Eclipsados

Así, literalmente así, se habrán quedado muchos de los espectadores del último capítulo -hasta ahora- de la saga llamada Crepúsculo, que se iniciara en 2008, siguiera con Luna nueva en 2009 y, supuestamente, concluye con la película que ahora preside nuestras salas porque resulta la más taquillera, la más favorecida por los espectadores si nos atenemos a las últimas valoraciones del mercado con casi diez millones de recaudación y unos novecientos mil espectadores. Todo ello debido a la expectación que ha causado el propio film y al impacto en muchos de sus jóvenes espectadores, el encanto que sus igualmente jóvenes intérpretes despiertan especialmente en el público adolescente, pero convengamos que no es ajeno a todo esto la fuerte inversión propagandística que ha movido la película a escala mediática.
Pero reconozcamos que estos son elementos bastante distantes a veces de la evaluación del propio film. En principio, por el cambio del director que no es el mismo de las anteriores entregas, Katherine Hardwicke en la primera y Christ Weitz en la segunda. Ha sido ahora David Slade, realizador de 30 días de oscuridad (2008), con la cual nos sumergíamos una vez más en esa filmografía viscosa y siniestra de los zombis, los chupasangres y otras familias fatídicas y horripilantes, aparte de parientes de más o menos ilustres psycokillers, con la anuencia de una masa de público que ha hecho de estos productos del terror un género extraordinariamente rentable.
No nos extraña, entonces, que David Slade aceptara la responsabilidad de este tercer capitulo de la historia, de la que se ha dicho que es la más brutal de la saga. Realmente es que a estas alturas de tan vampírica historia nada puede sorprendernos o esta especie de conservadora complacencia de signo sádico entre estos vampiros trasnochados, hombres- lobo de torso atlético, dignos de un certamen de belleza, enfrentados a una insólita banda de ciertos tipos más esa defensa a ultranza de la integridad sexual hasta el matrimonio además de todo un marasmo de trasnochados referentes visuales en los que el realizador abunda para instrumentar una propuesta cinematográfica de escasa entidad.
En las formas, puede que David Slade haya potenciado el aspecto más brutal de la violencia con la que se muestran los protagonistas, haya aumentado los elementos de acción que suelen ser los más atractivo para los habituales espectadores de esta saga de tan peculiar vampirismo y, finalmente, haya acentuado los celos como incisivo estímulo argumental, pero realmente Eclipse lo que pretende es mantener el nivel de su éxito que, hoy por hoy, no va más allá de un público acostumbrado a espectáculos fáciles, estimulados por los correspondientes añadidos mediáticos y, sobre todo, para la clientela femenina, los atractivos de estos apolíneos vampiros del siglo XXI, que no dejan de ser los mismos estereotipos del cine de todos los tiempos. Los que pretendan algo más de este espectáculo macabro se habrán quedado eclipsados.
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