"Con la nao Victoria en Isla, tras dar dos vueltas al mundo, respiré tranquilo"

La Huelva de...

Se dedicó por tradición familiar a la construcción de barcos en Isla Cristina, de sus astilleros salieron trabajos tan importantes como las replicas de La Pinta, Santa María y Victoria

José Zamudio Díaz en su taller ultimando las maquetas de los barcos que han existido en Isla Cristina en toda su historia.
José Zamudio Díaz en su taller ultimando las maquetas de los barcos que han existido en Isla Cristina en toda su historia.

JOSÉ Zamudio Díaz es heredero de una gran tradición familiar dentro de los carpinteros de ribera. Su apellido dio una gran vuelta como sus barcos hasta llegar a Isla Cristina de donde es él natural. Del pueblo de Zamudio, a unos 14 kilómetros de Bilbao, salió un familiar suyo hacia Perú donde fue cónsul y luego desde Iberoamérica una rama de los Zamudio se marcha a Portugal y de ahí su abuelo ya natural del país luso se vino a Isla Cristina, donde había necesidad de carpinteros de ribera. "Cuando empezó aquí la pesca había 33 galeones, hacían falta carpinteros y vinieron de Portugal; allí eran más valiente que nosotros, prueba es que con barcos más chicos llegaron a muchas islas, eso era lo que quería Enrique el Navegante". Aquí en Isla Cristina había que hacer barcos y los portugueses venían al amparo del duro de plata, que era el auténtico reclamo.

El padre de José Zamudio, que era como él dice medio portugués y medio español, siguió la tradición familiar y continúo en los trabajos de carpintería de ribera lo mismo que sus cinco hijos. A los diez años ya estaba José Zamudio en el astillero de la familia, era un tiempo en el que se iba poco a la escuela y no se llegaba a la Universidad, "apenas había para comer".

"Iba al astilleros, me entusiasmaba, me quedaba incluso los domingos, me venían a buscar los amigos para ir a la playa y yo prefería quedarme aquí". Su primer barco le llamó 'El imposible' por la guerra que le dio el terminarlo; con doce años ya echó al agua 'El niño de los mares', eso era otra cosas, un barquito de tres metros que le pedían los fotógrafos para hacer fotos a los niños en la playa, lo sigue recordando con cariño.

Llegó el tiempo de la mili y le dieron destino en el crucero Galicia, "era un penal flotante, pero caí bien". Pronto se descubrieron sus dotes de carpintero, tuvo que enseñarles al que estaba en las reparaciones, un maestro tolenero. Un día iban con el barco hacia Cádiz y había mar de leva, "se dañó y lo querían llevar a la Carraca pero le dije que lo podía arreglar, escapé bien, me dieron permiso".

Los primeros barcos que hizo al terminar la mili fue uno para Juan 'El pescaíto' y otro para Agustín Ponce. En su trabajo fue imprimiendo seriedad, sólo se permitía contratar aquello que podía terminar. Su seriedad y compromiso ante los demás llevó a que se fijaran siempre en él. Estaban terminando un barco de 80 toneladas para Marruecos cuando vino a verlo José Luis López Martínez, ingeniero de Marina. "Se subió abordo y se quedó sorprendido", era lo que venía buscando; por eso le propusieron la construcción de La Pinta para los actos del 92. Llevaba tres años haciendo planos en el Arsenal de Cartagena y le gustó el trabajo de José Zamudio, pero querían que el astillero se asociara con otros para dar seguridad al proyecto. Pero al final, cuando trae la madera de Galicia, "estando trazado el barco, me voy a hablar con los otros astilleros y me dicen que ellos no iban a dejar a sus clientes por construir La Pinta, así que me hice cargo de todo, fue una gran responsabilidad para mí, durante 16 meses estuvimos trabajando". Se hizo en la fábrica de hielo, no querían que vieran el barco ni los planos para que nadie copiara nada. Mucho trabajo, al final tuvieron que partir la fachada para poder sacar la carabela, se botó en el mismo muelle dejándola caer al agua con dos grúas gigantes, "fue un compromiso que cumplí".

La Pinta se terminó en 1989, hoy está en el Muelle de las Carabelas en La Rábida. El buen trabajo realizado llevan a Francisco Monsalvete Mazo e Ignacio Fernández a encargarle la nao Victoria. Le dio un gran sofocón cuando volcó en la botadura, pero después han sido muchas las satisfacciones, porque ha dado varias vueltas al mundo, "fíjate si navegaba bien", dice orgulloso. Cuando este verano la vio entrar en el puerto de Isla Cristina, después de catorce años de su construcción, respiró tranquilo y se sintió muy orgulloso.

Aquella tarde de la botadura, como ocurre en los actos oficiales todo queda más en manos de políticos, ilustres invitados e ingenieros, y no en la persona que en verdad sabe, como es el maestro carpintero de ribera, en este caso José Zamudio. Se había estudiado la marea en días anteriores pero para cuando la botadura el agua mermó mucho por el cambio del tiempo. "Faltaban unos 20 centímetros, yo no quise botarlo, pero insistieron, que había que intentarlo, les dije que lo echaba un poco al agua para dejarlo para otro día, pero no; así que el barco que tenía que remolcarla en lugar de ir recto se desvió, movió las cinco toneladas de lastre y se tumbó. Con esto en el costado era imposible levantarla, hubo que sacar el lastre y se tuvo que utilizar varias grúas". Provocó una situación difícil por las dudas que surgían en los patrocinadores. Así que llevaron la nao hasta Sevilla, los marineros le dijeron que navegaba bien, incluso habían cogido un gran levante y respondía perfectamente. Así hasta que ha dado dos veces la vuelta al mundo y el pasado verano volvió a Isla Cristina, amarró en el puerto y Zamudio volvió a sentirse contento con el trabajo realizado.

Junto a este encargo también tenía en su astilleros la réplica de la nao Santa María para América, un trabajo interesante porque pudo corregir a los ingenieros para que navegara bien. Vinieron a Isla Cristina gente del Juan Sebastián Elcano y le dijeron que no era la Santa María, que de arriba bien, pero que de abajo, no. "Les dije que sí, que no era la misma, pero que esta sí iba a navegar, que no le pasaría lo mismo que a la que hicieron en Barcelona que está en La Rábida, que no le llegaba el agua al timón". Y es que mucho saben los carpinteros de ribera por lo que llevan de tradición en el oficio, porque de la época sólo hay algunos dibujos y la mayoría idealizados por los pintores. "Tuve que arreglar a la Santa María para que navegara, dimos una vuelta por la mar y me reconocieron que navegaba bien".

La Santa María que se hizo en Isla se encuentra en la actualidad en Corpus Christi, hasta allí se tuvo que desplazar para arreglar otra réplica de La Pinta, no la que él había construido, y es que un mercante le dio un buen porrazo, unos mexicanos se habían comprometido en arreglarla pero no fueron capaces, así que acudieron a José Zamudio que con sus carpinteros se fue hasta Corpus Cristi y estuvo seis meses.

El astillero de la familia, que comenzó con su padre y al que siguieron sus hermanos y luego él, lo cerró con cerca de un centenar de barcos construidos, algunos de hasta 90 toneladas que eran los que iban a trabajar a Marruecos y tenían que estar bien reforzados para cruzar el Estrecho, "debían ser barcos seguros, que la línea de agua tenga estabilidad". La llegada del poliéster contribuyó de alguna forma a que dejara los astilleros, "son barco sin estabilidad, como los de hierros que no flotan de por sí, el de madera puede aguantar 15 horas sin hundirse pero los otros no porque lo sostiene la cámara de aire y se agota".

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