Alhambra Monkey Week

Fuertes atisbos de vuelta a la normalidad

  • La jornada del sábado del Alhambra Monkey Week se desarrolló de forma muy brillante a pesar de los presagios de lluvia, posteriormente cumplidos, que modificaron la programación del día

The Black Lips

The Black Lips / Javier Rosa

La jornada del sábado del Alhambra Monkey Week amaneció con malos presagios de lluvia, por lo que los organizadores tuvieron que prevenir la difícil situación que esta hubiese podido provocar en el único escenario al aire libre del festival, el gratuito instalado en la plaza de delante del Cartuja Center CITE. Tras valorar varias opciones decidieron reubicar a todas las bandas que iban a actuar en él en los demás escenarios del interior del recinto, con lo que la programación y los horarios varió de forma considerable durante las primeras horas de la tarde y solamente quedó como estaba la programación del escenario principal, el Auditorio Alhambra.

Lo que más les preocupaba era la Batalla de Bandas de Radio 3, que finalmente pudo tener lugar en el escenario del Cubo, en el que antes se realizó en directo un programa de Capitán Demo. En la Batalla de Bandas participaron algunas de las que más reconocimiento de crítica y público tenían de entre todas las del festival, como Tiburona, Adiós Amores, o las sorprendentes Shego; aunque más sorprendente aún fue que ganase Rosín de Palo con una propuesta artística muy diferente al resto, de música instrumental casi en su totalidad con solo un contrabajo y una batería, a pesar de lo cual consiguieron meterse al público en el bolsillo con la pieza de cuatro minutos que interpretaron. El premio les vino muy bien, sin duda, para reunir gente en su concierto posterior en el escenario AIE, en el que probablemente hubiesen estado casi solos porque se solapaba con los de dos de las bandas más atractivas de la noche, los salvajes Rata Negra en el escenario SGAE y The Black Lips, cabecera de cartel, en el escenario principal. Kiko Veneno, invitado especial a la batalla, pero sin participar en ella, hizo también una impecable interpretación de Volando voy que el locutor, de forma exagerada, definió como el verdadero himno de España. Mientras tanto el escenario Plaza no se abandonó por completo, programando en él sesiones de diferentes DJs, que tuvieron lugar de forma intermitente, cuando la lluvia, que en algunos momentos fue fortísima, lo permitía.

A partir de las cinco y media fueron sucediéndose los conciertos en todos los escenarios, resultando muy difícil elegir a cuál de ellos acudir. El primero en arrancar fue el de Emilia y Pablo en el SGAE, un dúo chileno que se basó en el folk de aires sudamericanos al que incluso le inyectaron un poco de flamenco, resultando la mezcla en un híbrido que todos los presentes disfrutaron en un respetuoso silencio, que contrastaba con el habitual espíritu del festival, todo diversión y bullicio. Tras ellos, tanto Juárez como Elemento Deserto, estos apoyados por la voz y las maracas de Sebastián Orellana en una de sus canciones, dieron unos conciertos fantásticos con la sala repleta de público.

En el escenario de la Planta de Arriba, el segundo en capacidad, el público se agolpó también para ver los conciertos de las primeras bandas, Baywaves y, sobre todo, Ghouljaboy, que nosotros tendríamos ocasión de ver mucho más tarde porque repitieron durante la madrugada en las salas de la calle José Díaz. El escenario AIE se llenó de puro rock cuando lo ocuparon las tres desenfrenadas chicas de Tiburona, que dejaron un listón muy alto, al que consiguieron llegar Mori poco después en el escenario SGAE, aunque de forma más calmada con una propuesta musical que les situaba en terrenos similares a los de unos Massive Attack low fi. Además tuvieron una durísima competencia en el Alhambra con el deslumbrante cuarteto de chicas que forman Shego, tan jovencísimas como Las Dianas del día anterior, con apenas poco más de veinte años todas ellas, a pesar de lo cual mostraron una sorprendente madurez en los textos de las canciones que interpretaron y en la forma en que los sacaron adelante como estallidos musicales impresionantes y divertidos. De vuelta al escenario AIE lo encontramos convertido en una auténtica fiesta con la música de Ortiga, que contrastaba brutalmente con el intento de post punk, más cercano a Parálisis Permanente que a Joy Division, de Depresión Sonora en el escenario principal, haciendo realmente honor a su nombre. Menos mal que Rata Negra se encargaron de colocar los ánimos en su sitio, desde el escenario SGAE, con su visceral manera de entender el punk, para afrontar de forma muy optimista la recta final del festival en el Center. Tanto ajetreo, unido a la falta de ubicuidad con la que la naturaleza no nos dotó, hizo que nos perdiésemos en el Cubo el show de Pedro Da Linha y Álvaro Romero, una de las mitades de Romero Martín, resultado de la conexión hispano portuguesa que con tanto cariño ha mantenido el Monkey Week, del que decían luego que había sido extraordinario y les habían puesto a todos a bailar.

Zumi Rosow demasiado cercana a la cámara de JAVIER ROSA Zumi Rosow demasiado cercana a la cámara de JAVIER ROSA

Zumi Rosow demasiado cercana a la cámara de JAVIER ROSA

El momento esperado, con el que poco a poco se fue llenando toda la parte del escenario Alhambra en el que el público permanecía de pie y gran parte de las butacas de más atrás, llegó con la aparición de The Black Lips. El quinteto de Georgia nos ofreció un espectáculo divertidísimo y muy bien trabajado por parte de todos los componentes, en el que con la excepción del batería, Oakley Munson, todos los demás se iban alternando en la voz y todos lo hacían bien, aunque los mejores registros vocales a la hora de cantar eran los del bajista, Jared Swilley. Su música enseguida nos recordó a la de los B-52´s, una banda que seguro que ellos escucharon mucho porque son paisanos suyos, en la que el componente pijo se hubiese sustituido por uno punkarrón, algo que se evidenció ya desde la segunda canción, Family tree, con el guitarrista principal Cole Alexander, atronándonos con un soberbio solo mientras se arrastraba por el suelo del escenario. Su enorme bagaje musical, sin embargo, les llevó por muchos terrenos en los que primaban otros estilos y Cool hands, por ejemplo, fue una bomba de estallido ensordecedor mientras que Dirty hands, de corte muy beatlemaniano, era puro pasteleo, acentuado aún más por la siguiente canción, Get it on me, en la que rebajó su exuberancia la saxofonista Zumi Rosow, que era quien la cantaba. La cadena de temas que cantó de nuevo Alexander, comenzando con Hippie Hippie Hurrah, para la que invitaron a una afortunada chica del público a unirse a ellos dándole las maracas cuando uno de los encargados de seguridad se aprestaba a expulsarla del escenario, donde se había subido por su cuenta y riesgo, volvió a poner las cosas en su sitio, imperando ya la locura en todas sus interpretaciones, con la excepción del Chain saw que abrió los bises, una canción de country muy clásico que comenzó a interpretar solamente Rosow acompañada por el segundo guitarrista, Jeff Clarke, para posteriormente sumarse el resto de la banda.

Era hora de dirigirse hacia los escenarios periféricos, en los que tendría lugar la jornada de madrugada que pondría punto final al festival, que ya había comenzado en la Sala Malandar, donde Grande Amore, la apuesta de Nuno Pico por renovar el sonido folktrónico gallego con una buena dosis de punk, abría la fiesta del sello Ernie Records y los que acudiesen allí tendrían de nuevo después otra oportunidad más de disfrutar de Shego.  La Sala X nos recibió con el concierto apenas comenzado de Viuda, que daba inicio a la fiesta del sello Humo; eran cuatro chicas asturianas con un sentido del humor algo atravesado y muy irónico, que entre castañuelas e instrumentos electrónicos nos hicieron pasar un buen rato. Mientras, en la Sala Even había comenzado la fiesta del sello Ground Control con el concierto de Baywaves y desde ese momento fue relativamente fácil moverse entre una y otra sala porque las actuaciones apenas se solaparon entre sí. Y digo lo de relativamente porque desde el principio la afluencia de público fue bastante superior a la de la noche anterior y en el tramo final ya fue necesario guardar cola y esperar a que fuese saliendo gente de una sala para poder acceder desde fuera, lo que hizo que el Monkey Week comenzase a parecérsenos al que todos teníamos en el recuerdo, de ediciones anteriores a la pandemia. Baywaves aportaron colorido a la noche con una psicodelia más insinuada que perceptible; Sofía, en la Sala X, sacó de su sintetizador una musicalidad de gran belleza en algunos momentos para ennegrecerse con una intensa oscuridad en otros, que nos hacían apetecer los sonidos mucho más fiesteros de Ghouljaboy que encontramos en la sala de al lado, la Even, que cerraba así su programación. Todavía nos quedaba despedir al Monkey Week por este año y lo hicimos de forma calcada a la última edición que pudo celebrarse con público. Si en aquella ocasión fueron Camellos los que nos hicieron sudar frenéticamente en la Sala X, esta vez fue La URSS, propiciando incluso escenas de moshing como las de aquel año anterior, en un concierto que se nos quedó demasiado corto. Esperemos que así de corta sea también la espera para la próxima edición del festival, con la esperanza de que la situación social nos lo devuelva tan lleno de vida como solía estar. Aunque de la vitalidad de este que acaba de terminar tampoco tenemos queja alguna.

 

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