La religiosidad, fuente inagotable

La Coral de la Sagrada Cena se convierte en la opción predilecta de las cofradías en Cuaresma 'Via Mariae', en los 500 años de la Concepción

Madre de Gracia llegando a La Merced.
Marco Antonio Molín Huelva

10 de marzo 2015 - 01:00

La Cuaresma onubense de los últimos años se enriquece con iniciativas que están forjando tradición. Dos veteranos en la música sacra de Huelva, Emilio Muñoz Jorva y la Coral de la Hermandad de la Sagrada Cena, junto a un grupo de instrumentistas, se han convertido en la opción predilecta de muchas cofradías. Agregar al servicio del culto divino conciertos sacros con lecturas inspiradas en los Evangelios es un hecho plausible pues acerca recíprocamente la fe y la cultura. A su clásico Pasión y Muerte de Jesús, ofrecido ya en otras provincias españolas, se une el Via Mariae, síntesis de las vivencias de la Virgen con la mirada puesta en su Hijo.

Inmejorable ocasión para ofrecer este concierto ha sido el Quinto centenario de la Iglesia de la Concepción de Huelva. Se predispuso al espectador dejando todo en penumbra para iluminar tallas, iconos y símbolos representativos de Cuaresma que sirvieron de escenificación. Sello de la mejor escuela, las intervenciones corales, que alcanzaron lo sublime en Pacem in terris, Pan de Vida Nueva y el coral de la cantata B.W.V. 147 de Bach. Tres secciones para cantar respectivamente la quietud del espíritu, el rito de la eucaristía y el gozo en el Señor. Piezas en general muy bien interpretadas aunque nos habría gustado oír más cuerpo en el estribillo de Pan de Vida Nueva.

Álvaro González fue solvente en su labor al teclado, alternando los timbres de órgano y piano, imprescindibles para el Anuncio del Nacimiento de Jesús, la Pasión o un himno hacia el final. Supo poner de relieve la linda ingenuidad de algunos textos de la primera parte; aunque le faltó volumen y brillo en Amor inefable y Pan de la Vida Nueva, donde la sonoridad del órgano debe ambientar como ningún otro instrumento la solemnidad eucarística. Excelentes resultados los del conjunto Viviocuerd, jóvenes de una prometedora andadura artística, compaginando el repertorio clásico con el popular. Sus hermosas versiones de Boccherini y Rameau venían como anillo al dedo a la narración; el aria de la Tercera Suite orquestal de Bach puso de manifiesto los mejores logros de un grupo de cuerda con diez años a sus espaldas: claras texturas y rico fraseo que jugaba cómodamente con la dinámica.

Buena lectura de Macarena Orozco y Marta Barros, quienes hicieron irrepetibles esos momentos donde se habla de la humildad de la Virgen o la misma premonición del Calvario al pie de la Cuna. No obstante, hay versos que podrían pulirse dada la abundancia de pareados. El trabajo de escenografía e iluminación es una de las firmes apuestas de estos conciertos cuaresmales: maravillosas las escenas del Cáliz y el Cirio Pascual en elocuente visualización de la música.

Estaría bien que el coro añadiera tenores (hay música que suena incompleta) y que el órgano y el conjunto de cuerda tuviesen más participaciones en solitario, menguando con ello los textos. A propósito, habría que enumerar menos y prescindir de datos eclesiásticos para mantener la tónica del misticismo. También hubo en programa piezas corales cantadas al unísono que habrían merecido una armonización por cuerdas.

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