Cultura

Experiencias de ultratumba

El reciente estreno de Más allá de la vida ha probado de nuevo que Clint Eastwood es un director siempre bien esperado. Y siempre vuelve porque raro es el año en que la cartelera no nos presenta una película suya y a veces dos como ocurrió en 2006 con Banderas de nuestros padres y Cartas desde Iwo Jima, impresionante crónica de uno de los más sangrientos enfrentamientos entre las fuerzas estadounidenses y japonesas, dos visiones bien diferenciadas del conflicto en Extremo Oriente en el transcurso de la II Guerra Mundial, y en 2008 con El intercambio y Gran Torino. Y es que en los últimos tiempos los films con su firma han sido no sólo dignos de premios sino también del afecto y favor de espectadores de todo el mundo.

Sólo tenemos que recordar, aparte de las dos películas citadas, sus títulos más inmediatos: Mystic river (2003), Million dollar baby (2004) -las dos sobre Iwo Jima ut supra- e Invictus (2009), todo ello suma dos Oscar, dos Globos de Oro y numerosas nominaciones a estos y otros galardones. Además de su intenso trabajo como productor, guionista, actor -lo que ha abandonado hace un año- y realizador, Clint Eastwood es compositor de piezas de jazz, de la banda sonora de algunas de sus películas, como es el caso de la que hoy nos ocupa, y dirige diversas empresas deportivas y hosteleras en California.

La reaparición de Clint Eastwood con Más allá de la vida no ha estado exenta de sorpresas. No en vano nadie le esperaba como director de una película sobre parapsicología y experiencias de ultratumba, con protagonistas que han sentido cercana la muerte, se comunican con los difuntos y sufren la cercanía de un ser querido muerto en un trágico y absurdo accidente. No pierde la ocasión el realizador de criticar las supercherías y prácticas perversas de los que negocian con estos temas, de los vaivenes acomodaticios de las empresas televisivas y editoriales movidas por cuestiones comerciales más que éticas y artísticas, la violencia callejera y la indefensión de los niños ante situaciones indeseables de las familias por el comportamiento y la irresponsabilidad de los padres.

Desde los criterios clásicos de un cine de recios, fundamentales y sencillos principios éticos y estéticos, que siempre ha cultivado, no se puede decir que sea uno de sus mejores trabajos, pero contiene elementos muy sustantivos de ese cine que siempre hemos admirado en Clint Eastwood. Nos descubre confesiones íntimas tan interesantes como su admiración por Charles Dickens, que aplica al personaje al que da vida Matt Damon, con pleno acierto y sensibilidad por cierto, y que tanto se identifica con la historia del pequeño Marcus, aunque no olvide su reconocimiento a Shakespeare en otro pasaje.

En resumen un guión inteligente, con algunas dilaciones narrativas en la realización, que no empalidecen una puesta en escena llena de emotividad, sensitivamente humana y delicada a la hora de tratar un tema tan turbio como la parapsicología o las experiencias de ultratumba en las que jamás se le va la mano. Para más abundamiento la película ha conseguido en solo siete días encaramarse a la lista de títulos más taquilleros.

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