La cultura y la conciencia son las únicas armas capaces de acabar con la manipulación
Crónicas de otra Huelva
Ponce anima al lector onubense a utilizar la inteligencia para luchar contra el caciquismo que pretendía mantener sus privilegios “contra la fuerza arrolladora de la democracia triunfante”
La Introducción
ELEGANCIA AGRESIVA
Insultar con inteligencia
El texto es un retrato —casi una sátira amarga— del cacique, figura central de la política local clientelista de aquella época. El periodista José Ponce lo presenta como un personaje atemorizante y poderoso, aunque vulgar y sin educación real; cínico, hipócrita, manipulador, revestido de falso fervor cristiano; odiado pero tolerado por quienes no pueden o no se atreven a enfrentarlo directamente. El cacique es, para nuestro autor, contrario a la cultura y la conciencia, que serían las únicas armas capaces de acabar con él. Lo describe con un tono ácido, a medio camino entre la caricatura social y la denuncia seria, elegantemente agresivo. Propone como antídoto la educación cívica, el análisis crítico del gasto público y la participación activa en la vida democrática.
Las expresiones “tendrá bigote, poderoso escondite de marrullerías”, o “simulará un aparatoso y acendrado fervor cristiano”, marca su intención burlesca. Insulta con inteligencia. El lenguaje usado es importante: adjetivos, comparaciones o hipérboles demuestran el uso culto del castellano para mostrar la superioridad intelectual frente al inculto cacique que describe. Con burla, pero con profunda carga ética. Blanqui-Azul desprecia al cacique no solo por ser corrupto, sino porque representa la anti-cultura, la anti-democracia, la ignorancia activa.
Con la joven República en marcha, España vivía una oleada de esperanza por regenerar las estructuras políticas anquilosadas: fin del caciquismo, reforma agraria, expansión de la educación, sufragio universal… Este artículo se enmarca perfectamente en ese espíritu. El autor denuncia que, aunque el régimen ha cambiado, los caciques siguen vivos, defendiendo sus privilegios y manteniendo el viejo orden mediante coacción y manipulación del voto.
Como casi toda la producción de Ponce, este artículo cumple una función clara: formar opinión pública contra un fenómeno muy concreto. No pretende informar sino concienciar y movilizar al lector, al lector onubense, y lo hace con valentía y lucidez. Hay una clara apuesta ideológica, al creer en la cultura como herramienta de transformación política. Y no tiene reparo en llamar a la acción: estudiar, fiscalizar, debatir el presupuesto municipal, exigir legalidad. El periodista no se limita a retratar al cacique como un personaje ridículo, sino que invita al lector a actuar, a combatirlo con cultura y participación.
El cacique. —¡Ahí lo tenéis. El olfato acusa su presencia. Ancho de hombros y cabeza gacha, duro maxilar y mirada astuta y recelosa.
Devoto de su “principal” provinciano o cortesano, lo imita cuanto puede: su terno será negro o terroso, su camisa almidonada y su ademán cursi. De seguro, tendrá bigote, poderoso escondite de marrullerías.
Este personaje no suele frecuentar la sociedad, porque la teme. Si asiste a las tertulias del «casino», estará sobre ascuas, tapando con paletadas de soberbia o salidas de mal gusto todo asomo de conversación sobre tal o cual asunto del Municipio. Los vagos “señoritos” le mostrarán su respeto y afectuosidad a regañadientes; porque convencidos de su ralea les gana en actividad; es el único entre ellos que suele trabajar. Por esto le tragan, pero no le digieren.
El cacique desprecia a sus convecinos con desdén rabioso; y sabe —o al menos se lo cree, que cuantas veces quiera los tratará a su antojo, los meterá en un puño; a los hacendados les echará en cara su holgazanería, a otros la guardia civil, si puede.
No será jamás un hombre culto, porque las ideas despiertan la conciencia, y a él le va muy bien teniéndola dormida; pero en cambio simulará un aparatoso y acendrado fervor cristiano.
El cacique equivale a la peor de las plagas. Y como la langosta, dejará los tallos luego de haber devorado la espiga.
Semejante aborto es difícil de extirpar. Si usáis de la astucia, saldréis perdiendo; si empleáis la fuerza resucitarán los trabucos naranjeros; si lo dejáis solo, se hallará a maravillas.
Al cacique se le combate y se le vence con tóxicos. La cultura es el mejor insecticida para atacarle, sobre todo si va acompañada de las emanaciones de una noble conducta: cuatro discusiones sobre el presupuesto municipal, enderezadas a la busca de gastos e ingresos justificados y una exposición clara y convincente de la Ley municipal, y le veréis palidecer intoxicado. No tardará en escabullirse si no quiere sucumbir para siempre.
Lector: El caciquismo —lo estamos observando todos los días— sigue defendiéndose en los pueblos contra la fuerza arrolladora de la democracia triunfante. Y para defenderse, sigue utilizando sus tradicionales normas, sometiéndose a los mandatos del momento actual, para conservar un poder que, en sus manos, fue siempre abominable instrumento de coacción, violencia y arbitrariedad.
BLANQUI-AZUL
Diario de Huelva, 5-09-1931
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