TERRIFIER 3 | CRÍTICA
Crece el idilio entre Art el payaso y su público
Historias del Fandango
Algo que nunca olvidan llevar los ejércitos en guerra es la música como activador emocional. Cuando los franceses invadieron España en 1808, traían himnos y canciones que hacían resonar con profusión. La marsellesa exaltaba el ánimo de sus soldados, hasta el punto que Napoleón consideró que “esta música nos ahorrará muchos cañones”. El pueblo español contestaba con sus cantos populares, que actuaban como propaganda patriótica y como invitación a la lucha. Sencillas coplas, letras de fandangos acompañados con guitarras que se cantaban en las calles, en las tabernas o en los teatros. La música popular actuó como un arma para levantar la moral de la gente. La lucha literaria y musical contra los invasores dio mucho juego. Tenemos el caso de cien soldados franceses que desertaron de su ejército: El Conciso de Cádiz se refería a ellos como interesados en conocer nuestro folclore, en un gesto de pura propaganda [1].
Las coplillas populares ridiculizando o riéndose de José Bonaparte, Pepe Botella, que publicaba la prensa gaditana servían de rechifla y de mofa que el público festejaba con todo divertimento cuando la señora Illot las declamaba en el teatro: eran la evidencia del desprecio y el odio de la población gaditana contra los invasores franceses [2].
Cualquier hecho era aprovechable para ridiculizar al gabacho. Por ejemplo, que un comerciante francés que viajó a Londres con proposiciones de Bonaparte, contó que en el teatro de las Tullerías, en París, ¡se iba a bailar el fandango español! Una sibilina provocación en aquellos años [3].
La noticia tuvo su secuela y la insertaron varios periódicos españoles como chanza. En París se publicó una caricatura que representaba al “niñito rei de Roma” gimiendo y llorando. Su aya le pregunta: “Sir, ¿por qué llora vuestra majestad?”, y el infante, entre sollozos y pucheritos, le responde: “On-a-ba-ttu-Pa-pa” (le han zurrado a papá).
Hace muchos años que el fandango viene siendo el baile nacional más representativo, compitiendo, allá donde se presenta, con otros nacionales como el bolero y la seguidilla. Bien merecía este baile, cuya génesis ubicaba el autor del artículo en Andalucía, un público reconocimiento [5].
Obsérvese que todavía se habla del fandango habitualmente como baile, aunque a lo largo de la historia pasada lo hemos visto en ocasiones como pieza cantable desde 1780, aproximadamente [6].
En los teatros se representaban obras cuyo leitmotiv era el triunfo sobre los franceses, acontecimiento que se celebraba, como era habitual, cerrando con el baile de boleros, minuets afandangados o fandangos [7].
El fandango era muy popular y muy practicado en las Baleares, como aparecía habitualmente en sus periódicos. En enero de 1814, el Diario de Mallorca nos dejaba un detalle sobre el ambiente habitual en la ya populosa ciudad de Palma: “Hay un considerable número de individuos desocupados que tan solo piensan en divertirse, al punto que durante el carnaval hasta los ancianos salen de sus casillas y corean los bailecillos de fandango que con frecuencia –porque no hay autoridad pública- terminan a palos y algunas veces a puñaladas”.
En los teatros del país se representaban comedias traducidas del francés con óperas bufas italianas y sainetes y tonadillas nacionales, intermediado todo ello por el baile del fandango. Espectador asiduo de estas funciones fue el monarca Fernando VII [8].
¿Definía el fandango el carácter español?, se preguntaban los críticos. La mirada en muchas ocasiones prejuiciosa de los observadores extranjeros se hacía esta pregunta, no entendiendo que “el español, tan grave en su carácter y lento en su acciones, sea el inventor del fandango”. A lo que el crítico del periódico El Universal Observador respondía que “por qué el inglés, tan frío y tan soso, ha inventado el baile más atropellado de Europa, al paso que debemos al bullicioso francés el grave y acompasado minuet?”. Conclusión: el baile no define el carácter de los pueblos.
Registramos en escena que en un teatro de Barcelona se bailó el fandango de Cádiz, una danza de movimientos voluptuosos, como vimos antes [9].
Volvemos a ver insistentes noticias en que el baile del fandango se exhibe en los circos, entre equilibristas, maromas tirantes, bailarlo con una muleta, entre volteos y saltimbanquis, baile con los ojos vendados por encima de trece huevos sin romperlos… En ese hábitat de espectáculo llevaba el fandango alrededor de medio siglo, hasta que sobre 1835 empezó a decaer su participación como espectáculo circense. Obsérvese la descripción de cómo se bailaba el fandango en una de aquellas actuaciones [10].
(Continuará)
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