Notas al margen
David Fernández
Del cinismo de Sánchez a la torpeza de Feijóo
Fila siete
Si no está entre nosotros, que a menudo lo está, si está presente en las salas de cine. La película es Hellboy 2: El ejército dorado, con ella el mismísimo demonio vuelve cuatro años después con la figura inquietante de este superhéroe o antihéroe creado para el cómic por Mike Mignola y que ha trascendido, quizás no con tanto predicamento como otros, para encontrar en el director mexicano Guillermo del Toro, un nuevo prodigio fantástico para desplegar toda su imaginación y los poderes increíbles de los efectos especiales. Lo cual tiene una secuencia bastante reveladora y llamativa: la del Mercado de los Trolls, un magnífico logro imaginativo y de superación en la moderna técnica cinematográfica.
Si algunos pudo dejarles un tanto fríos la primera entrega de Hellboy (1994), esta continuación mejora una puesta en escena mucho más espectacular, en la que el diablo rojo tiene que enfrentarse a Nuada, un príncipe elfo empeñado en acabar con la paz existente entre el reino de lo fantástico y el resto de los humanos, al mando de un ejército dorado poderoso e indestructible, provisto de destructivas máquinas de guerra dotadas con una fuerza setenta veces más potentes que setenta hombres. Contra esta aniquiladora hueste Hellboy contara con la inestimable ayuda de su novia, Liz Sherman, y de Abe Sapien y Johan Krauss, compañeros de fatigas.
Es indudable que el éxito conseguido por Guillermo del Toro con El laberinto del fauno (2006), garantizó la realización de esta nueva producción, un proyecto personal donde ha podido abordar con toda libertad y en la que sus ingeniosas habilidades en el guión y en la dirección, le han permitido igualarse a realizadores prestigiosos en este género. Lo afirmábamos en la crítica de la película que publicábamos aquí el pasado martes día 2, el realizador andaba detrás del proyecto desde hace años y amante, como es, del cine fantástico, ahora ha podido redondear con medios y su peculiar intuición en estos casos, su concepto del personaje y su entorno delirante, consiguiendo unas imágenes de un gran poder visual, plenas de una alucinante vitalidad, a las que dota a veces de un ocurrente y estimulante sentido del humor.
Para la materialización de su madurado proyecto Guillermo del Toro ha contado prácticamente con el mismo reparto de su precedente y con buena parte de su equipo técnico, con lo cual ha tenido una admirable facilidad para desarrollar con acierto todo su universo fantástico, ese escenario grotesco y deslumbrante, surgido de su fantasmagórica creatividad, plasmado con eficacia y singular impacto en el público, para el que nunca falta un guiño de divertida complicidad. Lejos del academicismo que caracterizaba la primera entrega, Del Toro, ha preferido dentro de su barroquismo habitual, optar por un tipo de espectáculo casi espectral pero a la vez propenso a la incorrección transgresora de jugosas intenciones humorísticas.
Este prodigioso y desatinado desfile de monstruos y criaturas infernales de los más extraños aspectos, se convierte en un entretenido aquelarre, a veces con tonos gamberros y disparatados, pero siempre ingeniosos, visualmente fascinante y capaz de interesar por igual al amante del género y al simple espectador que va al cine en busca de algo distinto.
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