Crítica cine

Ejemplo de pundonor

La mañana había sido densa en cuanto a la agenda prevista se refiere. Al igual que el día anterior, el viernes, toda la actividad se centraba en la Casa Colón y sus correspondientes salas anejas. Como sábado que era se veía más poblado el famoso Patio Jardín, denominado Patio de las Bolas. Allí, alrededor de los 15 estands que ofrecen estos días los productos gastronómicos más emblemáticos de la tierra, pululaba el gentío presente observando, degustando y valorando esta importante presencia de la gastronomía onubense como parte del programa de Huelva, Capital Española de la Gastronomía 2017. A la hora prevista, también, las dos peñas concertadas, a saber, la Peña Flamenca de Huelva y la Peña Flamenca de la Orden ilustraron, por la vía del cante, a todos los convocados. En otra dependencia aneja, la Sala A, se proyectaba el audiovisual Miguel Poveda del cineasta onubense Paco Ortiz. Con la tarde en el crepúsculo, acunado por los puntiagudos vértices de los tejados sustentados por las policromadas casas del Barrio Obrero todos se afanaban, ya los técnicos de sonido, ya los componentes de elencos de los artistas emplazados, ya los propios artistas, en fin, todos abocados en asegurar el éxito de la gala flamenca prevista, aún en ciernes. Gozábamos de una deliciosa temperatura y esa llamativa luminosidad tan nuestra, por la que se nos conoce fuera con el eslogan de Huelva, la luz.

Con la misma puntualidad de siempre comienza el espectáculo. Antonio Reyes se acomoda en su asiento acompañado de una nómina de colaboradores compuesta por la guitarra de Diego Amaya y las palmas de Manuel Vizana y Patricia Valdés. Cante de gran categoría luce este flamenco. Cante rebuscado, de ensimismamiento, poro ritmo pero mucha verdad. Como chiclanero que es, expresó su gaditanía abriendo con un cante por alegrías. Da gusto oírlo, nos delata de vez en cuando el testimonio que Manolo Caracol dejó en esas tierras, en general, y en particular a través del maestro Rancapino.

Antonio Reyes despliega su gaditanía sobre el escenario y abre la noche por alegrías

Pero no nos engañemos, tiene entidad suficientemente acreditada para hacer patente su sello propio, de lo que se ocupó en demostrarlo durante todo su recital. Voz potente y sabia, con altos registros. En reconocimiento a lo antes dicho la Bienal de Flamenco de Sevilla le concede el Giraldillo del Cante en su XVIII edición por incorporar su personalidad al legado de los grandes maestros. Fue combinando su cante con el toque del ya mencionado Diego Amaya en la soleá, en los tangos que jalearon las palmas de sus acompañantes. La siguiriya brilló más que todos los focos allí encendidos, lo que mejor apreciamos de todo lo que cantó. Concluyó con la bulería y el fandango camaronero.

Y llegó José Cortés Jiménez Pansequito. Figura menuda. Voz afillá, rozada y en el límite, cuando de llegar a los registros altos se trata. Su cante suena distinto. Es ya un clásico ese flamenco renovador que sale de su garganta. Pero todo esto, siendo mucho, se empequeñece cuando se le aprecia, a medida que va cantando, un pundonor en su actitud que, como dice el diccionario, "es el sentimiento que impulsa a una persona a mantener su buena fama y a superarse".

Ejemplo de pundonor demostró en las tablas en la noche lunera del sábado de esta II edición del Festival Flamenco Ciudad de Huelva. Estamos hablando de un veterano cantaor, que pudiera aliviarse como su edad aconseja, pero no, se llevó todo el tiempo exponiendo con la voz y con ese don que tiene de meter las letras y el cante en unos compases que adivinas a priori que van a ser imposibles y luego, con su sabia maestría, lo soluciona con la misma facilidad que respira. Traía la guitarra de Pepe del Morao y el acompañamiento a las palmas de Gregorio Fernández y El Macano. Su repertorio de alegrías, soleá, taranto, bulerías y fandango se nos fue en un abrir y cerrar de ojos. No importaba. Nos transmitió una sensación de no haber vivido antes una ejecución de cante como la suya. Un "acaba reuniones" que se les dice a aquellos que, una vez que cantan, ya nadie quiere cantar después.

La noche estaba saturada de buen regusto y se pensaba incluso, como muchos hicieron, que ya nada ni nadie podía ofrecer parangón a lo vivido hasta entonces. Y en esto llegó Planeta Jondo. Grupo de seis hombres jóvenes demostrando, por un lado, una afición más grande que el Universo y, por otro, una puesta en escena trabajada mil veces, habida cuenta de lo que les pudimos apreciar: sincronía, engranaje perfecto a pesar de sus cinco instrumentos sonando, a veces, todos juntos; voz acompasada en todo instante al dictado del compás y un resultado de total perfección de cada uno de los temas que interpretaron. Israel Moro a la voz. La guitarra de Francis Gómez. La flauta travesera, el teclado y la armónica de Fran Roca. El contrabajo de Juanmi Guzmán. Lito Manez y Manu Pinzón en la batería y percusión. Esta pléyade de buenos músicos nos transportó a sensaciones novedosísimas.

Música envolvente para Israel, que solucionaba con voz apropiada a esa gran musicalidad que le rodeaba y que en muchos casos tenía que llegar a los altos tonos. Todo fue una interesantísima sorpresa, de ver cómo los temas que has escuchado toda la vida en el flamenco clásico, también son susceptibles de ser descifrados en otras claves sin perder su entidad. Su repertorio fue extenso y variado, pletórico de temas de compás, como la bulería, la soleá, las alegrías, los tangos de Málaga, las cantiñas y otros como los cantes de trilla, la farruca, la vidalita, las bamberas, la tarara y los cantes de Huelva.

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