Todo un clásico

Todo un clásico

05 de junio 2009 - 01:00

Clausurando el curso de iniciación al inglés, cuyas prácticas como venimos insistiendo en nuestras críticas sobre estas sesiones, mejoran sensiblemente con la visión cinematográfica en versión original, termina el ciclo 'La Literatura Inglesa en el Cine', organizado con verdadera oportunidad y acierto por el Centro de Interpretación Huelva Puerta del Atlántico, auspiciado por la Concejalía de Turismo del Ayuntamiento. Como en los casos anteriores la elección de esta película, Lo que queda del día, de James Ivory, es afortunadamente acertada a los efectos de asimilar el idioma a través de actores cuya corrección en la expresión y el lenguaje son los más adecuados.

Si James Ivory, realizador de un cine intimista y sensible, nos ha encantado siempre con películas como Una habitación con vistas (1986), Maurice (1987) y Regreso aHowards End (1992), entre otras, hasta el punto de que su filmografía pudiera constituir un punto y aparte en el denominador común del cine de los últimos tiempos, en Lo que queda del día, agudiza ese intimismo y expresa con una peculiar estética visual, su exquisita sensibilidad.

Es difícil expresar mejor los sentimientos del fiel mayordomo, Steven que interpreta Anthony Hopkins, al servicio de una potentada familia británica en los años 30, dedicado enteramente a su trabajo, absolutamente discreto, cuando comprueba contrariado y molesto como el dueño de la casa simpatiza con el progresivo avance de la causa nazi que lidera Hitler en Alemania. Este hermetismo de Steven, sumido en el silencio durante mucho tiempo, sufre una cierta conmoción cuando entra al servicio de la casa una nueva ama de llaves, que encarna con su calidad interpretativa Emma Thompson, a la que vemos estos días en la magnífica actuación que nos ofrece en Nunca es tarde para enamorarse. El recto servidor entonces reflexiona sobre la verdad de una vida desaprovechada.

Atento en el detalle, sutil en la expresión, sensible en los sentimientos, James Ivory, mueve la cámara con la inteligencia que requiere cada secuencia y detiene sus movimientos cuando los protagonistas actúan, acentuando la humanidad de los personajes y la espontánea naturalidad de la acción dramática. Es, por otra parte, admirable la forma en que el director conjuga esas proporciones tan precisas en la realización cinematográfica como son el tiempo y el espacio, manejándolos con habilidad al servicio de una puesta en escena donde ética y estética, artísticamente hablando, se integran en el habitual virtuosismo del director norteamericano.

Su afiliación a las adaptaciones literarias, con tan buenos resultados como le dieron las tres películas indicadas antes, todas ellas debidas a la pluma del excelente escritor inglés E. M. Forster o como antes lo había hecho con Henry James llevando al cine sus novelas Los europeos (1979) o Las bostonianas (1984) o incluso el texto autobiográfico de Jean Rhis en Quartet (1981), le permitieron, como es el caso de la película que hoy nos ocupa, abordar con fortuna el perfil de la sociedad inglesa a través de historias con las que se ha identificado perfectamente trasladándolas a sugestivas imágenes. En suma una película estimulante en medio de la banalidad de la mayoría del cine que vemos actualmente.

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