Manuel Garrido Palacios

“Cuando muere una persona de 80 años se te muere un cacho de historia”

  • El onubense publica una nueva novela mientras sigue con sus trabajos etnográficos sin dejar de investigar y viajar

  • Le gustaría ver un centro de patrimonio inmaterial de la provincia

Manuel Garrido Palacios, en uno de sus viajes.

Manuel Garrido Palacios, en uno de sus viajes.

Acaba de publicar una nueva novela, Teclas blancas, teclas negras (Niebla Editorial), aunque la narrativa es sólo un entretenimiento entre sus largas jornadas de trabajo. Porque no para de investigar de viajar y de escribir sobre etnografía. Habla de sus trabajos para Televisión Española hace 40 años y de sus últimos descubrimientos y lo hace siempre con un entusiasmo contagioso. Es Manuel Garrido Palacios, escritor, cineasta, onubense ilustre empeñado en que no olvidemos nuestras raíces.

–La narrativa convive con la etnografía en sus libros. ¿Qué le aporta?

–La literatura narrativa es una belleza, un disfrute. Yo empecé a hacer todos mis guiones y empecé entonces a escribir, por tanto. Al escribirlos hacía una historia y los rodaba, y ahora se puede decir que hago mis guiones pero no los ruedo. Nada más. En mi cosa literaria hay dos caminos que no son excluyentes y en los que hay, efectivamente, una convivencia total. Y desde que Juan Rulfo, sin querer hacerlo realmente, me indicara por dónde tenía que ir en la escritura, me han salido 40 libros, entre los que hay algunos de etnografía preciosos.

–Algunos de ellos los ha reeditado recientemente.

–Prácticamente, el Diccionario de palabras de andar por casa y Viaje a la Sierra de Aracena son los únicos libros que he publicado en Huelva, reeditados. Y la novela Teclas blancas, teclas negras está saliendo en Francia muy bien y también Niebla va a publicar ahora la segunda edición, ya en español.

–¿Y qué hay de sus investigaciones en estas novelas?

–Parece que por ser una novela, nada tiene que ver, pero sí que tiene relación al final. Hay momentos en la novela en los que hablo del Andévalo y no me doy cuenta. Son cosas que han pasado allí y las estoy trasponiendo a otro escenario que a mí me interesa. Eres como una esponja: te vas empapando de todo, va sumando y cuando en un momento dado paras de viajar y te pones a escribir, sale solo.

–Usted hizo muchos trabajos en televisión, muy profundos, importantes y reconocidos.

–Hice varias series pero hay dos que me gustan mucho: El bosque sagrado y Raíces, que sumaron trescientos y pico de capítulos. Uno de ellos, Adivina, adivinanza, rodado en La Alberca, en Salamanca, ganó el Golden Harp en Dublín, que son como los Oscar de la televisión. Era precioso: reflejaba el rito del noviazgo, la boda, el embarazo, los juegos infantiles; y cuando la madre le pregunta al niño qué quiere ser de mayor, le responde “no sé”. Es lo mismo que me ocurre a mí con todo esto que hablamos: no sé por qué pero recibo esa influencia y me deja descolocado.

"Llevábamos once años haciendo ‘Raíces’ y era mejor dejarlo así, con doscientos capítulos que son una joya”

–¿No tiene sentido hacer ya un programa documental como Raíces en la actualidad?

–De 8.000 municipios que hay en España, me he podido tragar unos 2.000. Rodábamos en un pueblo de Guadalajara cuando me preguntaban qué poner en la claqueta. “Último capítulo de Raíces”, les dije. El equipo se quedó helado pero me dí cuenta: no podía más porque lo que nos íbamos a encontrar ya era otra historia. Llevábamos once años haciendo eso y ya era otra historia. Era mejor dejarlo así, con esos doscientos capítulos que son una joya y que están en la Filmoteca Nacional.

–¿Y tendría cabida en una televisión pública ahora?

–¿Tu has visto lo que hacen ahora? Ha sido mi casa y me ha dado la gran beca de mi vida, 20 o 25 años ahí dando caña. Pero los programas estos en los que van ahora por los pueblos metiéndole el micrófono al viejo para hacer la gracia, y tantas cosas...

–Esta semana se habla mucho de pueblos de Huelva en televisión pero por hechos tristes.

–Es una cosa puntual porque en El Campillo no ha pasado nunca nada. Ni en la Sierra. Hay ahí un factor de educación en el que habría que profundizar. Formas parte de la sociedad y te disgustas; hay uno de tu sociedad que ha hecho algo que no debía hacer y la inquietud está ahí.

–Uno cree que el pueblo es un reducto de paz y tranquilidad.

–El pueblo es, simplemente, una ciudad en pequeñito, es la célula. Si vas a París, tienes barrios, distritos, que son pueblos, con tu bar, el amigo, el restaurante que te conoce. El pueblo está aislado por el paisaje y el barrio está unido a otro por el metro o una calle. Esto es cosa del ser humano. Es muy duro lo que ha pasado y Dios quiera que no pase nunca más.

–Todos los sitios tienen su riqueza, pero ¿qué tiene Huelva que le encantó a Julio Caro Baroja?

–Vino en el 49. Él me descubrió muchas cosas y escribió el prólogo de Alosno, palabra cantada. Me emocionó, hasta que se me saltaran las lágrimas, cuando me dijo que creía que lo que había visto en el Alosno no iba a cuajar nunca en nada físico hasta ver este libro. Quiso mucho al Alosno, al Cerro, la Puebla, Cabezas Rubias. Y el molino que puso en la portada de la revista Dialectología y tradiciones populares, y en cualquier libro editado por ellos, era el de la Puebla.

–¿Le falta a la gente de Huelva conocer mejor su propia provincia?

–No lo sé. Tendría que conocerla más, más allá de las fiestas que nos han querido imponer a costa de las propias, como Halloween y otras que me dan dentera. Con eso, el sentido se pierde.

Manuel Garrido Palacios. Manuel Garrido Palacios.

Manuel Garrido Palacios.

–¿Los barrios y los pueblos son lo más auténtico que queda?

–Mi padre me llevó a Alosno por primera vez y me dijo que lo que allí había era verdad. Así. En los barrios, como el Molino de la Vega, vive una gran cantidad de gente del Andévalo. De alguna manera trasponen el pueblo en el barrio, siguen con sus raíces y no faltan a sus citas anuales fijas, como San Juan, que no se lo quites a un alosnero, que sería como quitarle su cabeza.

–Para muchos es una manera de estar unidos, ¿no?

–Y de no perderse. Es como una brújula que le indica el rumbo en el corazón. Siempre sabe que yendo a su pueblo va a encontrarse a si mismo o va a encontrar algo con lo cual se va a identificar. Esto pasa aquí y en Asturias, en Galicia o en Cataluña.

–¿Pero habría necesidad de redescubrir los pueblos?

–No sé si ya lo conseguiremos. Yo viví esto en una época tan bonita. Toda Raíces es el descubrimiento de los pueblos. La podría haber llamado así. Pueblos donde no había ido nadie nunca y habían salido los muertos, no más. Nacían allí y morían allí. Y tenía una riqueza inmaterial, un conocimiento, una cultura tremenda. Pero si vas ahora a un pueblo con tu Audi, te paras y el del mesón –que ya no es taberna– tiene una televisión de plasma donde tiene a Trump en pantalla y vas buscando la gracieta del abuelo, no le estás teniendo respeto, te lo estás cargando. Mejor dejarlo en paz.

“Uno siempre sabe que yendo a su pueblo va a encontrarse a sí mismo o va a encontrar algo con los que se identifica”

–Hay quienes sí se acercan con la intención de encontrar algo.

–Mi madre es de Asturias, donde mi abuelo fue minero. Hay gente mía a la que he llevado a Tharsis y les he enseñado aquello. Ellos me dicen que allí huele a Asturias, aunque estemos en Tharsis. Hay algo siempre que se encuentra, unos elementales.

–¿Se ha perdido la sencillez en los pueblos?

–Se va perdiendo porque nos homologamos. Nos resistimos pero caemos. Un hombre que conozco de un pueblo se ha comprado un móvil e iba el otro día por la calle tan entusiasmado que se pegó con una farola. La realidad estaba en la farola pero él se quería meter en aquello. Y la farola le dijo que no estaba en su pueblo.

–Algunos hay que parecen de otro tiempo, como en Portugal.

–Ahora estoy muy encariñado con Portugal y, directamente, con el Algarve, que creo es como la Toscana de Italia. Esa zona ha tomado un carácter y un aspecto de identidad, a los que le tiene un respeto tremendo la gente que va allí desde Europa. Y no he visto allí un factor que me molesta mucho, que es el servilismo: si vas allí, te comes lo que tienen, sin variaciones.

Patrimonio inmaterial

–Ahora hay muchos movimientos para preservar el patrimonio, ¿pero nos olvidamos del inmaterial?

–Yo pertenezco a la Cátedra de Patrimonio Inmaterial de la Universidad de Valladolid, y tenemos un par de congresos al año, en un pueblo que se llama Urueña, donde está domiciliada la Cátedra. Es un pueblo con no más de 90 o 100 vecinos pero es curioso cómo la afluencia de gente es enorme. Han proliferado los restaurantes y, lo más curioso: hay once librerías. ¡Más que aquí! No es que los habitantes sean los consumidores, pero sábados y domingos es un hervidero, y todos llevamos nuestros libros allí.

–¿Sería posible hacer algo parecido aquí, en el Andévalo?

–Me gustaría que hubiera una cosa así pero no la hay. Cada uno hace lo que puede. Pero, claro, la universidad tendría que estar detrás de eso porque necesita de un respaldo fuerte de conocimiento y organización. Las cosas políticas no las metería ahí porque eso al final siempre te cobra.

–Ya tiene trabajo adelantado.

Viaje a la Sierra de Aracena es una aportación. El otro día me llamó José Antonio Gómez Marín, que para mí es el intelectual más fuerte de nuestra generación, y me dijo que éste es el mejor libro que he hecho. Yo no lo creo pero él lo considera y me gusta porque hay una valoración. Esto es patrimonio inmaterial. La señora que te cuenta un cuento es un tesoro etnográfico, absolutamente. En cierto modo echo de menos poder echarle mano a eso.

“Huelva no ha sido precisamente un villorrio. Es un sitio aislado pero la influencia marítima le ha dado mucho”

–Porque el tiempo corre y se corre el riesgo de perderse.

–Muere una persona de 80 años y se te ha muerto un cacho de historia. Sí he pensado meterme a fondo en ello, pero hay muchas cosas que hablar. Por ejemplo, yo puedo catalogar aquí pero con mi dirección, bajo mi criterio. Yo vivo muy poco aquí pero a este aquí le trabajo mucho. Todas estas cosas son para Huelva. Hay un libro muy bonito, Una mirada a Huelva, que publiqué para la Caja Rural, con el que lo único que intenté fue abrir muchos caminos para que entrara el estudioso por donde quisiera, porque había de todo. Incluso de Alfonso X El Sabio hay cuatro cantigas dedicadas a Huelva. ¿Y quién sabe eso? Huelva no ha sido precisamente un villorrio. Ha sido un sitio aislado pero el hecho de tener esa influencia marítima le ha dado mucho.

–¿Lo más interesante es recibir todas esas influencias?

–El reloj de la catedral de La Merced toca una melodía cada hora en punto, excepto a las doce, que grabé yo. He estado ahora estudiando en Grecia, en el Peloponeso, la música de la antigüedad, porque la primera anotación musical que se conoce en el mundo está en el Museo de la Acrópolis. Bien estudiada se descubren los dorios, y dándole más vueltas, a fondo, se descubre una melodía que conozco. ¡Y ahí está! El tetracorde final de modo dorio, las cinco últimas notas de las campanadas, están ahí, en una canción de Huelva. No nacida aquí pero sí traído por ellos. ¡Qué bonito!

–Y se ha mantenido en el tiempo.

–¿Quién la ha mantenido? No se sabe. Yo se la escuché a mi abuela, que, la pobre, era ama de casa con nueve hijos y no tenía formación. Me gustaba mucho esa cancioncilla, que dicen puede parecer un fandango, pero no, solo lo anterior. Porque esa cadencia final es el modo dorio y, además, puro. Mi madre, que vino de Asturias, me decía intuitivamente que eso último no era de Huelva, y que había venido de fuera de alguna manera. Estudio el tema y, ¿de dónde va a venir? De la Grecia antigua. ¿Cómo ha entrado? ¿Cómo ha quedado? No sé, pero la memoria está ahí, es patrimonio inmaterial. Ha quedado en el aire. Y es tan bonito...

–Todo vuelve a la gente.

–Es patrimonio inmaterial puro. Ese no se va ya.

–¿Y qué patrimonio se estudiará dentro de cien años?

–El mismo. Cuando vi al hombre que se pegó con la farola, me respondí también a esa pregunta. Mal andamos. Yo no me entrego, sigo con lo mío y me gusta mucho. Y tengo a mi hijo David, que es músico y ha estudiado Historia, que ha orquestado las Nanas de las coplas del niño, de Alosno, con el respeto que le he inculcado. Y es tan bonita... Así, sí.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios