Entrevista | Rocío Zalvide López, profesora

“¿Quién me devuelve estos cuatro años de calvario que he pasado si no hice nada?”

  • Fue acusada de unos delitos que no cometió

  • Cuatro años de pesadilla que concluyen con un juicio en el que sale libre de culpa

  • Ahora recuerda su tormento e intenta reconstruir toda su vida

Rosario recuerda para 'Huelva Información' los años que pasó acusada de delitos que no cometió.

Rosario recuerda para 'Huelva Información' los años que pasó acusada de delitos que no cometió. / Josué Correa (Huelva)

Es una historia de aquellas “películas malas de las tardes de los domingos”, de la lucha de alguien que sabe que no ha hecho nada malo, que se ha comportado durante más de cuatro décadas conforme a lo que sus padres la enseñaron, que jamás ha vivido una situación semejante más allá de las pantallas de televisión y que se ve en unos calabozos, sin noción del tiempo, en medio de una situación que no logra entender sencillamente porque no puede y con cuatro años de “calvario” hasta que alguien la escucha, lo entiende y le dice lo que ya sabía, que no ha hecho nada de lo que deba avergonzarse.

¿Y ahora qué? Es la pregunta que lleva haciéndose desde que unos folios con el membrete del Ministerio de Justicia, le confirmó que rechazaba todos los cargos de los que estaba acusada. Un proyecto de vida que se queda por el camino, atención psicológica para poder sobrellevar el infierno vivido y una pena del Telediario que en su caso vivió en un ambiente con caras que no le devuelven la mirada, señales a su paso y la lacra de estar marcada por algo que, sencillamente, no ha hecho. La historia de Rocío es la de alguien que vive algo que jamás pensó que viviría y que lo único que piensa es rescatar su vida tal y como era antes, o al menos restituirla sin mancha alguna. Es el testimonio de una inocente.

Su pesadilla comenzó en el mes de noviembre. En el colegio El Puntal de Bellavista, dos agentes de paisano de la Policía Nacional se presentaron en el despacho del director y, con las placas por delante, comenzaron a hacerle varias preguntas sobre el funcionamiento del centro. Unos días después, le llamaron a declarar en dependencias de la Comisaría de Huelva, donde se enteró de los cargos presentados contra una persona que trabajaba en su centro. Al igual que él, varios trabajadores, incluida Rocío, fueron a prestar declaración como testigos de unas presuntas actitudes que nadie corroboró.

El proceso policial y judicial siguió su curso y de nuevo Rocío fue llamada a prestar una nueva declaración. Poco imaginaba que a partir de ese día, su vida cambiaría para siempre.

Un momento de las manifestaciones de Rocío. Un momento de las manifestaciones de Rocío.

Un momento de las manifestaciones de Rocío. / Josué Correa (Huelva)

–¿Cómo recuerda ese día?

–Me meten en el coche y me dicen que estoy detenida. Desde Bellavista hasta la Comisaría estuvieron presionándome para que dijera algo y no sabía el qué. Tampoco me decían de qué le estaban acusando.

–¿Y de qué le acusaban?

–De pornografía infantil, pertenencia a banda criminal y abuso de menores. No daba crédito a lo que me estaban diciendo.

–Es decir, que tenía usted en su teléfono, fotos inapropiadas de menores.

–Yo no, supuestamente las tenía el chico al que habían detenido anteriormente.

–¿Cómo recuerda esos primeros momentos?

–Me hicieron las fotos esas que salen en las películas que, curiosamente, no aparecen en el sumario.

–¿De dónde vienen esas denuncias y por qué se hicieron?

–Había seis niñas y denunciaron cuatro. La primera vez van a una psicóloga y no declaran que les había dejado salir del colegio que era de lo primero que me acusaban. Después de haberme detenido es cuando las niñas empiezan a nombrarme a mi, que las sacaba del colegio.

–Obviamente, detrás de esas denuncias, están sus padres.

–Hombre, tenían cuatro años. No son responsables de lo que dicen. Yo me quedaba con ellos hasta el último minuto, hasta que el último padre venía a por sus hijas.

–Usted llega a la Comisaría y le dicen que no puede irse.

–Llego a las calabozos, me quitan todas las pertenencias, como los anillos y el reloj y me dicen que me quite la ropa y que haga sentadillas, como la que se hace a quienes creen que ocultan droga en su cuerpo.

–Y llega al calabozo.

–Tenía ganas de vomitar, con una gran angustia porque el sitio era para verlo.

–¿Cuando comparece ante el juez?

–Me llevan al Palacio de Justicia, en esta ocasión esposada junto a la hermana del chico que habían detenido en un primer momento.

–Se encuentra entonces delante de un juez.

–Era una jueza .Empieza a preguntarme sobre detalles de mi coche, de qué color era, cómo era el interior o si llevaba alguna seña en el cristal. Insistía en si yo sacaba a las niñas del colegio, algo que no he hecho nunca. No había nada en contra nuestra. Nos intervinieron los teléfonos a toda la familia, sin ningún tipo de orden por lo que fueron desestimadas todas las pruebas conseguidas. Me ponen unas medidas cautelares ara ir a firmar los días 1 y 15 de cada mes y de alejamiento de 500 metros del centro escolar.

Un momento de las manifestaciones de Rocío. Un momento de las manifestaciones de Rocío.

Un momento de las manifestaciones de Rocío. / Josué Correa (Huelva)

Son unas medidas tradicionalmente comunes en todas las operaciones policiales, pero en las que raramente pensamos en la manera en la que afectan a las personas. En un lugar como Bellavista, donde Rocío vivía, este alejamiento lleva aparejada una pena extra. En efecto, la medida decidida por la juez le impedía, por ejemplo ir al centro de salud o incluso visitar a sus padres, cuyo domicilio se encuentra dentro de ese espacio, amén de que cuando estaba en un bar o en una tienda “y entraba alguna de las niñas, algo que es normal en un sitio tan pequeño, yo me tenía que salir”. No fue hasta meses después cuando esta distancia se relajó y el pasar del medio kilómetro del principio, a los cien metros que se impusieron, mejoró su situación.

Se le cerraron todas las puertas que hasta ese momento ni siquiera pensó que podían estar en ese estado. Comienza la búsqueda de pruebas por parte de quienes le acusaban, por ejemplo “se presentaron en la Policía con un archivo de fotos de menores y comprobaron que sus hijas no estaban en ellas”. Al chico que detuvieron, tampoco le encontraron nada en su teléfono móvil. Ella lo tuvo más complicado; cómo buscar pruebas de algo que no había hecho. Poco más podía hacer que intentar rebatir algo de lo que le decían. Un ejemplo: “si al principio ninguna de las niñas dijo que las sacaba del comedor, después sí que alguna lo mencionaba. Jamás lo hice. De hecho una de ellas, a la que cuidaba en su casa, dijo que sus amigas mentían”.

Cuatro años y medio de pesadilla y un juicio “que estaba deseando que llegara para ver si esto tenía un final”. A todo esto, han sido cuatro años y medio “teniendo que ir a firmar dos veces al mes a los juzgados” con situaciones y encuentros de personas “que me conocían y que decían que no entendían qué hacía allí. Incluso insultos que he tenido que vivir”.

–¿Cómo fue el juicio?

–Cinco días de escuchar una serie de cosas que no me podía explicar. Incluso el detenido en el primer momento pasó varios meses en la cárcel y fue puesto en libertad porque no tenían nada contra él. Por ejemplo, en el juicio se dijo que en una ocasión íbamos en el coche cinco niñas, tres adultos y yo, es decir, nueve personas en un Peugeot 206.

–¿Qué pena le pedían?

–Pues 36 años de cárcel, 6 por cada una de las niñas. Me embargaron mis cuentas personales y me solicitaban una cantidad de dinero.Eso me pedía el fiscal sin ni una sola prueba. Yo fue al juicio con el miedo de ir a la cárcel. Me esperaba cualquier cosa.

–Después de vivir el juicio, llega la sentencia

–Pasaron varios meses porque coincidió con el tema del covid y todo se retrasó.

–¿Cómo se sintió cuando le dijeron que se desestimaban los cargos?

–Me entero cuando el chico al que detuvieron por primera vez, fue a firmar al Palacio de Justicia y le dicen que había salido absuelto. Fue entonces cuando me entero que, no es que se me absuelve por falta de pruebas, sino que se desestiman los cargos porque no hay delito alguno.

–¿Y ahora qué? Supongo que esa pregunta se la habrá hecho miles de veces desde entonces.

–Pues personalmente mi vida ha dado un vuelto total. Quería casarme y ser madre y ahora lo he descartado. Ha dado un vuelco total, un cambio absoluto sin comerlo, ni beberlo. No he hecho nada de nada.

–¿Se lo ha explicado todavía?

–Te enfrentas a todo el mundo, a comentarios del tipo “algo habrá hecho” y eso es más que difícil.

–¿Qué va a hacer ahora, va a pedir algún tipo de responsabilidades?

–Yo estaba fija en mi trabajo y a mi me echaron. El despido del comedor ha sido procedente, porque yo no podía asistir a mi puesto de trabajo por la orden de alejamiento. Pero ¿y mi persona? ¿y mis padres o mi familia? Llevamos 40 años viviendo en Bellavista y mi madre ha tenido que escuchar cosas y comentarios que no te lo puedes creer. He estado en manos de psicólogos y psiquiatras. A los padres tampoco se les puede exigir responsabilidades porque se basan en testimonios de las niñas.

Un momento de las manifestaciones de Rocío. Un momento de las manifestaciones de Rocío.

Un momento de las manifestaciones de Rocío. / Josué Correa (Huelva)

Intentó reconstruir su vida, volver a sentirse útil a pesar del vuelco que le había tendido el destino. Un primo suyo “tiene una empresa y le pedí trabajo porque no soy capaz de estar en mi casa sentada. Tengo dos brazos y dos piernas para utilizarlas. Necesitaba trabajar, no de cara al público porque esos padres pueden presentarse y tener un problema. Empecé con un mes de pruebas, lo superé y llevo cuatro años. en ese sitio. Menos mal que lo encontré”.

Está convencida de que “de mi se va a seguir hablando, porque la gente es como es”. De hecho, descartó mudarse del lugar donde ha vivido casi toda su vida. “Si yo no he hecho nada, porqué me tengo que marchar”, sostiene con una convicción absoluta, propia de la que no tiene nada que temer. “Me he pasado cuatro años sin poder ir al parque con mi sobrino que es de las cosas que más me importa en este mundo”.

Tampoco tuvo más apoyo que el incondicional de una familia que la conoce y está tan convencida como ella de lo que no ha hecho. Parte de sus compañeras incluso le volvieron la espalda y ha llegado incluso a replantearse aquello en lo que se había convertido su vida antes de todo. Estudió y aprobó sus oposiciones, se formó a lo largo de muchos años para hacer “de los niños y de su cuidado mi manera de vivir”.

Ni tan siquiera le sirve el consuelo de que su caso sirva para cambiar nada hacia el lado positivo. En el colegio donde trabajaba se creó una auténtica psicosis que impedía tratar y cuidar a los pequeños con las atenciones que siempre se habían hecho; “no se atrevían ni a tocarlos, por ejemplo si se hacían pipí”. El colegio “tampoco me respaldó como creo que merecía, porque no hay que olvidar que no había hecho absolutamente nada.Se quitó de en medio. Entiendo su situación, pero también creo que si hubiera hecho más, no había llegado tan lejos”. Le faltan además las explicaciones a la comunidad escolar, porque “todo el mundo sabe que a mi me detuvieron pero no saben lo que pasó después”.

Ha vuelto a ver a los protagonistas de esas denuncias, con el trago que eso supone. “Nadie me ha pedido disculpas, absolutamente nadie. Tampoco las quiero. Han afectado a mi vida, la de mi familia, pero también a la de sus hijas”. Busca permanentemente el refugio en su familia que “me han inculcado unos valores, del sacrificio y el esfuerzo. Lo que tengo es porque me levanto todos los días y lucho por ello”.

Sabe que es “imposible olvidarlo” aunque intentará rehacer su vida, volver a lo que fue, a armarse alrededor de esos valores. Llega incluso a “buscar mi propia culpabilidad, pensar si hice algo como no debía de hacerlo. Puede que incluso pequé por preocuparme de un niño al que no habían ido a buscar sus padres y lo acercaba a su casa.Me querían cambiar de colegio para mejorar las cosas en otros centros, porque creo que lo hice bien”.

“Yo no soy madre, pero a los hijos hay que inculcarles una educación”. Es su frase, en la que se apoya, la que repite para salir adelante de una pesadilla no buscada y de la que se ha despertado como en el peor de sus sueños. Tendrá que encontrar otros y en ello está y aunque es “difícil y duermo con pastillas”, la convicción de que hizo lo correcto y nada para merecer lo que ha pasado, harán el resto.

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