Jean-Michel Basquiat: cauces de una indignación

El Guggenheim de Bilbao acoge hasta noviembre una muestra dedicada al artista neoyorquino, en cuyos revolucionarios trabajos se vislumbran su inteligencia y su rebeldía

'El hombre de Nápoles (Man from Naples)', una pintura que marcaría el desarrollo de la obra del autor durante la década de los 80.
'El hombre de Nápoles (Man from Naples)', una pintura que marcaría el desarrollo de la obra del autor durante la década de los 80.
J. Bosco Díaz-Urmeneta Bilbao

03 de agosto 2015 - 05:00

No era un chico de la calle, más bien se echó a la calle y la consideró su mejor escuela. Jean-Michel Basquiat nació en Nueva York en 1960, hijo de un haitiano, respetado contable, y de una reconocida diseñadora de origen portorriqueño. Asiduo lector, desde niño alternaba textos en inglés, castellano y francés. Esta facilidad surgía, más que del cruce de lenguas que había en la familia, de la capacidad intelectual del muchacho. Gerard Basquiat, su padre -que, tras un tenso divorcio, se había hecho cargo de la custodia de sus tres hijos- decidió llevar a Jean-Michel a un colegio para superdotados. No llegó a graduarse: un año antes, con 17, lo expulsaron del centro. Al año siguiente, dejó la casa familiar.

Comienza entonces a vivir sin domicilio fijo. Muy pronto apareció SAMO©. Con esa sigla (Same Old Shit, "la misma mierda de siempre") firman Basquiat y un amigo de aquel selecto colegio, Al Díaz, sus grafitis. Llaman la atención porque se apartan de las prácticas al uso: en ellos tienen peso especial las palabras (ordenadas en aforismos o aisladas, como si invitaran al transeúnte a hacer su propia lectura), las figuras, muy esquemáticas, son casi grafismos, y unas y otras adquieren mayor protagonismo al resaltar en la pared donde dejan mucho espacio libre.

Este modo de concebir el grafiti (que apenas permite considerar a Basquiat un grafitero) genera textos críticos que destacan el trabajo de ambos jóvenes, aunque la asociación se deshará pronto. Basquiat va a trabajar entonces en soportes variados: lienzo y papel, pero también puertas desechadas o tarimas de tableros separados entre sí (como en Anthony Clarke, 1985). No abandona sin embargo las formas elementales, el fuerte trazo (que remite a Twombly, al que admiraba) o la inclusión de materiales y signos muy diversos en la misma obra (emulando a Rauschenberg, otra de sus referencias).

A la vez promueve la que poco después será la banda Gray: cultivará una fusión de jazz, punk y synth pop y Basquiat tocará en ella el clarinete y el sintetizador. Esta versatilidad (o sensibilidad o ambición) da cuenta del icono que convierte en firma, la corona de tres puntas que simbolizan al poeta, al músico y al campeón de boxeo.

Puede extrañar esto último, pero Basquiat valora el deporte y también el arrojo necesario para medirse con cualquiera y no dejarse dominar. Esto explica la galería de héroes afroamericanos, a los que designa directamente como negros. Campeones de boxeo, jugadores de basket o baseball aparecen en sus obras con rasgos esquemáticos pero expresivos, coronados por halos, que aúnan el nimbo del santo y el laurel del héroe. A veces les añade signos tribales: una lanza que levanta el campeón cuyo rostro recuerda al de un ídolo. Una de las obras más destacadas en esa galería es el homenaje a Jesse Owens, el atleta que ganó cuatro oros en Berlín, 1936. Aquí recurre Basquiat a otra mitología: la figura de Owens se reduce a una pierna alada como la de Hermes.

La obra tiene ecos políticos y sirve por ello de introducción a otras en las que Basquiat muestra su rechazo a la dominación. Así la pieza llena de color dedicada a Moisés, libertador de los hebreos en Egipto, o las decididamente críticas: unas entre el sarcasmo y la amargura (La ironía de un policía negro), otras críticas frente al todo-poder de los monopolios (Falsa economía) o los excesos del consumo, y otras que denuncian la brutalidad policial, como La muerte de Michael Stewart, un grafitero detenido y golpeado por la Policía cuya muerte nunca se aclaró. Basquiat sentía vivir en esa permanente amenaza. Tal vez sus autorretratos y en general sus cabezas sinteticen la indignación e incertidumbre en la que se sentía, una fusión de fuerza y fragilidad.

La primera muestra individual de Basquiat la acogió Módena, en 1981, al año siguiente expuso en Estados Unidos con Annina Nosei y con la Gagosian, e intervino en la Documenta de Kassel. En 1985 comienza a trabajar con Bruno Bischofberger, la galería suiza donde también trabajaban Andy Warhol y Francesco Clemente. De aquí surgió una exposición en la que intervinieron los tres autores (pudo verse hace años en el Museo Reina Sofía) y sobre todo el período en el que trabajaron juntos Warhol y Basquiat. Una de las obras parece reiterar lo dicho más arriba: sobre una serigrafía de Warhol, el símbolo del dólar, Basquiat pinta una oruga con un texto: No me pisoteéis. La pieza puede servir de resumen de las demás en las que el cuidado y sensual trabajo de Warhol contrasta con la expresión directa, a veces brutal, de Basquiat.

El Museo Guggenheim Bilbao muestra de modo algo condensado la obra y la figura de este autor (de las pinturas de calle a la colaboración con Warhol) cuya indudable capacidad la interrumpió una sobredosis. Basquiat falleció en agosto de 1988. Tenía 27 años.

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