100 días de gracia para la gloria o el fracaso
'War room'
Algunos gobiernos aprovechan este periodo de gracia para ejecutar las decisiones más duras, confiados en que nuestra memoria frágil acabará olvidando

Huelva/No hay una segunda oportunidad para causar una buena primera impresión. Nos pasa a las personas, y también a los candidatos que han ganado las elecciones y acceden al poder. De ahí que los 100 primeros días sean trascendentales para conseguir un halo de buen gestor que se prolongue todo el mandato. Algunos gobiernos aprovechan este periodo de gracia para ejecutar las decisiones más duras, confiados en que nuestra memoria frágil acabará olvidando. Algunos expertos, sin embargo, desaconsejan esta práctica porque puede llevar a la destrucción total de la imagen del político.
Los 100 primeros días son el 6% de un mandato de cuatro años. Es un periodo de tiempo corto y, sin embargo, tiene un enorme significado simbólico. Los gobernantes deben cuidar y, sobre todo comunicar, aquellas primeras medidas que se adoptan durante lo que algunos llaman “luna de miel” porque la oposición suele, o más bien solía, respetar esas decisiones y minimizar las críticas.
La definición del gabinete y la estructura del ejecutivo son algunos de los indicadores que se usan para analizar los 100 primeros días de gobierno y, de hecho, Pedro Sánchez catapultó su discurso sobre la igualdad nombrando a un gobierno “feminista” con más mujeres que hombres. En otras ocasiones, los 100 primeros días se convierten en una declaración de intenciones acerca de un estilo de gobierno, tal como hiciera José Luis Rodríguez Zapatero anunciando en su primera comparecencia pública la retirada de las tropas españolas en Irak.
Implícitamente, tomar muchas decisiones es sinónimo de firmeza, de capacidad de gestión y de potencial efectividad, aunque a veces la respuesta de la sociedad sea la convocatoria de una huelga general como le ocurrió a Mariano Rajoy cuando en sus primeros 100 días aprobó los mayores ajustes económico de la democracia amén de otras medidas polémicas como la introducción de tasas judiciales, la eliminación de Educación para la Ciudadanía o el anuncio de la modificación de la ley del aborto.
Inmediatamente después de ganar unas elecciones, los candidatos se encuentran en su pico más alto de aceptación y simpatía. En ese momento coincide la alegría y exaltación de sus votantes con el estado depresivo del derrotado, mientras que los indiferentes están expectantes, dispuestos a dar una oportunidad. No ha habido tiempo aún para el desgaste.
Ese momento es aprovechado por algunos gobiernos para llevar a cabo las medidas más desagradables para que, avanzado el mandato, los ciudadanos hayan podido perdonar, e incluso olvidar, estas decisiones impopulares. Expertos como Daniel Eskibel recelan de la aplicación de esa receta porque sus resultados pueden ser “catastróficos”. “A veces lo que logran es simplemente destruir esa luna de miel, no pudiendo construir nada después”.
En opinión de este experto en psicología política, ese momento en el que el recién elegido gobernante se encuentra en el punto más alto de sus simpatías debe ser aprovechado de manera inteligente para “ampliar el consenso”. Emplear este buen clima para llegar a acuerdos con sectores de la sociedad, aunque sea sobre medidas puntuales, favorecerá una mayor protección y respaldo cuando posteriormente se deteriore de la imagen del gobierno, según Eskibel.
Napoleón y Roosevelt
Los expertos consideran que 100 días es una medida perfecta para medir la eficacia de un gobierno. Independientemente de que sea un número mágico o un criterio artificial, lo cierto es que los 100 días tienen una historia detrás que le confieren cierto sentido.
Históricamente se relaciona este periodo con Napoleón porque es el tiempo que transcurrió desde que huyó de la isla de Elba, donde estaba exiliado, hasta su derrota definitiva en Waterloo, en 1815. Durante el periodo conocido como los Cien Días, reconstruyó el ejército y retomó el gobierno, tratando de instaurar un régimen constitucional más democrático y liberal.
Franklin D. Roosevelt fue el primer presidente que introdujo este periodo de gracia y lo usó con fines comunicativos. Llegó al gobierno en el cuarto año de una crisis económica de alcance mundial, y durante ese periodo, demostró una capacidad de reacción sin precedentes aprobando 15 leyes intervencionistas para luchar contra la Gran Depresión. Estas medidas se conocen como New Deal y, además de reconstruir la moral y la economía estadounidense, creó el precedente para que se analizaran los 100 primeros días de las siguientes administraciones en EEUU. Esta tradición ha sido adoptada en la mayoría de países occidentales.
Los 100 días ha quedado marcado como el periodo en el que los electores pueden hacerse una idea del nuevo gobierno, y esa primera impresión es “casi definitiva”, según el consultor Pau Canaleta, ya que “no hay nada más difícil que cambiar percepciones cuando estas ya están solidificadas en la mente de los ciudadanos”.
Canaleta es autor del libro 100 días 1 imagen, en el que ofrece las claves de los primeros meses de cualquier gobierno a través de 50 puntos a tener en cuenta. Algunas de estas acciones en este periodo de gracia pasan por analizar detenidamente los resultados electorales para conocer objetivamente de dónde han venido los votos. Para no defraudar expectativas desde el comienzo, también es importante relacionar todas las promesas de campaña y establecer las prioridades de cumplimiento durante los próximos cuatro años.
Las transiciones de gobierno no son fáciles. Crear un equipo con personas que conozcan la institución capitaneados por un responsable de la máxima confianza del candidato y con experiencia de gobierno permitirá aprovechar bien el tiempo desde el minuto uno. En estos primeros compases hay que tener gestos conciliadores con el anterior gobierno y evitar recriminaciones.
El miedo al cambio es algo natural en todos los órdenes de la vida. Para minimizar la sensación de desconfianza, Pau Canaleta aconseja no tomar ninguna decisión que provoque rechazo o división entre los ciudadanos. Actuar con prudencia en este periodo puede derribar muchas de las objeciones hacia el nuevo gobierno.
Desarrollar acciones simbólicas que sintonizan bien con buena parte de la sociedad, acompañadas de una buena puesta en escena, contribuye también a crear una imagen de confianza y de cumplimiento.
El cambio debe hacerse visible desde el primer día. No basta, en opinión de Canaleta, con caras nuevas ni medidas inéditas, sino que aconseja romper las inercias abriendo otros escenarios de comunicación que permitan una manera diferente de relacionarse con los ciudadanos y con los medios de comunicación.
“Esta nación pide acción, y acción ahora mismo” fueron las primeras palabras de un emocionado Roosevelt que, sin él saberlo ni pretenderlo, inauguraron una nueva manera de medir los tiempos en política.
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