Arrebatos flamencos de dentro afuera

La Fundación Mario Maya acoge la presentación del libro 'Flamenco. Pasión, desgarro y duende', con fotografías de José Lamarca y Elke Stolzenberg

Mariana Ovalle, viuda de Mario Maya, en la sede de la fundación dedicada al legado del genial bailaor y coreógrafo.
Francisco Camero Sevilla

19 de enero 2013 - 05:00

Ambos han dedicado una parte fundamental de sus vidas a capturar en sus fotografías el profundo arrebato del flamenco, pero cada uno a su manera, con sensibilidades diferentes que al sumarse recorren y completan la distancia que media entre el momento cumbre de la actuación, entre el sudor y la electricidad excepcional del escenario, y los espacios cotidianos y caseros donde esas mismas personas fluyen relajados, no ante una multitud de desconocidos que vibran sino junto a la familia o los amigos, muchas veces posando, pero menos para los demás que ante sí mismos.

A la alemana Elke Stolzenberg y al argentino José Lamarca los une no sólo el rotundo instinto que hizo que dirigieran muy pronto y con pasión preferente sus objetivos hacia Camarón, hacia un Camarón que todavía no era totalmente, aunque no tardaría en serlo, el Camarón de la Isla legendario, la figura para la historia; también son comunes para ellos las cuatro décadas que llevan en España y su condición de fotógrafos -extranjeros sólo accidentalmente- que han plasmado en sus imágenes una parte sustancial de la historia del flamenco.

Los dos acaban de seleccionar algunas de sus mejores fotografías -más de 150, del Gallina a Los Sordera y José Mercé, de Gades a Fernando Terremoto, de Rancapino a Tía Juana la del Pipa, pasando por Antonio Mairena, Fernanda de Utrera, Chaquetón, Farruco, Tomatito, Cristina Hoyos, El Güito o Carmen Linares- en Flamenco. Pasión, desgarro y duende. Una historia fotográfica desde 1970, un libro publicado por Península, con prólogo del crítico Alfredo Grimaldos y un texto inédito del desaparecido pintor, poeta y letrista jondo Francisco Moreno Galván. "Les apetecía mucho presentarlo aquí porque es un lugar más íntimo, y también por la relación con Mario, claro", dice Mariana Ovalle, viuda de Mario Maya y presidenta de la fundación dedicada a la preservación del legado del genial bailaor y coreógrado, fallecido en 2008. Aquí es la sede de la fundación en la calle Atanasio Barrón, que acogió ayer un acto en el que participaron Lamarca, Stolzenberg y Grimaldos.

Fue una ocasión especialmente propicia para acercarse a la obra de dos creadores-testigos extraordinarios. "Ella es una mujer de escenario, de movimiento", dice sobre Stolzenberg su colega José Lamarca, residente en Madrid desde que hace 40 años, después de trabar amistad en Argentina con Antonio Gades, Paco de Lucía y Camarón, decidiera hacer las maletas, dejar su país y adentrarse a fondo en un mundo que le fascinaba porque desde el primer contacto le saltaron chispas por dentro. "A mí, en cambio, me ha gustado más el retrato, la nitidez del retrato", añade este fotógrafo que entabló otra buena y fructífera relación -personal y profesional- con José Menese nada más iniciar su aventura jonda en España.

Lamarca hizo numerosos retratos y cubiertas para discos -"cuando sólo por una buena portada un vinilo podía vender 10.000 copias"-, también para grupos de rock como Tequila y héroes rumberos como Los Chichos, y colaboró en varias ocasiones con Pepa Flores, pero "poco a poco", y con la intervención crucial de Moreno Galván, quien le hizo comprender y sentir a fondo la estética flamenca -"me orientó", dice él-, se fue inclinando cada vez más definitivamente hacia ese mundo de tablaos y "relaciones familiares". "Siempre me impresionó mucho eso", cuenta el veterano artista. "Me gustó y me atrapó la importancia extrema que tiene la familia en los flamencos. Mira por ejemplo los Parrilla en Jerez. O los Habichuela en Granada, una saga de guitarristas que se remonta al siglo XIX. Yo eso sólo lo había conocido en la música clasica, pero en el flamenco es más fuerte, porque al ser una música ágrafa precisa de relaciones más directas, aún mas hondas, para su transmisión".

"Alguna vez, preparando un retrato a un artista, ha habido gente que me ha dicho: Tienes que cambiarle el peinado. ¿Qué dices, hombre? No es eso. Siempre he tratado de buscar el carácter de la persona. Recuerdo un retrato que le hice a Enrique de Melchor; va y me dice su padre: muy bien, Pepe, me lo has sacado muy flamenco, muy gitano. ¡Y Enrique no era tan agitanao! Pero lo saqué muy flamenco, muy señor. Eso es lo que trataba de acentuar, la personalidad, la elegancia natural al posar que tienen los flamencos, gente que tiene raíces y es consciente de ellas. Me encantan esas fotos antiguas de artistas como Tomas Pavón, esas posturas, esas vestimentas...", dice Lamarca, que recuerda con especial cariño, entre otros muchos momentos, y "aunque ya sea un tópico", los vividos junto a Camarón -de cuya boda, a la que asistió como invitado, conserva numerosas imágenes inéditas-, o su encuentro con el Niño Miguel -"me impresionó porque intuí el sentido trágico de su vida"-, el gigante onubense de las seis cuerdas perdido dentro de sí mismo, al que retrató para sus dos discos de culto de los años 70, La guitarra del Niño Miguel y Diferente.

Elke Stolzenberg se cruzó con el flamenco a finales de los 60 en San Francisco, adonde había llegado desde su Berlín natal de la mano de sus padres hippies y viajeros. Como colaboradora del San Francisco Examiner retrató a figuras legendarias del jazz, entre ellas Dizzy Gillespie, pero conoció a Sabicas en un tablao de la ciudad al que la había enviado el periódico para hacer un reportaje y se le abrió un camino nuevo. "Me encantó la música y me encantó... el rollo. Pero si te digo la verdad, no sé muy bien qué estuve haciendo en esa época", recuerda entre risas esta mujer que cambió el ballet que practicaba desde niña por el baile flamenco, que llegó a Madrid haciéndose llamar La Gitana Rubia, con su minifalda y su estilismo de guiri radiante, que recibió clases de Merche Esmeralda, del maestro Granero, de Antonio Gades, que para ganarse la confianza y también, a veces, para mantener las distancias en un mundo al menos entonces tan hipermasculino y supersticioso, se dedicaba a leer las líneas de las manos y a echar las cartas, truco realmente infalible, recuerda ella.

Entre otros logros aparte de su propia vida y de muchas imágenes de potencia magnética, suyas son -lo dicen Mariana Ovalle y también Lamarca- las fotografías de Mario Maya que más le gustaban al propio artista. "Muy, muy bonitas. Las mejores que yo he visto de Mario son de Elke. Su forma de manejar la luz, los claroscuros, todo es magistral. Supo encontrar el alma, el gesto bailando de Mario, son fotografías muy dramáticas y con mucha personalidad", celebra Ovalle, amiga de esta alemana casi española desde que se conocieron en 1969 en Madrid, entre clases en la academia de baile y noches largas en Los Canasteros.

No hay comentarios

Ver los Comentarios

También te puede interesar

Historias del fandango

Antonio Silva ‘el Portugués’

Lo último