Quinto centenario del humanista andaluz

Pasión y sueño de Nebrija

Retrato de Elio Antonio de Nebrija, de la última producción del pintor onubense Buly, y aún inédito.

Retrato de Elio Antonio de Nebrija, de la última producción del pintor onubense Buly, y aún inédito. / Buly

Se cumplen cinco siglos de la muerte de Antonio Martínez de Cala y Jarana. Elio Antonio de Nebrissa, Lebrixa o Nebrija para la posteridad. Quiso latinizar su nombre como extender, reiniciándola en la lengua culta y de comunicación de la época, la estirpe de sus vecinos de la Bética romana, los emperadores Trajano y Adriano, Elio ellos también. Con un modo ilustrado y elegante de pensar, escribir y gobernar el mundo. Pero no quiso el lebrijano del siglo XV –y he aquí la losa que durante tanto tiempo ha difuminado las luces de su Humanismo– redactar una pionera Gramática para que fuese compañera de un imperio (adviértase la minúscula) que aún no existía. Pues se editó en el mismo mes de 1492 en el que Colón zarpaba de estas costas hacia unas Indias, de cuyos cálculos en distancia discrepaba –también consumado cosmógrafo– nuestro filólogo. Con parecida insistencia a la del Almirante ante los Reyes Católicos, pretendía sobre todo ordenar el mecanismo de una lengua nueva –vulgar entonces– y hacerla, esta vez sí, compañera del latín, al que tanto se entregó, y difundió en numerosas ediciones de sus Introductiones latinae, para limpiarlo de corrupciones y adherencias impropias que lo alejaban de su natural significado. En su travesía lingüística quiso ir más allá y recuperar el esplendor original de las Sagradas Escrituras en el proyecto de Biblia Políglota, que desde la joven Universidad de Alcalá promovía su amigo y protector el cardenal Cisneros. Quien –“por lo verbos”, pudiéramos decir– logró disuadirlo de su atrevimiento y salvarlo de la Inquisición. Tal fue siempre su empeño por encontrar la verdad en las palabras, y despejar de prejuicios y oscuridades el cielo raso de una Edad Media que no parecía terminar nunca en nuestro suelo.

Aunque tarde, quizás demasiado, las vísperas de la conmemoración nos legan el más valioso homenaje a esta figura central de una Hispania –tan diversa entonces, incluso en lenguas y acentos, como ahora– sobre la que ya, ay, soplaban vientos de discordia e intolerancia. A obras fundamentales como la más temprana biografía del padre Félix G. Olmedo, de 1942, o la más lúcida de Francisco Rico, Nebrija frente a los bárbaros, de 1978; se han sumado otras más recientes, como las de Juan Gil en 2020 (El sabio y el hombre) y José Antonio Millán (El rastro de la verdad), ya bajo el auspicio de la Fundación Nebrija y los rumores de la conmemoración. Marcadas quizás por esa urgencia, pero con gran valor divulgativo para dar a conocer la vida y obra de uno de nuestros primeros humanistas. De entre ellas, y a mi modesto entender, destacan dos que bien pudieran ofrecernos el retrato más cabal, también el más ameno, del gramático sevillano. Y ambas tan cercanas en lo territorial (por la procedencia de sus autores y sus impulsos editoriales) como universales en su trascendencia temporal.

La pasión de saber (Vida de Antonio de Nebrija) del doctor Pedro Martín Baños tiene su origen en el proyecto Biblioteca Biográfica del Renacimiento Español, promovida desde la Universidad de Huelva y la excelencia, bajo la dirección del catedrático Luis Gómez Canseco, quien nos viene ofreciendo impecables ediciones críticas de Cervantes, Mateo Alemán o Alonso de Ercilla, auspiciadas por la Real Academia de la Lengua y la editorial Galaxia Gutenberg. Tal como apunta el académico Rico en el prólogo, la biografía del profesor extremeño es de “un rigor ejemplar”: “Nebrija ha sido objeto de tanta retórica vana, de tanto panegírico sobre supuestos falsos, que se imponía ya proceder solo con los datos seguros, sorteando las hipótesis y relegándolas a la categoría de tales”. Escrita además desde un profundo conocimiento tanto de la lengua latina como de la obra conocida del Nebrisense, nos revela el amplio recorrido de esa pasión por saber y entender tan propia del renacentista temprano que fue. Pródiga en citas y fuentes, sin llegar al exceso, nos acerca también a un mundo que, con las muchas veleidades, vitales, educativas y editoriales del personaje, logramos averiguar con la curiosidad que nos despiertan las buenas obras divulgativas. Natural que el prologuista, tras reproducir al final un Vítor, tan clásico como usual en paredes y escritos de la época, venga a decirle al alumno aventajado: “¡Bravo, chaval!”

El sueño del gramático, de Eva Díaz Pérez, Fundación José Manuel Lara, 2022, es la segunda obra que quisiera destacar. Por parecerme además complemento maravilloso para acompañar, como envés y en una suerte de moneda conmemorativa, la anterior y ofrecernos una imagen cabal, si no definitiva, del autor y su tiempo. La autora de la novela, directora en la actualidad del Centro Andaluz de la Letras, ya nos había regalado algunas otras novelas y libros en los que consigue hacer una inmersión, siempre verosímil, del lector en una trama que acaba dibujando el perfil más verdadero del protagonista. Lo hizo en 2017, a propósito del centenario de Murillo, con El color de los ángeles y lo vuelve a hacer ahora magistralmente con Nebrija. Sabedora del maleficio que parecía caer sobre el gramático lebrijano, Díaz Pérez lo recupera e ilumina en una historia, precisa en cuanto a los datos, preciosa en su relato. Es su hija Francisca –una de esas puellae doctae o “niñas sabias” de una época fugazmente luminosa para las mujeres– la que inicia y concluye la novela con un tono tan reflexivo como poético. En homenaje a las palabras que, como nos dice al inicio: “Padre cazaba palabras como si fueran mariposas. Pobres de las que cayeran en su poder porque las pinchaba con un alfiler en la pared y luego les abría el vientre para ver qué había dentro. Quería saber qué se escondía en sus vísceras y cuánto polvo y suciedad se habían acumulado con los siglos.” Difícil fijar mejor, y tan pronto, al protagonista.

Con un primer amor en su estancia boloñesa con la enigmática Cornelia se inicia una trama que la autora sabe hilvanar con aventuras vitales e intelectuales, mientras recorre una obra tan extensa y pionera. Apasionante a la vez resulta conocer de primera mano el nacimiento de la imprenta y cómo fue capaz también Nebrija de ser un avanzado en los derechos de autor y en la pulcritud tipográfica de las primeras ediciones modernas. Definitiva nos parece la alianza con el impresor francés, pero afincado entonces en Logroño, Arnao Guillén Brocar. Y por igual caben en el relato episodios familiares, pugnas políticas o religiosas y conflictos universitarios que lo mantuvieron en guardia hasta el final, aspirando a cátedra incluso después de haber cumplido los sesenta. Cierra el libro Eva Díaz volviendo a la primera persona de una narradora situada esta vez en sus últimos días, con la discreción inteligente de las mujeres sabias de entonces. Y de ahora diríamos, porque es la misma autora de la novela la que afirma en su cierre -en una “confesión” tan útil, honesta y esclarecedora- que su propósito ha sido el de construir una “biografía novelada” capaz de llenar el vacío sobre los pasos de un “héroe intelectual” imprescindible. En un momento decisivo para una España que habría de tropezar tantas veces durante los siglos siguientes.

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