del monasterio. Música antigua y música contemporánea, interpretación e inspiración, todo se dio la mano en un marco que invitaba a la lentitud, al recogimiento y a la celebración.

La edición de este año se inauguró en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid, donde La Ritirata ofreció, en el espléndido patio renacentista del antiguo colegio de San Gregorio, un programa íntegramente dedicado a Luigi Boccherini. El conjunto compareció en formación de quinteto –Hiro Kurosaki y Miriam Hontana en los violines, Daniel Lorenzo en la viola, Ismael Campanero al contrabajo y Josetxu Obregón dirigiendo desde el violonchelo– para interpretar un repertorio marcado por el poder evocador de La música nocturna de las calles de Madrid, con su crudeza descriptiva y su irresistible teatralidad, y el célebre Quinteto del fandango, que La Ritirata abordó con un notable equilibrio entre rigor estilístico y vitalidad rítmica. El museo acoge en estos días (hasta el 14 de septiembre) una exposición dedicada a Eduardo Chillida, cuyas obras establecieron un sugerente hilo visual con las piezas del artista vasco que cuelgan en el ábside de la iglesia de la Abadía Retuerta, donde el festival culminaría dos días después.
El sábado por la mañana, la actividad se trasladó a la bodega Belondrade, donde en la misma sala de barricas en que se inauguró Support/Surface, una exposición con obras de Claude Viallat y Carlos León, el pianista Alberto Rosado ofreció Música y naturaleza, una selección exigente e inteligente que incluyó obras de Ravel, Bartók, Ligeti, Berio, Kurtág y Messiaen. No fue solo un recital, sino una clase magistral: el propio intérprete fue explicando cada obra, y en el caso de Messiaen –del que interpretó dos piezas de su Catálogo de pájaros– hizo sonar grabaciones reales de los cantos de las aves representadas, propiciando una escucha más informada y atenta. La interpretación fue sencillamente espectacular: elegante, precisa y con una claridad articulatoria y dinámica capaz de traducir las texturas complejas del repertorio sin perder profundidad poética.

Por la tarde, en la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción de La Seca, Pedro Luengo ofreció un recital para órgano que recorrió repertorios del siglo XVIII vinculando cada pieza con una variedad de uva, como si el teclado fuera también una herramienta de cata. Desde una fuga de Scarlatti hasta la Sonata nº54 de Soler, pasando por Nebra, Mozart, Lidón o Corrette, el músico gaditano –afincado en Sevilla, donde es profesor universitario y organista de la catedral– extrajo lo mejor del histórico instrumento construido por Antonio Ruiz Martínez en 1792. Restaurado en 2003, el órgano respondió con viveza al enfoque sobrio, pero lleno de matices, de Luengo, que se encargó además de la registración y del paso de páginas, caso verdaderamente insólito en su ámbito.
Al anochecer, en el exterior de la bodega, el Liber Quartet –formado por los pianistas Alberto Rosado y Duncan Gifford, y los percusionistas Javier Eguillor y Raúl Benavente– ofreció un programa de alta intensidad: la Sonata para dos pianos y percusión de Bartók y una versión de La consagración de la primavera de Stravinski para la misma formación. Obras exigentes, volcánicas, que encontraron en el cuarteto un equilibrio perfecto entre energía y control. El lento apagarse del día entre los viñedos del Domaine Belondrade potenció la experiencia sensorial de un concierto que apeló tanto al instinto como al intelecto.
El domingo el Encuentro se trasladó a la Abadía Retuerta, un monasterio del siglo XII restaurado de forma exquisita como hotel de lujo y contenedor cultural. El conjunto está rodeado por exuberantes pinares y por los viñedos que explota la bodega que lleva su nombre, cuyo CEO y responsable máximo de sus conexiones con la cultura es también un sevillano, Enrique Valero. En el claustro del monasterio, la violonchelista Iris Azquinezer ofreció a mediodía su Blanco y Oro, un programa en el que combina las Suites III y IV de Bach con tres piezas propias. Su Bach fue de una limpieza expresiva admirable: sin afectación, sin búsqueda del efecto, íntimo y contenido. Sus obras, de inspiración modal y espiritual, establecieron con naturalidad un diálogo con el repertorio del Cantor, reforzado por el marco en el que se desarrollaron: piedra clara, silencio profundo, atención extrema. En el ábside de la iglesia aneja se exhiben varios cuadros de Chillida, y el altar monolítico de Ulrich Rückriem (pieza de gran sobriedad matérica y espiritual), que parece sellar el espacio como una caja de resonancia. El público –atento, entregado– respiró al compás de cada silencio.

La clausura, ya por la tarde y en esa misma iglesia, fue un retorno al origen. Schola Antiqua, dirigida por Juan Carlos Asensio, propuso con Servasti vinum bonum un recorrido por el canto gregoriano y la polifonía medieval, centrado en el vino como símbolo eucarístico y cultural. En ese marco austero, la voz humana volvió a ser sonido primero y último, resonancia esencial. El tiempo pareció detenerse.
Programado en lo artístico por Antonio Moral, responsable de la exitosa fórmula del festival de bolsillo en Atrium Cáceres, que funciona obviamente como modelo, el Encuentro arTe y ViNo ha dado con este formato un paso adelante, que debería afianzarse en el futuro. En un entorno privilegiado, se invita al visitante al disfrute pausado, a la atención sin prisa, a la vivencia compartida. Un festival en el que todo se armoniza: los sentidos, los saberes, los paisajes. Como un vino bien hecho.
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