De libros

Nuestro Cándido

  • José Juan Díaz Trillo ofrece en su primera novela una estructura compleja pero asequible para el lector

El escritor onubense José Juan Díaz Trillo, durante una entrevista.

El escritor onubense José Juan Díaz Trillo, durante una entrevista. / josué correa

Consuma JJ Díaz Trillo con esta su primera -y esperemos que no última- novela un imperativo generacional: fabricar nuestro Cándido, ese ser irónicamente positivo y un punto amargo que nos desvela con su mirada inteligente y certera lo que la nuestra no alcanza a ver o ve solo a medias o simplemente no quiere ver. Cada generación debe tener su Cándido sostiene el autor, y así lo creyeron también Montesquieu, quien afirmó que Cándido era un monumento que había que replicar cada cierto tiempo, Leonardo Sciascia y alguna otra lúcida mente a lo largo de las últimas centurias.

La estructura narrativa de Cándido en la Asamblea es compleja pero no complicada para el lector. En principio, una voz en tercera persona -que podríamos emparentar con la novela decimonónica o incluso cervantina en la manera de titular los capítulos- nos va contando de forma lineal la vida de los personajes principales hasta un cierto momento. Una primera persona -el propio Cándido- nos completa el relato y un manuscrito y cartas hallados -que introduce la segunda persona- redondean la historia; tres tonos distintos y un solo cuento verdadero del que finalmente descubriremos la autoría, que no desvelo y es uno de los logros técnicos, pienso, del relato.

El autor cumple con un imperativo generacional que se remonta a Montesquieu

Igual que en el cuento o la novela corta lo esencial es la anécdota, en la novela lo es el personaje, o los personajes, premisa que cumple ampliamente la que nos ocupa. Aunque no lo sea por el planteamiento, por el resultado casi se podría hablar en este caso de novela coral; tal es la cantidad de individuos curiosos que se pasean por sus páginas y quedan prendidos en la atención del lector que se podría haber enunciado el título al revés: La Asamblea y Cándido, a menos que el autor haya querido darle ya ese doble valor al término asamblea: lugar donde Cándido trabaja y su mundo entorno desde el día en que lo parieron en un pueblo de la sierra de Huelva, entendiendo por asamblea toda esa fauna variopinta que se reúne alrededor del personaje central sin la cual la historia no se podría sostener.

Igualmente podríamos hablar de novela de viaje, novela de aventuras, novela de aprendizaje…como con El Quijote, como con toda novela con ambición, difícil de etiquetar, a lo que tan aficionados somos los aficionados a la crítica literaria.

Pero volvamos a los personajes. El central es sin duda Cándido, un ser producto del azar, que es en definitiva nuestro único destino, zarandeado por episodios de toda laya que terminarán por instalarlo en un escepticismo manso, lúcido. Sus dos abuelos, encarnaciones en cierta manera de las dos Españas, lo seguirían en el ranking; luce sobre todo el abuelo José, un híbrido de ilustración y romanticismo -en el fondo nadie más romántico que un ilustrado, sobre todo en nuestro país-, seguro de salvar al mundo por la ciencia, por el estudio y el experimento.

Brilla sobre todo una amplia asamblea de mujeres, encarnación de todos los estados posibles en los últimos cincuenta años. Mujeres tradicionales algunas, sumisas, que quedarán finalmente arrinconadas por la fuerza de lo nuevo; la propia madre de Cándido que decide hacer su vida a contrapelo de la supuesta realidad que se le impone, la abuela francesa del protagonista o los distintos amores con los que va topando en el trasiego de la vida, mujeres todas tan libres como coherentes.

Como el de Voltaire, Cándido en la Asamblea es un cuento moral. Igual que el dieciochesco, este nuestro del siglo XXI transita por un planeta sacudido por la sevicia, por la crueldad más peregrina e incomprensible, por la incapacidad de los pocos que pretenden hacer algo por remediar el mal, ese mal sin sentido que se agazapa en el corazón de las tinieblas, frente al que finalmente solo nos queda el silencio, el de la complicidad para algunos y el de la impotencia para otros, y es ese último el que acabará por tomar a nuestro Cándido que en el penúltimo capítulo terminará perdiendo la palabra, lo que nos hace humano, frente al horror y a la imposibilidad del individuo para remediarlo. Claro que siempre nos quedará la ironía, el humor entreverado en cada línea de esta novela, y el hortus conclusus, huerto cerrado donde toda alma cándida termina por encontrar su sitio y en el que también lo hallará nuestro héroe.

Estamos ante una novela seria, ambiciosa, de elaboración precisa tanto en sus contenidos como en su forma, novela de artista y de orfebre, de fondo de armario. Y por suerte no novela de poeta -aunque su autor lo sea- en las que los personajes suelen levitar inflamados por la retórica y las historias ahogadas por la inverosimilitud. Una buena lectura para el otoño, tiempo de reflexión, un buen espejo en el que mirarnos en el siglo XXI como en el XVIII lo fue el de Voltaire y en el XX el de Sciascia.

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