Santas, mártires y vírgenes
ARTE por María Pérez Mateo
La muestra 'Santas de Zurbarán, devoción y persuasión' reúne cuadros del incuestionable autor con recreaciones de sus trajes de modistos como Berhanyer o Victorio y Lucchino
Entre tantas santas, mártires y vírgenes que nos rodean en forma de comisarios con alas de Victoria's Secret, políticos fashion, renegados dandis, advenedizos diletantes y capillitas inmisericordes del SoHo de San Lorenzo, las exposiciones actuales se están convirtiendo en un soufflé donde la apariencia martiriza y desvirga, hasta matar, la calidad del producto. Son tan efectistas las escenografías, tan hollywoodienses las fusiones de géneros, tan delicados los papeles del regalo, tan-tan el ruido de los tambores, que una vez abierto el paquete (con perdón) sigues pensando en lo espectacular del montaje. Es, y perdonen por expresarme de manera onanista, como aquellos paseos por la calle Concepción allá hace muchos años: "p'arriba y p'abajo y después, leche". Las exposiciones de autor, a menudo son como ciertas cocinas de ultimísima (re)generación, te embullyn sin saber dónde está el jamón, el plato, la cartera y la razón.
Hace unos días abandoné en fin de semana mí adormecida Huelva para refugiarme como una Magdalena penitente por la Sevilla de una alta primavera que parece teñirse de bajo otoño. Afortunadamente, pues a comienzos de junio callejearla con una rebeca sobre los hombros es todo un placer. Mi primera misión era vestirme en el Espacio Santa Clara (calle Becas, al ladito de la Alameda de Hércules) Allí me aguardaban las Santas de Zurbarán, devoción y persuasión.
Allí me planté. Parecía Sevilla un previo a la Semana Santa. En cualquier iglesia. De cualquier barrio. Toda ella, Sevilla es Ella, ataviada de Ella. Y cuando Ella se viste de Ella, ni Ella se reconoce. Es única. Sin molde. Campanas reales al vuelo. Clarines olímpicos llaman al orden. Almuédanos y voceros y serenos. Queipo de Llano y Carlos Herrera. Machado, Quiroga, Romero Murube, Villalón. Los Morancos y los Cantores de Híspalis. Al cielo con Ella. Al unísono. Cuando ruge la marabunta. Una cola, como toro maestrante esperando a su Curro aceitunado, se retorcía a la espera de entrar en el ruedo de la muestra pictórica y textil. Un monosabio, tan educado y primoroso que rompía el aire con su sonido shh, abría el portón de la curiosidad. El día se coloreó de noche. Zurbarán, los zurbaranes y lo zurbaranesco.
Sevilla es Haight Ashbury desde Castro District en esta exposición que a poco que se lo proponga eclipsa a la otrora celebrada de Murillo. Zurbarán es un pintor incuestionable. Extraordinario. De un rigor plástico y sensible exclusivo. Nos regaló cómo la serenidad y el equilibrio pueden ser mensaje y no catecismo, cómo la cotidianidad puede ser divina, cómo el martirio puede ser luz y ésta color y refinamiento, cómo lo efímero puede ser permanencia, cómo la serenidad puede ser desafío, cómo Dios puede ser, aunque no lo creamos, humano… tan humano como quien le da la palabra y la obra. Sus santas son inventarios de sublime elegancia, tratados de costumbres y de amores, crónicas periodísticas de una sociedad que pedía a Dios eternidad en la salvación y al hombre consuelo en la precariedad. Sus santas son la aristocracia de la iconografía cristiana. La mujer es devoción. La mujer, canon de belleza y mesura. Sus bodegones, rigurosos y geométricos, la quintaesencia de la naturalidad. Sus ropajes, el cuerpo de un delito en raso, tul o seda, en brocado y encaje. Nunca tanta fe hizo de la Verdad tiempo y espacio. Magistral. Incontestable. Parece, como argumentara Sterling, que "piensa el objeto en vez de pintarlo".
Ahora bien, ¿cómo el orden de Zurbarán puede deconstruirse a fuerza de epatar? Por ese rigor místico extremeño en lo precario, por ese volumen geométrico contrarreformista en lo ideológico, por ese culto a la belleza sensorial, armónica y sensible, no encuentro la razón de este montaje fashion con sabores de Expo92 en el que los toques tenebristas/efectistas, más que claroscuros, de las salas pretenden introducirnos en la paz visual y táctil del autor. En un pasillo del primer piso del espléndido edificio de Santa Clara desfilan las santas zurbaranescas. Están colocadas como las taquillas de los actuales santos florentinos (devoción y persuasión) del vestuario del Real Madrid en días de Champions. Ronaldo (Cristiano, claro), Casillas (no Casilda), Coentrao (de Portugal, como Isabel) y herejes turiferarios como Özil, Benzema o Khedira (todos hijos de Dios) frente a frente. Grandes fotografías, grandes focos. ¿Where are the champions? Es tanta la expectación materializada en visitantes con audioguías fálicas que nada se puede ver. Ni tocar, como comprenderán. A ello súmenle los repintes y cristales de cada santa y la luz direccional, altamente chirriante; la tarima, la estrechez de la sala, el foso medieval, la altura de los cuadros, la melee de visitantes, las explicaciones de los guías, el peligro de las audioguías fálicas...
En la segunda planta, pero jugando con el espacio con mayor gracia, los gladiadores de la aguja hacen arte de Zurbarán. Devota & Lomba, Ana Locking, Victorio y Lucchino, Montesinos, Schelesser, Ruiz de la Prada, Berhanyer, Duyos, Torretta o Hannibal Laguna crean, más que recrean, el espíritu de un traje y no la verdad de Zurbarán, a la que es tan complicada llegar. En ellos, y siento mí torpeza, no veo los volúmenes ni la luz del maestro barroco. Ni su sencillez ni su seriedad ni su misticismo. Magnífico, como siempre, Berhanyer. Insustancial Ruiz de la Prada, empeñada en ser Peter Pan por los siglos de los siglos. En muchas obras -sobre todo, en algunos que quieren ser Diablo Cojuelo y Balenciaga a la par- veo muchas cortinas de Lo que el viento se llevó y alguna que otra primera prueba. Es más, parece como si el curator de la exposición hubiera pedido obras con urgencias. Me explico científicamente, algunos modelos se parecían a Zurbarán "como un huevo a una castaña".
¿Para qué y por qué tantos fuegos artificiales en el montaje? La idea de maridar las santas con grandes modistos españoles es exquisita, pero ¿no hubiera sido más legible confrontarlas? Y, en caso contrario, como se presenta, ¿no hubiéramos disfrutado mejor de un orden de los cuadros de Zurbarán en un espacio más abierto y menos agobiante? Pese a ello, repito, magnífico Zurbarán. Una lección de equilibro, de volumen y de elegancia. Verdad cuando es él, belleza plena cuando se simpatiza a la delicadeza de Velázquez.
Menos mal que me queda el Bellas Artes. Sevilla, más que de Zurbarán o de Murillo, sigue siendo de García Ramos, Bilbao y Grosso pasada por la Termomix de Paneque, Agredano, Guzmán... El Bueno. "Sevilla es una torre/ llena de arqueros finos" (García Lorca).
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