Tumbarse en la nieve

Psicología y Salud: Todo está en ti

Hay corrientes en las cuales, dentro de la psicología especialmente la de terapia, aceptación y compromiso, se enseña que la aceptación es una herramienta muy poderosa para reducir el sufrimiento y ampliar la capacidad de vivir plenamente

La nieve en la montaña. / Agencias

“Rendirse a lo que no podemos cambiar”. Esto sería tumbarse en la nieve. Eso es lo que hacen los soldados cuando terminaban en la guerra. Se tiraban y se tumbaban en la nieve. Vivimos una cultura en la que se valora el control, el estar continuamente pendiente de todo y esto muestra que gran parte de nuestro sufrimiento surge precisamente del intento de controlar lo incontrolable. Por eso, el soltar el control, abrazar la incertidumbre y rendirse a lo que no podemos cambiar es una invitación, aunque sea difícil, muy liberadora. Con esto quiero decir que rendirse no significa resignarse, ni rendirse ante la adversidad. Significa pararnos ante la lucha inútil contra una realidad que no va a modificarse solo porque nosotros nos resistamos. El otro día me decía una amiga cómo se iba a resistir a una situación (que realmente no podía modificar) y yo le decía que resistirse no significa que esté de acuerdo, es todo lo contrario. Es la aceptación de una situación que requiere comprensión. Cuando aceptamos una situación y nos tiramos en la nieve, significa que estamos fluyendo con los que nos toca vivir. Pero esto no quiere decir que estemos de acuerdo, sino que comprendemos que esto se escapa a nuestro control y circunstancias.

Hay corrientes en las cuales, dentro de la psicología especialmente la de terapia, aceptación y compromiso, se enseña que la aceptación es una herramienta muy poderosa para reducir el sufrimiento y ampliar la capacidad de vivir plenamente. Es cierto que nos hace ser más resilientes si somos capaces de aceptar y fluir con las circunstancias que nos toquen o tengamos en ese momento. Situaciones como una enfermedad inesperada, la pérdida de un ser querido, el final de una relación, un cambio brusco en el entorno social o político, la inestabilidad económica; todas estas circunstancias, a veces o muchas, se escapan a nuestra influencia. Entonces, frente a estas situaciones, intentar querer controlar lo único que va a hacer es intensificar nuestra ansiedad y nuestro sufrimiento. Así que lo que va a hacer la mente es estar en todo momento en un modo de hiperactivación y vigilancia, imaginando los peores escenarios, fabricando catástrofes, viendo cómo se acaba el mundo, imaginando o creando soluciones imposibles. Todo esto nos hace estar en modo centrifugadora, es como si la lavadora no parara de centrifugar. Este esfuerzo tan constante y tan duro por predecir o querer estar previniendo lo que no depende de nosotros, suele funcionar como un gran verdugo mental que nos mete en una cárcel sin salida.

Por eso tirarse o tumbarse en la nieve es soltar el control, que no es perderlo, sino dejar de poner ese control en un foco donde realmente no sirve para nada. Es verdad que hay una parte de la psicología que distingue entre el control útil, que es realmente lo que depende directamente de nosotros, y el control ilusorio, que es aquello que queremos manejar, pero que en realidad no nos pertenece. Todo lo contrario, pertenece al campo de la incertidumbre. En el momento que empezamos a navegar en la incertidumbre y abrazarla es cuando realmente hemos comprendido el sentido de la vida, de que hay muchas cosas que no están a nuestro alcance, y eso a la vez nos da tranquilidad, porque no tenemos que estar siendo los protagonistas continuos de esta vida en cosas que no nos pertenecen.

Desde otra vertiente de la psicología, la psicología cognitivo-emocional, se sabe que cuanto más resistimos, y esta resistencia es más prolongada, genera mucha más tensión que el propio evento o situación en sí. El cerebro percibe que algo no debería estar pasando y entonces lo que va a hacer es generar unas respuestas de alarma muy grandes, que en realidad no existe ese peligro como nosotros estamos viviendo, no es un peligro real. Por eso aceptar no es un acto de debilidad, sino que es una manera de desactivar la lucha interna que alimenta ese estrés y, a la vez, va a reducir desactivación fisiológica, restando carga a los pensamientos intrusivos para que permita que el organismo recupere el equilibrio. Tumbarse en la nieve abrazando la incertidumbre es comprender que no existe vida sin riesgo ni futuro sin misterio. Reconocer que las personas que mejor se adaptan a los cambios no son las que tienen mayor control, ni mucho menos, son las que poseen más flexibilidad psicológica. En esta flexibilidad incluimos la capacidad de ajustar expectativas, experimentar nuevas formas de afrontar desafíos, tolerar la ambigüedad sin perder el sentido de lo mismo.

Nuestro cerebro aprende a navegar en la incertidumbre, es cierto que vamos a vivir con ella, pero reeducando ese impulso natural, enseñándole a la mente que no tiene que estar todo bajo vigilancia ni alerta. Entonces, al hacer esto, soltamos el control y se convierte en un acto de confianza, de confianza en la vida y en nosotros. Esa confianza, muchas personas la toman hacia un destino o una fuerza exterior. No tiene por qué ser desde ahí, pero sí en la confianza en nuestra propia capacidad de adaptarnos. Es decir, confiar en que incluso si no podemos predecir lo que viene, podremos enfrentarlo cuando llegue. Yo siempre digo que lo que llega a la vida de las personas es porque realmente están preparadas para vivirlo. Y esta confianza es un pilar importantísimo de la resiliencia psicológica. Las personas resilientes no son quienes evitan el sufrimiento, ni mucho menos, sino las que confían en que podrán atravesarlo sin destruirse. El aceptar las circunstancias inevitables que tengamos que vivir también nos abre las puertas hacia la serenidad. Cuando dejamos de exigir que las cosas sean distintas a las que estamos viviendo, nos vamos a liberar del peso de la frustración continua que tenemos. La rendición psicológica nos permite con esto ver con mayor calidad que sí podemos cambiar nuestros hábitos, decisiones, actitudes, lo que realmente nos pasa. Porque no es tan importante lo que nos pasa, sino cómo vivimos lo que nos está pasando. En ese espacio, ya libre de una lucha inútil, podremos actuar con mayor lucidez.

Y podríamos ver también que soltar el control hacia los demás también es una manera de vivir los vínculos de forma más auténtica. Es decir, cuando dejamos de intentar controlar a los demás en su forma de ser, en lo que hacen, en cómo reaccionan, aceptando al otro como es, en lugar de como quisiéramos que fuera. Esto va a fortalecer la empatía y va a reducir de manera brutal la carga emocional. Por eso, se sostiene desde la psicología, sobre todo sistémica, que las relaciones más sanas son aquellas donde existe un gran balance entre la autonomía, aceptación y una comunicación asertiva. Abrazar la incertidumbre nos abre la posibilidad de vivir el presente, tirarnos en la nieve, tumbarnos, disfrutar de su tacto y de su blancura, algo que muchas veces se pierde cuando la mente está obsesionada por controlar el futuro.

En resumen, podríamos soltar el control, rendirnos a lo inevitable, abrazar la incertidumbre como actos de profunda fortaleza y no actos de fuga. Implica reconocer los límites del poder personal, aceptar cómo la vida viene y se manifiesta, y confiar en nuestra capacidad innata de adaptación humana que todos poseemos. Por favor, túmbate en la nieve y disfruta del paisaje.

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