Me falta una razón para dártela


El Museo Provicnial de Huelva inauguró una exposición para recorrerla con los ojos de par en par, los oídos bien afinados, las manos reflejas, los pulmones batiendo, las piernas prestas y la boca cerrada en espera de una cavilación. Los ojos procesan imágenes, los oídos retienen sonidos, las manos afianzan, los pulmones sopesan la respiración, las piernas mueven el espacio y la boca delata.
Todo lo he sentido cuando el día después de la inauguración cabalgué por la exposición. Su lectura me hizo equilibrar las olas trazadas por un francotirador de imágenes y también montar y desmontar conjeturas por la instalación artística dedicada a toda una vida. Cabalgar, equilibrar, montar… por las olas del rompiente. Toso, respiro, restriego los ojos. Ando, y hablo. De la duda. Me falta una razón para dártela.
El cazador de olas, título de la exposición que Ignacio Alcaría (Valverde del Camino, 1948) cuelga en el Museo de Huelva de la mano de la Autoridad Portuaria y Cepsa, se divide en dos partes perfectamente argumentadas. O si quieren, esas dos partes argumentadas están divididas al son de dos salas.
En la primera de ellas, Alcaría expone todo lo que él quiere expresar, que no solo es pintura. Amor. Naturaleza. Comunicación. Da todo, y un poco más, de lo que un artista con virtuosismo en el pincel y en la retina puede exigir para aliarse al hiperrealismo y su nómina de sufijos. Cuadros veristas, diría que son "momentos evidentes robados al movimiento", en nada fácil de atrapar, y con suficiencia, donde la ola se abre al más allá de lo que el ojo paraliza en veladuras continuas, tamizadas por una cortina transparente en el que el objeto se convierte en exactitud. Ahí reside el poder creativo que destaca a Alcaría. Se mueve con gusto, sinceridad y superación.
Es más, es tal su apetito de avasallamiento plástico, que la ola se resiste a ser fotografiada para encararse con la verdad de la pintura, que no es otra que engañar a través del color y las formas dadas lo que uno ve… y, no lo olvidemos, lo que uno siente ante el objeto interpretado. Ese tránsito en busca de la mancha pictórica, aunque escasa de materia, dejando atrás las cosquillas de la reproducción, nos posiciona a un pintor en evolución que no quiere enclaustrarse en los barrotes de la imagen lavada y más lavada del realismo extremo.
Exégesis a modo de resumen de la primera de las salas. El realismo diente de sierra de Alcaría, hoy hiperrealista, mañana expresionista, en un mes portador de enjambres impresionistas, retrocedo para ser fotógrafo…, me enamora y cautiva por su facilidad de dar luz a la luz y luz a la sombra. No solo cuenta con calidad, sino con altas dosis de verosimilitud pictórica y naturalista, factor éste que le distingue y le exonera de las legiones de fundamentalistas y arribistas al uso. Diría que, en algunos de esos "momentos veraces robados al movimiento", se funde a la naturaleza con una claridad sublime, asombrosa, grácil.
Pero nos queda una segunda sala, la descubierta para una intentada instalación. Lo conceptual se nos antoja barroco. No entiendo cómo se puede casar una idea tan tradicional como el objeto/cuadro con lenguaje tan legible y entendible con una instalación. Apunten: vídeo con "una escapada al monte con traza surrealista portando desnudo nevera, sillón y cubata", fotografías seriadas, los objetos de la película (cama y sofá), la definición de los objetos anteriores y cuadros de otras épocas, algunos, como el Gran Cañón, El último sol o Bruselas, extraordinarios, tan propios, tan analíticos, tan Alcaría, que nos trae al recuerdo síntomas ineludibles de José María Velasco, José Arpa, Eduardo Naranjo, Enrique Santana o el inevitable sol velazqueño de Antonio López.
Exégesis a modo de resumen de la segunda de las salas. Esa cama, ese vídeo, ese sillón, esa silla y la cartela que los anuncia, respiran del más puro conceptualista, Joseph Kosuth. Es sincero Alcaría, sin duda. Pero dos exposiciones en una o la titulamos "antología" o nos olvidamos de cazar olas, razón, seguro, por la que expone en el Museo. Insisto, no por dar saltos mortales sin red somos más enciclopedistas, más abiertos al libro de la expresión artística. Más innovadores. Pintando olas se rompe más, si se quiere, que Trockel o Paik. Con esa cama y demás enseres, Alcaría ha querido homenajear a Kosuth mostrándonos un conjunto de "razones" objetivas que va desde lo real (cama, sillón y silla) a las abstracciones fotográficas, fílmicas y definitorias, la que contiene la cartela. Es decir, desea resumir el entendimiento de una obra, de toda su obra, en toda esa instalación que es, en sí, una vida entera a través de lo real tridimensional (cama, silla…) y el ejemplo icónico bidimensional (imagen, foto) sin olvidar del remate lingüístico: la voz/sonido del vídeo y la cartela (síntesis de lo que se expone). Como dijo el propio Kosuth, una tautología, repetir la misma idea en distintos términos. Presento mis excusas, pero aquí, sólo aquí, "me falta una razón para dártela". En las olas, en las dunas, jamás.
Ignacio Alcaría es un magnífico pintor de realidades. Desviarse de ellas por el sencillo hecho de abrazar todo cuanto acontece no siempre enriquece. Sus olas, sus dunas, sus paisajes… inmensos. Puro primor. Puro placer para la vista. Para el alma. La cama, el sillón y la silla… son otras razones que tan sólo me llevan a la duda.
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