Cultura

Rubén Pinar, última revelación, por la Puerta Grande

  • El torero albacentense corta dos orejas · Los diestros Antonio Ferrera y Matías Tejela se marchan de vacío

El joven Rubén Pinar, dos orejas y la correspondiente Puerta Grande,en Madrid, es la última revelación del toreo, en versión clásica, por ambición y buenas maneras frente a los toros. Una buena corrida. Vaya por delante el reconocimiento a los toros de Alcurrucén. No es habitual una corrida tan completa, y eso a lo peor le cogió a alguno por sorpresa ¿O no, Ferrera? También se despistó Tejela en el buen quinto.

Fue el más joven, Rubén Pinar, el más mentalizado de la terna, el que aprovechó la oportunidad. Su triunfo de Puerta Grande le abre amplio crédito, poniéndole a funcionar con toda seguridad al menos esta temporada por plazas y ferias importantes. Por supuesto que todavía se le pueden poner reparos al triunfador. Pero no sería justo. Porque cuentan más, mucho más, las virtudes. La casta y la suficiencia interna para estar ahí, en actitud atacante. De su misma firmeza emanaba la seguridad, la capacidad para resolver a favor. Y es verdad que fueron buenos los toros que sorteó, pero fue la actitud del hombre lo que propició definitivamente que rompieran hacia adelante con esa transmisión que engrandece todavía más el triunfo. Toro y torero al unísono, paradigma de la gran faena. Vino todo rodado desde el saludo a la verónica al tercero, con bonitos lances a pies juntos, jugando bien los brazos. Encarrilada la faena de muleta también desde la apertura por el lado derecho, con el toro metiendo la cara abajo y desplazándose largo. Tandas cada vez más largas, y limpias, los muletazos muy hilvanados. Enseguida se notó que el esfuerzo daba sus frutos. Aplomo y seguridad conforme ahondaba en la interpretación de más derechazos y naturales. Series cada vez más largas en el espacio, de muletazos hasta muy atrás, y amplias también en el tiempo por la despaciosidad. Cantidad y calidad. A todo esto Pinar estuvo tan metido con el toro que ni unas inoportunas ráfagas de viento se dejaron notar en contra. Muy quieto y muy de verdad, cada pase un toque de ambición y sinceridad, puro arrebato. Así se le rindió el toro y la plaza. Estocada suficiente, y primera oreja.

En el sexto, un calco por actitud y aptitud. El Pinar del coraje y la templanza. El toro, de imponente cuajo, se venía como una exhalación. Qué importante la forma de esperarle, engancharlo y llevarle. Conducir al toro cosido a los vuelos de la muleta. El arma del temple que lo puede todo. Otra vez lo fundamental, lo más clásico del toreo, en su expresión más pura. Y la estocada, sin puntilla. Nueva oreja, y la Puerta Grande abierta de par en par. Pinar, a hombros, camino de la gloria. Ahora es tarea de su apoderado rentabilizar tan buenas condiciones.

Ferrera, con prisas en los dos toros que despachó, imperdonable que no llegara a la altura de su primero, cuyas embestidas acompañó siempre forzado, toreando excesivamente con la voz. El cuarto no fue tan claro, quedándose corto y metiéndose. En los dos puso banderillas, seis pares en total, destacando el último al quiebro y por dentro.

Tejela tuvo un primer toro aparentemente franco, pero faltándole un tranco en la embestida, y a la postre cortando a partir del segundo o tercer muletazo. Tiró el hombre mucho de él, aguantando coladas, pero sin terminar de armar faena. Y se dejó escapar el buen quinto, tropezándose mucho, sin verlo claro.

La tarde, para la última promesa del toreo, Rubén Pinar. Le espera la gloria si sabe administrarse. Aunque esto último será cosa más que de él y de su apoderado también de las empresas que tendrán que abrirle camino.

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